Alicia en el país de la alegría. Nieves Álvarez

Alicia en el país de la alegría - Nieves Álvarez


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que quiero. Muchas gracias. Tendré mucho cuidado para que no se rompa.

      Encontrarme con el juez de paz ha sido estupendo. Ahora estoy más tranquila. Mi padre está sentado en el banco de piedra de la puerta. ¡Qué estupendo! Hoy ha venido a comer. Debe de estar trabajando en la cantera del Cristo.

      Al vernos llegar, mi padre se levanta y saluda al juez de paz. Luego me mira, mira el reloj, levanta la cabeza, sube las cejas y mueve los hombros pidiéndome explicaciones. Como no contesto, dice:

      —¿Qué pasa, Alicia, por qué no estás en la escuela?

      —No pasa nada por lo que tengas que preocuparte, Juan —dice el Juez—. Entremos en tu casa y hablamos ¿te parece bien?

      A pesar de todo, noto que mi padre está preocupado. No deja de mirarme. Yo bajo la cabeza. No quiero ver nada más. Dentro, en la cocina, está mi madre. Se sorprende al vernos entrar.

      —Alicia, ¿qué pasa? Has armado alguna, como si lo viera...

      Mi madre me agarra del brazo y me zarandea.

      —Vamos, Alicia, dime ¿qué has hecho ahora?

      —Nada, María, Alicia no ha hecho nada. No sé si sabéis que desde hace dos meses va todos los días a cuidar al hijo de la maestra a su casa.

      —¡Madre del amor hermoso! —dice mi madre— ¿Es eso cierto, Alicia? ¿Por qué no nos has dicho nada a tu padre o a mí?

      No contesto, ya no puedo más. Me pongo a llorar con todas mis fuerzas. Mi padre me abraza, mi madre levanta la mano amenazante, el juez habla.

      —La niña no tiene culpa de nada. Pero nosotros tres debemos ir a hablar con la maestra. Esta no es la primera vez que pasa algo así. La maestra no puede mandar a niñas pequeñas a cuidar de su hijo. Y menos sin que sus padres lo sepan. Alicia está preocupada, no sabe cómo decirle a la maestra que no quiere volver a ir a cuidar a su hijo, que quiere estudiar.

      Ahora es mi madre la que me abraza.

      —Pobrecita hija, con lo pequeña que es. ¿Y ese pobre niño? Alicia pensaría que estaba jugando a las muñecas, con lo fantasiosa que es.

      Los tres se van a hablar con la maestra. Yo me quedo en casa, con mi hermana y le cuento lo que me ha pasado. A ella también le cuento que el marido de la maestra me ha levantado las faldas y me ha dado un azote en el culo.

      —Mira, Alicia, si algún insensato te hace algo así, le pegas una patada con todas tus fuerzas ahí, donde más le duela.

      —No le digas a nadie lo que te he contado. Sobre todo no se lo digas a nuestros padres ¿me lo prometes?

      —No te preocupes, que no se lo pienso decir a nadie, ni tú tampoco.

      Por la tarde no voy a la escuela. Mejor, así puedo leer y pensar.

      Mañana iré a la escuela de las niñas mayores. Esa sí que es una buena noticia. El juez de paz le ha dicho a la maestra que sea la última vez que envía a niñas como yo a cuidar de su hijo, que si necesita una niñera que la pague o se arriesga a que le ponga una multa y le abra un expediente que podría costarle el trabajo. A lo mejor le quitan el título y no puede ejercer.

      Por la noche, el juez de paz ha traído a mi casa el libro de botánica que me prometió. Tiene imágenes y todo. Me lo pienso leer de cabo a rabo y dibujar las que más me gusten.

      El Juez enseña a mi padre una carta que le ha enviado Luisito el de Pozaldez, un pobre que viene todos los años a las fiestas del pueblo. Es bajito, alegre, regordete y bonachón. Se queda dos días y duerme en casa de alguien importante.

      En su pueblo, Pozaldez, trabaja acarreando agua o ayudando a echar uva a los cestos en las vendimias. Poca cosa para vivir todo el año, por eso va de fiesta en fiesta, ofreciendo sus servicios a quien lo quiera escuchar.

      Nosotros lo escuchamos y por eso conocemos mucho a ese pobre ambulante. Viene a nuestra casa-bar y mis padres le dan comida, ropa y conversación. Allí, en el canto de piedra que está a la puerta, nos sentamos a escuchar lo que pasa en los pueblos de su recorrido.

      Cuando hace mal tiempo no sale de casa. Se dedica a escribir cartas a sus amigos y a las personas importantes de cada uno de los pueblos que recorrerá cuando llegue el buen tiempo. Pueblos de Valladolid, Segovia, Salamanca y Ávila. Pueblos como el mío en el que los niños lo siguen y los mayores lo ayudan como pueden.

      Mi padre le dice al Juez que Luisito es un hombre bueno, que ha tenido la desgracia de quedarse solo. Sus padres murieron cuando él era pequeño. Como es bajito (bastante más que mi padre y eso que mi padre no fue a la mili por lo bajo que es) y como el maestro de su pueblo era un hombre bueno, lo dejó ir a la escuela hasta los veinte años. La gente de allí lo ayuda para que no le falte comida. Es pobre, pero buena persona. Cuando dejó la escuela, comenzó a andar por los caminos y a ir por los pueblos durante las fiestas. No pide, canta, baila y recita poemas, por la voluntad. Como canta mal y baila peor, algunas personas le dan lo que pueden para que no cante ni baile. Mi padre sí, mi padre le deja cantar y bailar y él se pone muy contento. Inventa poemas y canciones: Echo un baile a estas mozas y a los mozos del lugar y a los padres les deseo que casen bien a sus mozas con mucha felicidad. Así son sus canciones-poemas, así es Luisito el de Pozaldez: optimista, alegre y saltarín.

      Lo que más nos gusta a mi padre y mí es que cuente lo que ha visto por los caminos, lo que pasa en los otros pueblos, lo que pasa en su propio pueblo. Durante el invierno no sale a los caminos, pero siempre le escribe una carta a mi padre, en ella le cuenta quién se ha casado, quién ha muerto, quién ha tenido un hijo. Mi padre le contesta y le cuenta las novedades que hay en nuestro pueblo. De esa forma, Luisito el de Pozaldez mantiene informadas a sus amistades y recibe correspondencia que le sirve de compañía.

      Cada vez que viene al pueblo, duerme en una casa diferente. Solo se queda dos noches (la Guardia Civil tiene prohibido que los pobres se queden más días en el pueblo) pero nadie debe preocuparse por él. Es limpio, no se emborracha, no da problemas y pregunta por cada miembro de la familia. Y siempre, antes de marcharse a seguir el camino, nos invita: espero que vengáis a la función de mi pueblo, Pozaldez, que es el 20 de mayo, San Boal.

      Los pobres están siempre de paso. A veces se sientan con nosotros en la solana, se toman un chato en el bar, si es que en el bar alguien los invita, incluso hay alguno que se pasa por la iglesia a rezar a sus muertos. Suelen venir de uno en uno. Cada pobre viene un día distinto de la semana. Son pobres conocidos, que tienen nombres sencillos, normalmente relacionados con su aspecto: el tío del saco, el cojo, el chepudo. Otras veces, no se ve, a simple vista, cuál será su nombre. Por ejemplo: doctor, ingeniero, licenciado. También hay nombres como los de las personas que no son ricas pero tampoco pobres de pedir: Pedrito el de Toro o Luisito el de Pozaldez. Conozco a todos los que pasan por mi pueblo. No sé si tienen el mismo nombre en todos los pueblos por los que pasan. Mi padre dice que algunos sí y otros no.

      Lo que le ha dicho mi padre al juez de paz, lo ha convencido. Este año, cuando venga a las fiestas, Luisito el de Pozaldez ya tiene habitación para dormir. Dormirá, nada más y nada menos, que en la casa del juez de paz. A ver quién es el guapo que se mete con él.

      CARAMELOS DE ALCANFOR

      Mi casa no es como otras casas de mi pueblo en las que todas las habitaciones están abajo. La mía es como otras casas (muy pocas) que están partidas en dos: la parte de abajo, donde está la cocina, la sala y el corral; y la parte de arriba, donde están los dormitorios y el desván. En mi casa, abajo están la cocina, el bar y la cuadra. No tenemos corral, ni gallinas, ni caballos, ni vacas, ni nada de eso. Tenemos la cuadra y allí están las cubas y garrafas con vino, las botellas con refrescos y todo lo que se necesita para el bar.

      Al fondo de la cuadra está el callejón, que es como un pasillo estrecho y oscuro. En el callejón está el cubo de las aguas menores y mayores. La cuadra tiene luz, pero el callejón no. A mí no me gusta entrar en el callejón, para eso voy al corral de mi abuelo. Cuando no puedo aguantarme tengo que ir al callejón y las paso canutas. Para


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