El orden de 'El Capital'. Carlos Fernández Liria
en que –como suele ocurrir– las cosas siempre son más complicadas de lo que parecen, terminemos por agotar la paciencia de algunos y desilusionar el ánimo de otros posibles lectores) no sólo para salir al paso de ciertas cosas que a menudo se dicen y se han dicho en la tradición marxista. Lo que pretendemos hacer ver es que estas posibles confusiones derivan todas de un error común: el de pensar que un modelo científico es una simplificación, una especie de «media ideal o aproximada» de una realidad «siempre mucho más complicada». Por supuesto que la realidad es siempre «mucho más complicada». Pero decir que la ley de la inercia es una «media ideal» o una «aproximación estadística» de los casos reales (que son siempre mucho más «ricos y concretos») es, sencillamente, una tontería.
Es posible que la sensación de dificultad que dejan en la mente las anteriores aclaraciones pueda ser mitigada con un texto del propio Marx que trata exactamente de este problema y que encontramos en el Prefacio que habíamos comenzado a comentar:
El físico observa los procesos naturales allí donde se presentan en la forma más nítida y menos oscurecidos por influjos perturbadores, o bien, cuando es posible, efectúa experimentos en condiciones que aseguren el transcurso incontaminado del proceso. Lo que he de investigar en esta obra es el modo de producción capitalista y las relaciones de producción e intercambio a él correspondientes. La sede clásica de ese modo de producción es, hasta hoy, Inglaterra. Es éste el motivo por el cual, al desarrollar mi teoría, me sirvo de ese país como principal fuente de ejemplos. Pero si el lector alemán se encogiera farisaicamente de hombros ante la situación de los trabajadores industriales o agrícolas ingleses, o si se consolara con la idea optimista de que en Alemania las cosas distan aún de haberse deteriorado tanto, me vería obligado a advertirle: De te fabula narratur! [¡A ti se refiere la historia!] En sí y para sí, no se trata aquí del mayor o menor grado alcanzado, en su desarrollo, por los antagonismos sociales que resultan de las leyes naturales de la producción capitalista. Se trata de estas leyes mismas, de esas tendencias que operan y se imponen con férrea necesidad. El país industrialmente más desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su propio futuro[27].
Este texto es de una precisión enorme y hay que leerlo con sumo cuidado. El paralelismo con el proceder «galileano» va aquí de la propia mano de Marx. Si toma a Inglaterra como referencia para todos sus ejemplos e ilustraciones, es, como ya comentamos, por una limitación con la que se encuentra, en el terreno histórico, el método propio de las ciencias naturales: allí donde no se puede experimentar en condiciones ideales construidas en laboratorio (encerrando, por ejemplo, la combustión del carbono en una ampollita vigilada por toda una ciudad científica), uno tiene que conformarse con estudiar la cosa donde se presente de la «forma más nítida y menos oscurecida por influjos perturbadores». Respecto al modo de producción capitalista, esto ocurre, en tiempos de Marx, en Inglaterra. Ahora bien: de ninguna manera ocurre que Inglaterra –la Inglaterra del siglo XIX– se convierta por eso en aquello que Marx se propone estudiar. Al estudiar Inglaterra está estudiando Alemania y cualquier realidad en la que se imponga, en mayor o menor grado, el modo de producción capitalista. Y tampoco se trata de investigar el mayor o menor grado en el que las leyes del modo de producción capitalista han pregnado en cada realidad histórica dada, sino de investigar «esas leyes mismas».
Ni la esfera de Galileo ni la Inglaterra de Marx eran algo así como una «media ideal y simplificada», obtenida por abstracción a partir de realidades empíricas siempre más ricas y complejas. Si Inglaterra puede funcionar como ejemplo y referencia constante es porque en ella se muestra más claramente lo que Inglaterra tiene de capitalista, en el mismo sentido en que decíamos que de lo que se trataba en Galileo era de una masa esférica rodando, de la cual, en efecto, una bola de billar muy perfecta desplazándose a lo largo de un espejo muy largo podía servir de ilustración, ejemplo o referencia para la sensibilidad y la imaginación. Pero en absoluto ocurría, en ninguno de los dos casos, que Marx o Galileo construyeran un modelo simplificado para una realidad siempre más rica, compleja y escurridiza. Muy al contrario: lo que se pretende es agotar lo que realmente es, por ejemplo, el rodar. La realidad no es que esté siempre tejida de impurezas e imprecisiones. Ya vimos, en referencia a Galileo[28], que lo que no encontrábamos en la realidad era un ejemplo en el que el rodar fuese lo único que podía ser tomado en consideración. Pero el chocar o el rozar no es ninguna imprecisa impureza de riqueza inabarcable, sino también, del mismo modo, algo muy preciso que tiene que ser conocido como tal. Los famosos «modelos científicos» no se oponen a las cosas reales como el deber ser se opone al ser; no es que la bola que se detiene debería seguir rodando eternamente. La bola se para, podría decirse, con todo el derecho del mundo, precisamente porque no sólo es una bola. No son el ser y el deber ser lo que se oponen aquí, sino lo real y su conocimiento. Así pues, la «media ideal» o el «modelo» no son una aproximación ideal a una realidad mucho más compleja. Lo que está estudiando Marx no es una especie de capitalismo «ideal» que nunca se da en la realidad, sino la diferencia específica que hace capitalismo al capitalismo, es decir, está estudiando lo que de capitalista tiene la sociedad capitalista. Ahora bien, para empezar, la sociedad capitalista no es solamente capitalista; para serlo, tiene que ser, también, sociedad, y eso no se logra por los mismos cauces ni poniendo en juego los mismos dispositivos que aquellos que logran hacerla, al mismo tiempo, capitalista. Y, para continuar, no hay ninguna realidad histórica dada que se limite a ser «sociedad capitalista», no porque sea más precisa, sino porque es muchas otras cosas más.
Marx no hace una «simplificación» o un «modelo» para estudiar unas realidades que luego, una vez perturbadas por «determinaciones no-esenciales», se llaman siempre «Inglaterra» o «Alemania». El objeto de su investigación son las leyes mismas que hacen capitalismo al capitalismo, el sistema de relaciones sociales en que consiste el capital: su objeto es el modo de producción capitalista. Es eso lo que, luego, nos puede permitir comprender en qué consiste que Inglaterra o Alemania, en mayor o menor grado, sean capitalistas, qué es lo que pone en juego el hecho de que lo sean, en la medida en que lo sean. Inglaterra no es la realidad que se va a estudiar. Es sólo la ilustración más esclarecedora.
Lo que ocurre es que hay motivos para afirmar que la sociedad moderna, histórica y real, es una sociedad capitalista. Eso quiere decir que «aquello en lo que consiste el capital», aquello que, utilizando una vez más un modo platónico de expresión, «hace capital al capital», esa consistencia en cuestión, es capaz de imponerse eficazmente –dominándolas, suprimiéndolas, violentándolas, modificándolas o determinándolas, como suele decir Marx, «en última instancia»– sobre todo otro conjunto de consistencias que se dan cita en el entramado que forma la sociedad moderna. De ahí que Marx pueda decir, un poco más allá, que «el objetivo de esta obra es, en definitiva, sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna»[29].
Para ello, parece proceder como si «las relaciones reales correspondiesen a su concepto». Ello significa, en efecto, que el objeto teórico de Marx no son las sociedades capitalistas, sino el capitalismo mismo que las hace capitalistas en la medida en que lo sean. Es por lo que puede advertirnos, en un texto al que ya hemos hecho alusión, en el siguiente sentido:
Dos palabras para evitar posibles equívocos. No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y del terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadoras de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económica-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura, por más que subjetivamente pueda elevarse por encima de las mismas[30].
2.4 El uso de modelos teóricos en la «economía convencional moderna»
Además de destacar aquí, como acabamos de hacer, que señalar obsesivamente la