El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria

El orden de 'El Capital' - Carlos Fernández Liria


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Para hacer compatible lo que Marx nos dice en el Prólogo a la primera edición del Libro I (1867) y en el epílogo a su segunda edición (1873), es preciso comprender que se trata de textos de muy distinta naturaleza y que cumplen su función a muy distinto nivel. La diferencia fundamental podría resumirse en que, en el Prefacio, Marx está explicando lo que ha hecho; en el Epílogo, intenta explicar –e incluso explicarse a sí mismo– por qué no se ha entendido lo que ha hecho.

      Ocurre, además, que, mientras que en el Prefacio de 1867 se está dirigiendo, sin duda que lleno de satisfacción, a la comunidad científica en general, en el Epílogo a la segunda edición alemana de 1873 está hablando, sobre todo, a los alemanes. Como sabemos, Marx se encontraba por entonces exiliado en Londres, a donde había llegado huyendo de París en 1849. Es difícil exagerar el desprecio que le inspiraba el mundo de la intelectualidad alemana. En especial, con la filosofía alemana Marx había roto definitivamente desde que, en 1845 y en colaboración con Engels, escribiera La ideología alemana. Y es ahora, al volver a dirigirse al público alemán con motivo de la segunda edición del Libro I, cuando vuelve a nombrar a Hegel y al método dialéctico. De ello, como vamos a ver, no había ni rastro en el Prefacio de 1867.

      En general, en este capítulo II dedicado al Prefacio vamos a comprobar que Marx pretende más bien inscribirse en un marco científicamente normal, haciendo referencia a la química o la física matemática. En el capítulo siguiente, centrado en el Epílogo de 1873, nos ocuparemos del tema de la dialéctica y de las relaciones entre Marx y Hegel.

      Conviene también tener en cuenta que, contra lo que se solía decir en la tradición comunista, esta segunda edición alemana no fue «la última revisada por Marx en vida». Se publicó en fascículos desde junio de 1872 a mayo de 1873. Pero la edición francesa se publicó –también en fascículos– entre agosto de 1872 y noviembre de 1875. Marx no sólo revisó esta traducción, sino que introdujo en ella modificaciones y cambios respecto a algunos pasajes de la segunda edición alemana. Y curiosamente, en algunas ocasiones, son modificaciones que afectan muy directamente al asunto de la dialéctica. En general, en la edición francesa hay menos énfasis en los giros hegelianos y dialécticos. Precisamente por eso, la tradición, marxista solía considerar a la versión francesa como una pobre traducción de menor interés que el texto original alemán. Incluso se llegaba a decir que Marx había simplificado los pasajes filosóficamente más difíciles porque no creía que los franceses fueran capaces de comprenderlos. Es cierto que, en el Prólogo a la edición francesa, Marx se mostraba preocupado porque los franceses iban a encontrarse con un escollo al intentar leer la Sección 1.ª y les recomendaba paciencia y dedicación para llegar a las conclusiones, sobre todo teniendo en cuenta que la obra iba a ser publicada por entregas y se corría, por tanto, el peligro de que el primer fascículo desanimara a los lectores.

      Pero lo cierto es que la edición francesa, como comprobaremos en su momento, contiene pasajes importantísimos que no figuraban en la segunda edición alemana. Y es de señalar que son pasajes que suavizan muy notablemente la retórica «dialéctica» con la que Marx tenía el gusto de expresarse. En muchos casos, por cierto, estos pasajes fueron incorporados por Engels a la tercera edición alemana del Libro I, aparecida ya tras la muerte de Marx. Lo malo es que, en alguna ocasión, Engels traduce al alemán el texto de la edición francesa y lo pone a continuación de la edición alemana, generando lo que podría ser quizá una repetición inútil o, lo que sería mucho peor, una incongruencia, en el caso de que Marx en la edición francesa, hubiera cambiado efectivamente el contenido de lo que decía en la edición alemana.

      Como sabemos, todos estos problemas se van a recrudecer muchísimo en los Libros II y III de El capital, en los que la mano de Engels está mucho más presente. Es cierto que, actualmente, tenemos acceso al estado original en el que Marx dejó su obra, pero eso tampoco es precisamente una garantía de nada, pues, al fin y al cabo, se tratará siempre de una obra inacabada. Ahora bien, no conviene nunca perder de vista que la idea que Engels se hacía de cómo era posible «hacer a Marx compatible consigo mismo» no era siempre, ni mucho menos, la mejor. Por el contrario, respecto a no pocas cuestiones, Engels encaminó fatalmente a la tradición marxista hacia callejones sin salida, círculos viciosos y, sobre todo, hacia fórmulas estereotipadas y escolásticas que hicieron muchísimo daño para la comprensión de El capital. Ello tampoco debe eclipsar el merecido reconocimiento que se le debe como colaborador de Marx y como editor póstumo de su obra.

      2.3 Marx y la normalidad científica

      2.3.1 Abstracciones cosificadas e instrumental científico

      El Prólogo a la primera edición de El capital comenzaba con una llamada de atención respecto a la famosa Sección 1.ª, en la cual se supone que Marx toma lo que a Schumpeter le parecía su decisión más desafortunada, la de adherirse a la teoría del valor.

      Los comienzos son siempre difíciles, y esto rige para todas las ciencias. La comprensión del primer capítulo, y en especial de la parte dedicada al análisis de la mercancía, presentará, por tanto, la dificultad mayor. He dado el carácter más popular posible a lo que se refiere más concretamente al análisis de la sustancia y magnitud del valor. La forma del valor, cuya figura acabada es la forma dinero, es sumamente simple y desprovista de contenido. No obstante, hace más de dos mil años que la inteligencia humana procura en vano desentrañar su secreto, mientras que ha logrado hacerlo, cuando menos aproximadamente, en el caso de formas mucho más complejas y llenas de contenido. ¿Por qué? Porque es más fácil estudiar el organismo desarrollado que las células que lo componen. Cuando analizamos las formas económicas, por otra parte, no podemos servirnos del microscopio ni de reactivos químicos. La facultad de abstraer debe hacer las veces del uno y de los otros.

      Así pues, ahora ya no es Engels, sino el mismísimo Marx, quien comienza situando su investigación en un marco de normalidad científica. Lo «revolucionario» y «novedoso» no se señala en absoluto respecto al método seguido, sino en una intervención científicamente normal en un terreno (o un «continente») inexplorado. Se ve que cuando Marx tiene, sencillamente, que presentar su investigación, recurre sin más al mismo tipo de comparación que hemos venido ensayando en estas páginas. El «misterio» de lo que él ha hecho respecto a una formación histórica dada, la «sociedad moderna», hay que buscarlo en lo que la física de Galileo, la química de Lavoisier o la «anatomía micrológica» han hecho en el terreno natural.

      Además, se ve que la adhesión a la teoría del valor viene marcada, más que nada, por una necesidad de método, asociada a un primer paso metódico imprescindible: la necesidad de aislar, mediante un trabajo analítico, los distintos elementos que están en juego en la realidad que se va a estudiar. Eso implica una ardua labor de clarificación de los conceptos. Si se va a hablar de una sociedad en la que «los productos del trabajo adoptan la forma de mercancía», o, lo que es lo mismo, de una sociedad que parece «satisfacer las necesidades humanas por medio del libre intercambio entre propietarios», es imprescindible que, antes de nada, se clarifiquen los conceptos más simples: «mercancía», «trabajo», «producto del trabajo», «intercambio libre», «competencia» o «propiedad». Al profano este análisis le parece simplemente una pérdida de tiempo, meras «minucias y sutilezas», ganas de complicar las cosas (¿para qué escribir toda una sección dificilísima, analizando conceptos que hasta el más tonto entiende?). Sin embargo, Marx considera imprescindible analizar lo que dan de sí estos conceptos, fundamentalmente para impedir por todos los medios que bajo las mismas palabras se deslicen cosas distintas. Hemos insistido repetidamente en el carácter genuinamente «socrático» de esta decisión: hay que analizar en profundidad los conceptos que se van a manejar, no vaya a ocurrir que por falta de análisis, es decir, por una falta de claridad en las palabras que utilizamos, cambiemos de tema sin darnos ni cuenta (lo cual es tan frecuente en los discursos


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