El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria
no se ha cansado nunca de repetir que la construcción de modelos viene siempre acompañada de una «atención casi maníaca» a los matices y detalles más concretos. La forma en la que la etnología dispone la alternancia de la deducción y la observación –imprescindible en toda ciencia positiva– no introduce ninguna contradicción en el modo de hacer «estructuralista», sino que depende, como hemos visto, de su empeño en respetar la especificidad de lo que debe ser observado[23]. La única forma de saber que las nociones del discurso con el que pretendemos «calcar» lo empírico no están situándonos ante una realidad alucinada que nuestra paciencia explorará inútilmente es obligar a nuestros conceptos a «deducirse» hasta el final. Todos los refinados instrumentales científicos no son una impertinente interferencia en el diálogo directo con las cosas, sino momentos del diálogo teórico que la ciencia mantiene consigo misma para ganarse el derecho de dialogar con ellas. Son su única garantía de estar verdaderamente describiendo, y no sencillamente imaginando, la realidad. Tal como decía Hegel en el Prólogo a la Fenomenología, para la historia del saber ha sido la experiencia, y no la especulación, la que más trabajosamente ha tardado en llegar[24].
Habiendo localizado la exasperación del teoricismo precisamente en el intento trabajoso de construir una posibilidad de acceso a la experiencia, ¿qué otra cosa podía hacer el antiteoricismo que –en una especie de emulación de la certeza sensible hegeliana– limitarse a señalar continuamente lo real y lo concreto, sin advertir que no hay nada que pueda ser más abstracto, a fuerza de esterilidad conceptual, que los resultados de esta reivindicación? Tal como decía Engels de Feuerbach, no se dice nada concreto ni se arguye nada «positivo» o «sensible» por permanecer todo el rato reclamando lo concreto, lo positivo y lo sensible. Ni el concepto de lo positivo tiene nada de positivo, ni el concepto de sensible nada de sensible. De ahí que, en efecto, como Engels señaló muy justamente, finalmente ocurra que en el sistema hegeliano encontramos mucha más concreción y positividad que en las reivindicaciones feuerbachianas de lo concreto y lo positivo contra la especulación hegeliana[25].
El caso de Gurvitch es un buen ejemplo de lo peligroso y estéril que puede resultar este «culto idólatra de lo concreto». Él pretende repartir los papeles entre la sociología y la etnografía, encomendando a ésta la mera descripción de lo concreto y reservando las consideraciones estructurales para la primera. De este modo, pretende estar salvando la pureza de lo empírico de la contaminación teórica, pero en realidad –objeta Lévi-Strauss– está haciendo todo lo contrario: está partiendo de una definición a priori, en este caso completamente injustificada, de lo que es estructurable y de lo que no lo es. La investigación etnográfica ha mostrado que, contra todas las apariencias, «muy a menudo son los aspectos más fluidos, más fugitivos de la cultura aquellos que dan acceso a una estructura», y de ahí deriva, precisamente, la atención maníaca que presta a los detalles más insignificantes.
Aquí, una vez más[26], cuando la certeza sensible pretende ser la más rica, es, en realidad, la más pobre; cuando pretende ser la más concreta, es la más abstracta; pretende no estar contaminada de teoría y es el terreno en el que los prejuicios más abstractos operan a priori más a sus anchas, en forma desordenada, caótica o incontrolable.
2.3.3 Algunas soluciones aparentes
Una de las cosas que podemos sacar en limpio de las consideraciones precedentes es que si es cierto que Marx comienza por construir una especie de «modelo teórico», lo hace precisamente para facilitarse una vía de acceso a la experimentación. Es la índole del objeto que pretende estudiar, el cual no se deja manipular por instrumentos científicos, lo que explica que el comienzo venga marcado por una inflación de la abstracción.
Ahora bien, si esto es así, lo que se opone al modelo teórico no es «la riqueza inabarcable de la realidad». Sería una desafortunada manera de ver las cosas considerar que el modelo en cuestión es una «simplificación» instrumental. Por supuesto que un modelo siempre funciona simplificando las cosas, pero pretender que es una simplificación es como pretender definir lo que es un automóvil diciendo que es una cosa que si la tiras desde un quinto piso se estrella contra el suelo. Pues un modelo no simplifica «para simplificar». Un modelo no simplifica la realidad para eludir su riqueza inabarcable, sino precisamente para acceder a ella.
Ya hace tiempo que planteamos esta cuestión: la bola de billar no se detiene porque ruede de una forma «imprecisa», «rica» o «concreta», escurridizamente «real». Se detiene porque, además de estar rodando, está haciendo muchas otras cosas que tendrán que ser estudiadas, si se quiere, con otros modelos cuidadosamente construidos.
Así pues, conviene ser precavidos. Una cosa es que en El capital se construyan modelos teóricos y otra cosa distinta es que «toda la obra» pueda ser considerada como un «gran modelo teórico» (como una vez, por cierto, dijo Lévi-Strauss). Sería un verdadero disparate pretender que Marx comienza construyendo un modelo teórico ideal y abstracto, con la teoría del valor, para acabar luego concluyendo en el Libro III con la misma teoría, a la que ahora se habrían sumado todas las impurezas de la realidad. Ya hemos indicado más arriba que eso equivaldría a decir que Galileo comienza estudiando el rodar en su pureza ideal para acabar diciendo que el chocar es un rodar impreciso. Lo que con sentido epistemológico se opone a un modelo no es la holgura empírica de la realidad, sino otros modelos capaces de aislar otros aspectos de esa misma realidad.
Otra advertencia que puede resultar útil plantear es la siguiente: Marx ha dicho que el método científico va de lo abstracto a lo concreto (cfr. lo dicho en 1.3, «Observación y Teoría»); eso no quiere decir en absoluto que el camino del Libro I al Libro III (y, por tanto, de la teoría del valor a la teoría de los precios de producción) sea un camino de lo abstracto a lo concreto. Podría ser así, desde luego. Pero de ninguna manera por los argumentos que se han esgrimido hasta aquí (por otro lado, más tarde explicaremos por qué, de todos modos, no es así). Hemos dicho que El capital comienza con lo abstracto porque siempre se comienza por lo abstracto, ya que no hay manera de comenzar por lo concreto, porque lo que parece concreto es, muchas veces, lo más desquiciantemente abstracto de todo, a fuerza de imprecisión y confusión. Hemos dicho también que, además, en El capital, donde faltan «reactivos químicos y microscopios», el océano de la abstracción, que es siempre el inevitable punto de partida del conocimiento, no puede ser domeñado, clarificado, determinado, ordenado, más que por medio, a su vez, de abstracciones cuidadosamente controladas científicamente. Pero, por lo que hasta el momento hemos planteado (sin que por ahora podamos plantear una u otra cosa con más profundidad), lo dicho afecta al negocio teórico que se ventila en la Sección 1.ª, en la cual, en efecto, nos encontramos con una clarificación «en condiciones ideales» de los conceptos de valor, de mercancía, de intercambio, de precio, de propiedad, etc. Para ello se ha construido, probablemente, un modelo teórico (en concreto, eso que Marx, a veces, llama «circulación simple de mercancías»). Pero lo que en absoluto está dicho sobre las secciones subsiguientes de El capital es que todo vaya a consistir en ir complicando ese modelo abstracto, hasta presentarlo, finalmente, «vivo y concreto» en los confines del Libro III. En absoluto, porque por el camino puede que sea necesario cambiar de modelo (de modo que los famosos casos de non sequitur que denunciaba Schumpeter no serían tanto fallos de deducción como deducciones operadas desde otro sitio).
Así pues, diremos que, contra lo que algunas veces se pretendió en la tradición marxista, en el paso de la teoría del valor a la teoría de los precios de producción, o en el paso de la teoría del plusvalor a la teoría de la ganancia capitalista, de ninguna manera hay un camino que vaya de lo abstracto a lo concreto. El Libro III es tan abstracto (y tan concreto) como el Libro I.
2.3.4