Máscaras De Cristal. Terry Salvini

Máscaras De Cristal - Terry Salvini


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      ―Aún no comprendo el motivo…

      En cuanto Louise estuvo al lado de ellos Lucy cogió el champaña.

      ―Te toca destáparlo ―le dijo entregándoselo.

      ―Por lo que parece mi paseo ya ha terminado ―comentó cogiendo la botella.

      ―¡Estás de malhumor! Louise me había avisado. ¡Y yo que me había puesto elegante! ―se puso de morros.

      Sonny la observó. Llevaba puesto un corto vestido azul elegante que dejaba adivinar las curvas generosas de los senos y la línea sinuosa de las caderas. Los cabellos estaban recogidos en la nuca con un moño flojo: ella era hermosa, sí, pero él la conocía desde que era pequeña y continuaba viéndola como la hermanita de su amigo Paul.

      ―Perdóname, estoy nervioso. Si has venido hasta aquí y has querido champaña debe haber un motivo concreto. ¿Por qué debemos brindar esta vez?

      ―De hecho, es así. ―se apoderó de las copas y, después de que Louise se retirase, prosiguió. ―¿Te acuerdas de la audición que debía hacer en el teatro?

      ―Claro que me acuerdo. ¿Qué tal?

      ―La he hecho… ¡y me han cogido!

      El abrió los ojos como platos, asombrado.

      ―¡No me lo puedo creer!

      ―¡Ah, muchas gracias! Tú sí que sabes cómo hacer que me sienta orgullosa de mí misma.

      ―¿Por qué no terminamos con esto y nos concedemos una pausa? ―resopló.

      ―He venido aquí para celebrar mi nuevo y único trabajo y querría que estuvieras feliz por mí.

      ―Me habías dicho que ahora te habías puesto a estudiar pero no te había creído. Y en cambio me has demostrado que, cuando quieres, sabes ser inteligente. Me alegro por ti.

      La vio sonreír.

      ―¡Gracias!

      Sonny vertió el champaña en dos copas que ella sostenía en las manos, luego cogió una de ellas.

      ―Entonces, enhorabuena por tu carrera en el teatro.

      Hicieron tintinear el cristal y bebieron en silencio.

      Fue Lucy la que volvió a hablar.

      ―Lo sabes, estaba harta de verme con la parálisis en la cara de sonreír horas y horas delante de una máquina fotográfica. Mucho mejor declamar y tener un contacto directo con la gente.

      ―No puedo no darte la razón.

      Ella le pidió que le rellenase la copa. La vació de un sorbo y se la tendió otra vez.

      Sonny la observó beber con gusto y arrugó la frente.

      ―Espero que estés controlando el alcohol. Hace poco que te he visto comenzar a beber.

      ―No te preocupes, además no bebo tanto. Y, sobre todo, no me convertiré en alguien como tu ex-esposa Leen, si es lo que temes: no estoy tan desesperada.

      ―¡Bien, eso espero!

      ―Como ves yo sigo adelante, y además bien; eres tú quien todavía está apegado al pasado. ¿Cuándo conseguirás liberarte de todo lo que te ha sucedido? Has cambiado con respecto al último año, es verdad, pero no querría que estuvieses redirigiendo tu vida hacia algo equivocado y nocivo para ti mismo.

      ―¿Pero qué estás diciendo? ―le preguntó enojado.

      ―¿Lo ves? Ahora a mí me gustaría replicarte, pero hoy me siento demasiado feliz para tener ganas de pelear. Y ahora estoy seria.

      ―Te prefiero como eras hace un rato.

      Ella hinchó las mejillas y dejó salir el aire.

      ―Escucha: ¿te acuerdas lo que me dijiste la noche en que Ester debía irse a New York y yo te acusé de no estar lo suficientemente enamorado de ella porque te habías resignado a dejarla ir sin luchar?

      Sonny frunció los ojos y buscó en su mente aquellas horas nefastas. Había sido poco antes de que Leen intentase matarlo. Lucy había llegado por detrás de él llevándole algo de beber, justo como había hecho poco antes.

      ―No. En este momento no me acuerdo.

      ―Me dijiste: Tengo como una espina clavada en el corazón. Un dolor sutil, persistente, que no me deja en paz, pero con el que deberé convivir no sé hasta cuándo. Sólo estoy más preparado que tú para soportarlo.

      ―¡Felicidades, qué memoria!

      ―No podría esperar trabajar en el teatro si no la tuviese. Y aquella respuesta se me quedó grabada en el alma. Pero volvamos al asunto: Sólo estoy más preparado que tú para soportarlo. ¿Te expresarías de nuevo así? Me parece que estoy reaccionado mejor que tú al dolor.

      ―¿¡De verdad!? ¿Y qué te lo hace pensar?

      ―El hecho de que yo estoy intentando mejorarme a mí misma mientras que tú sólo estás empeorando.

      ―Bueno, es fácil mejorar cuando se parte de abajo...―se interrumpió. ¡Maldita sea!

      La frase se le había escapado. Esta vez le había golpeado en su punto débil: la autoestima.

      Sintió que la amiga contenía la respiración.

      ―Perdóname Lucy, no quería ser tan ofensivo, de verdad… ―se apresuró a decir poniéndole una mano sobre el brazo.

      Ella bajó la mirada hacia la copa que tenía entre los dedos, como si estuviese contemplando las burbujas que desde el fondo subían a la superficie, a continuación volvió a mirarlo a la cara, con los ojos brillantes:

      ―Hasta hace muy poco no me habrías dicho una crueldad semejante. Yo quizás, sí, pero tú no. ¿Esto no te dice nada?

      Sonny suspiró:

      ―Me dice que quizás sea mejor interrumpir esta conversación y volvernos a ver en un momento más idóneo. Hoy, por lo que parece, no estoy de humor y suelto frases desafortunadas; es por esto que hubiera preferido que me hubieses llamado en vez de aparecer de manera improvisada. Aunque me haga feliz verte hay momentos en que es mejor que me quede solo. Lo que no significa que no te aprecie. ―sonrió.

      Lucy le cogió el vaso y la botella de las manos.

      ―¡Perfecto! La próxima vez que nos veamos entonces asegúrate de traerme tú el champaña: qué ocasión buena tendrás para celebrar, no consigo imaginarla, ahora, pero se trate de lo que se trate, estaré contenta de compartilo contigo.

      Giró sobre los tacones y lo dejó plantado allí, en el jardín, al lado de la fuente.

      Lucy dejó la botella y las copas en el mueble bar del salón, luego, con una sonrisa forzada, se despidió de Louise que la precedió para abrirle la puerta de casa; cuando subió al coche la sonrisa se apagó para dejar a los ojos la libertad de expresar sus emociones con las lágrimas.

      Ya no sabía qué más hacer. Los intentos por hacer salir a Sonny de aquella apatía escondida detrás de un comportamiento inadecuado e incoherente con respecto a cómo era anteriormente, se revelaban siempre inútiles. Desde hacía tiempo que ya no era él.

      Todo había comenzado cuando había descubierto que su prometida Leen, luego convertida en esposa, lo había traicionado con Hans. A continuación, mientras asistía a su decadencia hacia el alcoholismo y los juegos de azar, aquel descenso había proseguido, culminando el día en que su niña perdió la vida en un accidente de tráfico, justo a causa de aquella mujer que, en vez de protegerla como habría debido hacer una madre, la había arrastrado con ella a la ruina.

      La llegada de Ester a la vida de Sonny había empeorado la situación.

      Más de lo que estaba haciendo por aquel hombre, Lucy no podía hacer más. Se había acercado a él porque,


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