Alicia en el país de la alegría. Nieves Álvarez

Alicia en el país de la alegría - Nieves Álvarez


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se ha quedado mucho tiempo. He hablado con él dos o tres veces. Además, he cogido unas fiebres que me han metido en la cama quince días. Su madre ha venido a verme y me ha traído un libro de su parte. Se titula Las habitaciones de atrás, cuenta la vida de Ana Frank, una niña que tuvo que esconderse en un desván con su familia. Me lo he leído a toda velocidad. He llorado mucho leyéndolo. A veces quería dejar de leer porque me daba mucha pena. Pero al mismo tiempo quería seguir leyendo, no pude dejar de leer hasta el final.

      Al comenzar el nuevo curso le he dicho a mi padre que me aburro mucho en la escuela. Dice que se me habrá quedado pequeña, como los vestidos: mi madre les ha tenido que sacar todo lo que está metido en el bajo, pero aún con eso me están pequeños. Cada vez que estoy enferma doy un estirón y mi madre ya no sabe qué hacer conmigo. Los vestidos de mi hermana también me están pequeños, yo soy más alta que ella. Dice que me parezco a una tía suya que era muy altiricona. Mi padre dice que me parezco a su hermana, que es muy alta.

      Hoy ha sido un día especial. Como todos los días, termino pronto las tareas. La maestra me llama a su mesa, me da una llave y dice:

      —Toma, Alicia, ¿sabes dónde vivo, no? Pues ve a mi casa, a cuidar a mi niño pequeño. Cuando llegue mi marido, tú te vuelves a la escuela: ¿qué te parece?

      —Me parece muy bien. A mí me gustan mucho los niños pequeños.

      —Cuando entres en casa, cierra la puerta por dentro. El niño está en la cuna. No hace falte que lo saques. Cerca de la cuna hay un vaso con miel. Si llora, mojas el chupete y se lo das; luego meces la cuna un poco para que se vuelva a dormir. Además, he dejado allí varios cuentos, los puedes leer mientras tanto.

      —¿Puedo irme ya?

      —Sí, cuando quieras.

      Salgo corriendo de la escuela, estoy deseando abrir la casa de la maestra para ver a su hijo y, por supuesto, los cuentos que hay sobre la mesa. Eso sí que va a ser divertido. Ojalá que la maestra me ponga esta tarea todos los días.

      El hijo de la maestra está despierto, me mira, sonríe y dice:

      —Ma ma ma ma.

      ¿Pensará que soy su madre? Este niño está mal de la vista. A ver qué cuentos hay aquí: El Guerrero del antifaz, Sissí, Cuentos de Calleja, ¡qué bien! Los voy a leer todos. Y ahora... ¿por qué llora? Claro, habrá descubierto que no soy su madre. Tengo que darle el chupete mojado en miel.

      —Toma, mira, mira qué rico está el chupete.

      —Ma ma ma ma.

      —No, yo no soy tu mamá, pero mira qué chupete más rico ¿lo quieres?

      Mirando al niño de la maestra, pienso en lo que hablamos Mari Tere y yo el otro día, en su casa, jugando debajo de la mesa camilla.

      —Los niños nacen por el botón de la tripa —dijo Mari Tere— que está justo ahí para eso.

      —A mí me parece imposible, porque en el botón de la tripa no hay agujero.

      Las dos nos levantamos las faldas y vimos que era verdad: el botón de la tripa no tiene agujero.

      —Yo creo que los niños tienen que salir por algún agujero. O sea, tienen que salir por donde hacemos pipí o por donde hacemos popó.

      —Esos agujeros son muy pequeños y están lejos de la tripa que es donde viven los niños hasta que nacen.

      —Además... ¿cómo pueden vivir ahí dentro, sin respirar?

      —Respirarán cuando respira su madre ¿no?

      —Puede ser, porque cuando yo era muy pequeña, mi madre se ponía las inyecciones y me hacían efecto a mí.

      —¿De verdad? ¡Qué suerte! Con lo que duelen las inyecciones.

      —Antes de salir tienen que entrar. ¿Cómo entran? ¿Cómo se meten los niños en la tripa de sus madres?

      Las dos pensamos que ese misterio sí que es misterioso. Las dos pensamos que eso de la cigüeña es una tontería, un invento para engañarnos, pero claro, a nosotras ya no nos pueden engañar.

      —Los niños no vienen de París, no los trae la cigüeña en el pico, están dentro de la barriga de sus madres, eso está claro. Pero... ¿cómo entran ahí?

      —Ese no es ningún misterio, Alicia, los padres tienen niños pequeños dentro de la pilila, y se los meten a las madres cuando hacen cuchi-cuchi. Luego, las madres los cuidan y cuando están grandes nacen por el botón de la tripa.

      —No sé, no sé... no lo tengo tan claro. Ya hemos visto que en el botón de la tripa no hay agujero.

      —A lo mejor nosotras no tenemos agujero, pero las madres sí.

      Mari Tere lo tiene claro, pero también dice que los Reyes Magos son los padres y yo sé que existen de verdad. No sé si creerla.

      El niño de la maestra me sigue mirando. Lo imagino saliendo por el botón de la tripa, por el culo o por la raja y las tres posibilidades me parecen repugnantes. A él no parece importarle, me mira sonriendo mientras chupa el chupete untado en miel y, poco a poco, se va quedando dormido. Por fin puedo leer un rato.

      Pero... ¿qué son esos ruidos? Alguien ha entrado en la casa. Se me olvidó cerrarla como dijo la maestra. ¿Quién será? Yo me escondo aquí, detrás de la cuna.

      —¡Elena! ¿Estás en casa? La puerta estaba abierta y...

      Es el marido de la maestra.

      —Hola, buenos días. Soy Alicia. La maestra me ha puesto la tarea de cuidar al niño y... olvidé cerrar la puerta.

      —Menos mal porque a mí se me ha olvidado la llave en la tienda.

      —Bueno, entonces me voy. ¿Le dejo a usted la llave?

      —No, llévasela a Elena. Pero... ¿ya te vas? ¿No quieres un caramelo?

      —No, gracias, tengo que marcharme. Doña Elena me dijo que volviese a la escuela cuando llegase usted.

      Esto de cuidar al hijo de la maestra es más divertido que estar en la escuela sin hacer nada. Pero no se lo puedo decir a mis padres; si se lo dijese no me dejarían, seguro. Ellos quieren que aprenda ¿no? Pues aquí aprendo a cuidar a un niño pequeño, que no lo puedo aprender ni en la escuela ni en casa.

      VOLVERÁ A REÍR LA PRIMAVERA

      Todos los años, el 20 de noviembre, los niños y niñas de las cuatro escuelas tenemos que ir a misa. Ese día no se celebra dentro de la iglesia, sino fuera, en el cementerio. No sé por qué llaman cementerio al patio que hay a la entrada, no hay nadie enterrado allí. Yo lo llamo patio. Está cercado con un muro y varias cruces de piedra. Tiene dos entradas: una principal, que está enfrente de la puerta de la iglesia y una lateral por la que entramos nosotros. Está cerca de mi casa.

      En ese patio ponen un altar que llaman de campaña. Deberían llamarlo de cementerio, de patio o algo así, porque no estamos en el campo. El altar es una mesa grande que traen del ayuntamiento y la cubren con los manteles que ponen en el altar mayor de la iglesia.

      Allí, en el patio-cementerio de la iglesia, haga frío, nieve o hiele, eso no importa, la misa se dice todos los años el mismo día y a la misma hora. Se ofrece para conmemorar a los caídos en el Glorioso Alzamiento Nacional. Dice el cura que ese día los diablos rojos mataron a José Antonio Primo de Rivera, que es un mártir de la sagrada Cruzada que liberó a España de los enemigos de la Patria.

      En la pared principal de la iglesia hay una lista con nombres de personas de mi pueblo que murieron en el Glorioso Alzamiento. Delante de los nombres está escrito con letras muy grandes: Caídos por Dios y por la Patria.

      Mi amiga Mari Loli dice que ha escuchado decir a su padre que en esa lista no están todos los caídos por la patria, solo algunos: los vencedores, no están los vencidos. O sea,


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