Alicia en el país de la alegría. Nieves Álvarez

Alicia en el país de la alegría - Nieves Álvarez


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      —¿Y si te mata?

      —No digas tonterías, hija, ¿por qué me va a matar?

      —Él lo ha dicho. Dijo que iba a matar dos pájaros de un tiro.

      —Esa es una expresión como otra cualquiera. No hay que tomársela al pie de la letra. ¿Estabas preocupada por mí?

      —Sí, ese militar me da un poco de miedo.

      Mi padre me besa, me acaricia el pelo, me abraza. El sonido de su corazón es la mejor música que conozco.

      Las fiestas de Cebreros son muy divertidas. Yo no voy a los toros, ni a los encierros, ni a cosas así, pero me gusta montar en los caballitos, en la noria, comprar almendras garrapiñadas y participar en todos los juegos en los que me deja mi madre y quiere mi prima.

      Un día, mi madre se empeña en que vayamos las tres a ver a la Virgen de Valsordo, que es la patrona de Cebreros y vive a más de dos kilómetros del pueblo. Pide la llave a la señora que cuida la ermita. Como nos la da nada más pedirla, mi madre le agradece que se fíe de nosotros. Ella contesta que deja la llave a todo el mundo que la pide, nadie puede robar en la ermita. Cuando alguien lo ha intentado, ha sido detenido de inmediato. La propia Virgen protege la ermita.

      La santera nos cuenta muchas historias increíbles. El nombre de la Virgen viene de que un pastor sordo pastoreaba su rebaño en el valle cuando se le apareció la Virgen varias veces. No sé si la Virgen habló con el pastor, la santera no nos dijo nada de eso. Lo que sí nos dijo fue que el pastor recuperó el oído, por eso insistió mucho para que se levantase una ermita a la Virgen en el lugar de las apariciones. Hasta que por fin se construyó.

      La Virgen es morena, con pelo largo, muy guapa, parece una novia. Está en el altar mayor de la ermita, como en mi pueblo. Tiene muchos nombres: Nuestra Señora de las Virtudes, de las Victorias, de las Batallas, de los Toros. Eso sí que me pareció curioso. Fuimos a verla andando, claro. Como si fuese el mes de mayo, cuando los cebrereños suben en romería. Allí, mi madre reza un rosario y le pide a la Virgen para que mi padre siempre esté con nosotras. A eso me apunté yo enseguida.

      En Cebreros hay muchas bodegas. Mi madre conoce a los dueños de una de las más importantes, que es la que suministra vino a nuestro bar. Un día nos han invitado a comer a su casa. Es una casa muy grande y muy bonita. Deben de ser ricos porque tienen muchas cosas. También hemos ido con Benitín (que es hijo del dueño) y su amigo Adolfito (hijo de un taxista) a ver las viñas. Los dos son guapos y simpáticos. Pero mi hermana dice que son unos creídos. A mí me gustan, pero yo, según mi hermana, no entiendo. Ya entenderás de chicos cuando seas mayor, dijo. Ella no sabe que ya entiendo ahora, que me gusta Sergio. Pero no se lo digo.

      Mi hermana tiene muchos pretendientes. Uno de ellos ha venido con los músicos a rondarle a casa de mis tíos, por la noche, pero ella se ha hecho la dura y no ha salido a la puerta para agradecer la ronda. Yo me he asomado a la ventana, pero mi hermana ni eso.

      El primer día de la fiesta tuve que ir con las mayores, pero luego me dejaron ir con la hermana de la mejor amiga de mi prima, que es casi de mi edad. Con ella me lo he pasado muy bien: bailando, jugando, hablando. A ella también le gusta leer. Aunque es un poco mayor que yo, no importa porque yo soy más alta que ella. Me ha dicho que vive en Madrid, lo mismo que Sergio, pero no lo conoce. Claro, como Madrid es tan grande...

      En total: que lo hemos pasado de rechupete en las fiestas de Cebreros.

      Hoy regresamos a casa. Mi padre nos espera como agua de mayo, y eso que estamos en agosto. Me gusta mucho volver a verlo, pero me gusta mucho más ver que del campamento de los sorchis no quede ni el apuntador.

      Los pájaros siguen volando, no están muertos. ¡Bien!

      ¡MISTERIOS MISTERIOSOS!

      Hay algunas personas de mi pueblo que, aunque han estudiado, trabajan en el campo. No pueden ejercer porque sus títulos ya no valen. No sé por qué. También hay un señor que lleva más de diez años viviendo en mi pueblo porque no puede vivir en el suyo. Dice mi amiga Mari Loli, que es la que más sabe de estas cosas, que vive aquí porque está desterrado. Eso quiere decir que lo han echado de su tierra. Ni Mari Loli ni yo sabemos por qué. Son misterios misteriosos que todo el mundo sabe que existen y nadie quiere descubrir. Yo los he apuntado en mi cuaderno de cosas que tengo que saber cuando crezca. Las personas mayores no quieren explicar algo a las pequeñas, siempre dicen que ya lo entenderemos más adelante, cuando seamos como ellas. Pero yo creo que las personas mayores tampoco comprenden y si comprenden no quieren comprender que comprenden; y esto también es un misterio. ¿Lo resolveré algún día? Espero que sí. Por lo menos lo intentaré.

      El señor desterrado, que trabaja en las tierras de mi pueblo porque no puede trabajar en las tierras del suyo, tiene que pasar todos los días por el cuartel, ¿para qué? Nadie lo sabe, es otro misterio. Pero el misterio más misterioso es que el pobre hombre no pueda ir al baile, ni al bar, ni hablar con las chicas, ni reunirse con más de tres personas a la vez. Solo puede trabajar. Lo mismo les pasa a los emigrantes españoles en Alemania, los llaman gastarbeiters que significa invitados a trabajar. ¿Eso quiere decir que solo pueden trabajar, lo mismo que el hombre desterrado? Pues menuda invitación. Yo creo que estos son los misterios más terribles que he escrito hasta ahora en mi cuaderno de misterios por resolver.

      Cuando viene alguien a visitar al hombre desterrado, ese alguien tiene que ir antes a hablar con el sargento, dejar allí su documentación y luego, cuando se marcha, ir a recogerla. Dice mi amiga Mari Puri que algunas personas sí, pero otras no pueden visitar al hombre desterrado. Mari Tere dice que a nosotras esas cosas no deberían quitarnos el sueño. Pero claro, aunque no me quiten el sueño, ninguna de las cuatro encontramos explicaciones y a mí me gusta encontrar explicaciones a todas las cosas que pasan en el pueblo. Como no siempre es posible, las apunto.

      Sergio me ha contado otro misterio que he apuntado en mi cuaderno. Dice que en los alrededores de Madrid hay guerra de guerrillas. Es como el juego Declaro la guerra a, pero de verdad. Hay guerrilleros por los montes y bajan a las ciudades y a los pueblos. No me lo puedo creer, pero escucho con mucha atención. Sergio cuenta las cosas tan bien que, aunque sean verdad, parecen cuentos.

      Dice que el día 29 de junio de 1955, en Madrid, por la noche, bajaron los del monte para hacer guerra de guerrillas. Hubo un atentado del que solo se enteraron algunas personas que vivían cerca y los soldados que estaban en sus literas, en un cuartel junto al Ministerio de Asuntos Exteriores y al chalet residencia del embajador alemán en España. Dice también que a su abuelo (que es militar en la reserva) le dijeron que los soldados vigilaron la zona toda la noche y hasta bien entrada la mañana. También dicen que una hija del embajador alemán, llamada Lucía, ofreció caramelos a los soldados mientras ellos buscaban a los responsables del atentado, y que la madre de la niña les ofreció café caliente y pan.

      Esos soldados no encontraron a los guerrilleros. Pero nadie sabe si otros soldados los encontraron o no. Porque si los encuentran los matan o los meten en la cárcel y no se entera nadie. Son secretos militares.

      Sergio también dice que ni en la prensa de ese día ni de los días posteriores se dijo nada. Lo que sí se dijo es que el Jefe del Estado (que es el señor de bigote que está en la foto que hay en la escuela, al que la maestra, el Catón y la enciclopedia, llaman Generalísimo) estaba en Almadén visitando la zona minera. Apareció en la portada de ABC el día del atentado.

      Las historias que cuenta Sergio son muy misteriosas, yo no soy capaz de imaginar que estén sucediendo de verdad. Por eso se lo pregunto:

      —¡Menuda historia! Pero dime, ¿eso que cuentas ha sucedido de verdad o te lo estás inventando tú?

      Sergio se enfada mucho y dice:

      —Tú, Alicia, vives en el país de las maravillas, por eso no te enteras de la misa la media. No sé para qué te cuento nada. Eres una cría. Cuando seas mayor tal vez te enteres de algo.

      No he podido contestar. Él me mira con cara triste, mejor dicho, seria, muy seria, se levanta y se va sin despedirse.


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