Las Extraordinarias Aventuras De Joshua Russell Y De Su Amigo Robot. Antonio Tomarchio
palabras mientras saboreaba la venganza.
Estaba ya listo en el ring, a la espera del japonés que llegó con aire presuntuoso, seguro como estaba de poder vencer con facilidad al joven y menos experto americano. El encuentro comenzó con el robot nipón atacando enseguida, Raptor había esquivado, con su excepcional rapidez todos los golpes del adversario, pero sabía que con el Jujitsu la fuerza de sus golpes podía volverse contra él si se hubiese equivocado al golpearlo, probó a hacer unas fintas y a abrir un hueco en la defensa del adversario.
El público, en la sala, estaba totalmente de su parte, y él no quería desilusionarlos. De repente el adversario intentó golpearlo con una patada circular alta, él se bajó y lo golpeó con una impresionante velocidad en el pie de apoyo haciéndolo caer estrepitosamente.
El campeón japonés, que mientras tanto se había levantado, comenzaba a perder seguridad, intentó todavía golpear al adversario sin conseguirlo y sufriendo los golpes asestados por Raptor. Cuando el robot alienígena se dio cuenta de la indecisión del contendiente, se lanzó con ímpetu al ataque final, dio un salto y con una patada descendiente en plena cara lo volvió a tirar a la lona, rematándolo, antes de que se pudiese levantar de nuevo, con una serie de puñetazos que aplastaron la cabeza del autómata nipón como una lata vacía.
La gente había enloquecido de alegría y, mientras la música resonaba desde los altavoces y el locutor anunciaba al nuevo campeón del mundo, algunos hinchas habían levantado a Joshua llevándolo en los hombros hasta el palco sobre el cual tendría lugar la entrega de premios. Al lado de él, en los escalones más bajos, el chaval japonés y el italiano no conseguían esconder la desilusión en sus rostros. Joshua estrechó la mano al italiano, alegrándose con él, luego, mientras estrechaba la del japonés, le dijo sonriendo todo satisfecho:
«Ya lo destrozarás la próxima vez, a mi robotito.»
El muchacho se fue de celebración con su padre y su amigo Lucas que, mientras tanto, lo había alcanzado, incrédulo, en el edificio. Hubiera querido llevar también a su amigo Raptor, pero por razones obvias debió dejarlo en el coche. Regresó a casa feliz, su sueño se habría hecho realidad, había conseguido su objetivo, ahora, después de una merecida noche de descanso, podía concentrarse en el problema de los alienígenas.
A la mañana siguiente, muchos periodistas fueron a buscarle para pedirle una entrevista, él respondió encantado a las preguntas que le hacían, quería disfrutar de su momento de gloria antes de que algo pudiese arruinarlo todo. Su juventud lo salvó de las preguntas más maliciosas y no debió dar explicaciones sobre la fuerza de su criatura, en el fondo, aunque había vencido a los mejores autómatas del mundo, lo había hecho sin levantar sospechas y sin mostrar una superioridad abrumadora.
Por la tarde, finalmente, lo dejaron en paz, así que se fue al cobertizo junto a su amigo robot para charlar un poco. Raptor conocía todo de su joven amigo ya que podía leer su mente y, por lo tanto, Joshua no tenía ningún problema para confiarse a él ni se avergonzaba al pedirle consejos a los cuales el nuevo campeón del mundo no se sustraía, aprovechando la sabiduría que la enorme cantidad de datos de su memoria le confería.
Se dio cuenta de que en su vida le había siempre faltado una figura como su amigo metálico, no tenía hermanos y el padre y la madre se ausentaban a menudo, ocupados en actividades mundanas. Lucas era un muchacho inteligente y un óptimo amigo pero no había querido nunca confiar en él y no conseguía explicarse el motivo.
Ya se había hecho de noche y Joshua, mientras estaba entrando en casa, notó sobre la mesa, sobre la que la madre le había dejado una cena rápida, una nota. Los padres le decían que habían salido a cenar con unos amigos y que volverían tarde, le pedían que cenase él y que no se fuese tarde a la cama.
« ¿Para qué se habrán inventado los teléfonos móviles?» se preguntó ya que sus padres no los utilizaban jamás.
Cenó con rapidez, miró un poco la televisión y se fue a la cama todavía cansado por los acontecimientos y las emociones del día anterior. Continuaba pensando en lo sucedido aquel mes, qué hacer para resolver el problema de los alienígenas pero, sobre todo, cómo liberar a su amigo de la conexión sin arriesgarse a dañarlo.
Había cerrado los ojos y estaba a punto de dormirse cuando un ruido le asustó, oía unos pasos caminar despacio que hacían crujir la madera de las escaleras que conducían a su cuarto. Al principio creyó que habían vuelto sus padres, luego, vista la hora, pensó que era demasiado temprano. Un pensamiento hizo que se le helase la sangre en las venas, se levantó de repente de la cama, puso la almohada debajo de las sábanas para hacer creer que todavía estaba acostado, abrió la ventana y se escondió al lado del escritorio. La puerta se abrió lentamente, vio los ojos luminosos del robot mirar fijamente la cama, estaba a punto de salir de su escondite para correr hacia su amigo Raptor cuando un rayo láser hizo explotar la cama levantando una nube de plumas de oca, salidas desde la almohada escondida debajo de las sábanas.
Joshua se precipitó, aterrorizado, fuera de la ventana, sobre el techo de tejas y madera inferior, corrió hacia el tubo del canalón, se aferró a él, se dejó deslizar hasta la planta baja y comenzó a correr. Vio al robot saltar desde la ventana para perseguirlo pero las tejas, bajo su peso y la impetuosidad del salto, se rompieron haciéndolo resbalar y caer desde el primer piso. El golpe produjo un ruido ensordecedor, el robot se quedó quieto y sus ojos luminosos se apagaron. Joshua se paró para esperar, vio que el robot no se movía y decidió, por lo tanto, volver sobre sus pasos.
Durante un momento había creído que aquel robot era su amigo, pero ahora que lo observaba con atención a la luz de las farolas de su villa, se dio cuenta de que la mascarilla no era la de plexiglás que él había pegado sobre la cara de Raptor, sino como aquella que se había roto en el bosque.
« ¡Mierda! Han construido otro robot,» pensó contrariado.
Mientras levantaba la mascarilla para abrir el habitáculo del piloto, vio a otro alienígena, también vestido como el anterior, pero se quedó sin aliento al descubrir que esta vez habían aprendido la lección y habían dotado al piloto con un casco y un cinturón de seguridad. Intentó, lo más rápido que pudo, de desatarlo, pero no lo conseguía y el corazón batía en su pecho como un tambor, haciendo que le latiesen las venas de la frente y enrojeciendo su rostro. Habría debido escapar pero era demasiado tarde, los ojos del robot se habían encendido otra vez y se sintió perdido.
Finalmente lo consiguió, el cinturón se había abierto, él había cogido al alienígena y había intentado de levantarse para irse rápidamente pero el robot lo había cogido por el pijama y no parecía querer soltarlo, las palabras de su amigo resonaban en su cerebro:
«Con el comandante anterior la conexión no era buena, su mente no le permitía alejarse más allá de los veinte centímetros.»
Se retorció y alejó la mano que tenía al alienígena llevándola lo más lejos posible del robot. Vio los ojos del autómata apagarse y su brazo metálico soltar el agarre de su pijama. Joshua dio un suspiro de alivio y quedó jadeante en tierra para recuperarse del miedo.
El alienígena se agitaba, daba patadas y puñetazos sobre su mano, decidió, por lo tanto, ponerlo en un sitio seguro. El muchacho corrió al cobertizo para buscar un lugar en el que poder encerrar a la pequeña y recalcitrante lagartija. Se acordó del terrario en el que había tenido unas serpientes que sus padres le habían regalado cuando era niño y que él había cuidado con celo. Quitó el casco y los vestidos al pequeño para evitar que alguien comprendiese su verdadera naturaleza y lo metió en el contenedor que había encontrado encima de un estante. Aquel ser verdoso saltaba como si estuviese endemoniado, daba patadas y puñetazos contra el vidrio, pero no podría jamás salir del sólido terrario.
Miró a su alrededor, raptor había desaparecido, intentó llamarlo mentalmente y vio, a través de sus ojos, el cielo lleno de estrellas en aquella espléndida noche de primavera. Entendió que lo estaban robando, hizo que mirase a su alrededor para ver en qué situación se encontraba y observó otros dos robots que lo transportaban manteniéndolo cogido por los pies y por los hombros.
«Raptor, amigo mío,