Alicia en el país de la alegría. Nieves Álvarez
me mete miedo.
—La mano negra viene a buscarte, Alicia. Ya está llegando, ¿la ves? Cuando llegue te cogerá por los pelos (cuando dice esto me agarra del pelo y tira hacia arriba) y te llevará a un lugar oscuro, muy oscuro, del que no podrás salir.
Yo grito, lloro, pataleo, pero no puedo escapar de su mano negra. Mi hermano no quiere que se lo diga a mis padres, me amenaza con darme una paliza si se lo cuento. Pero un día, cuando me estaba amenazando con la mano negra, lo pilló mi padre, me tiraba del pelo mientras repetía lo de la mano negra.
—Pero qué haces, desgraciado, ¿no ves que tu hermana lo está pasando mal? ¿Eso es lo que aprendes en los estudios? ¿Es que no te he dicho una y mil veces que no debemos hacer sufrir a los demás y estás torturando a tu hermana? ¡Vete! Quítate de mi vista antes de que recibas de tu propia medicina.
—Pero si estamos jugando, no te enfades conmigo, es un juego.
—Jugar es otra cosa. No creo que a tu hermana le guste nada ese juego. Torturar a otra persona no es un juego y yo no quiero en mi casa a un torturador ¿me has entendido o quieres que te lo repita de otra manera?
Mi padre estaba muy enfadado, nunca lo he visto tan enfadado. Incluso mi hermano se asustó con la reprimenda.
—Lo siento —dice mi hermano—, no volverá a suceder.
—No, a mí no. Debes pedir perdón a tu hermana, es a ella a la que estabas asustando. Me parece mentira que un hijo mío pueda hacer algo así.
—Lo siento, hermanita, no volveré a asustarte nunca más.
Mi hermano ha cumplido su palabra. No me ha vuelto a asustar con eso de la mano negra, ni con nada. Ahora, cuando habla conmigo, es mucho más cariñoso y no me mete miedo. Incluso juega con nosotros al juego de las sombras y nos cuenta historias muy divertidas.
Un día conté a Mari Puri lo de la mano negra. Ella dijo que eso no era nada, y me contó algo de su hermano que no le ha contado nunca a nadie. Dice que, cuando está sola con él, se pone una careta de carnaval, la arrincona, le baja las bragas, le toca el culo y hace cochinadas. Para que no grite le tapa la boca. Mari Puri tiene razón, eso da más miedo que lo de la mano negra, dónde va a parar. Mi hermano nunca me ha bajado las bragas. Eso es mucho peor que lo del marido de la maestra. No se lo ha contado a sus padres porque piensa que no la van a creer. Cuando su hermano está en casa se esconde, está aterrorizada. Le he propuesto contárselo a mi padre, para que él se lo cuente al suyo, pero tampoco quiere.
Desde que mi amiga me ha contado lo que me ha contado, estoy preocupada. Algo tengo que hacer, no puedo dejarla sola en esto. Lo mejor sería contárselo al Juez o a la maestra. Sí, voy a casa de la maestra y se lo cuento.
—¿No será una fantasía tuya, Alicia? ¿Me estás diciendo la verdad?
—Estoy diciendo lo que me ha contado Mari Puri, ella no quiere que lo sepa nadie. Si se entera de que se lo estoy contando a usted se enfadará mucho, pero es que no sabía qué hacer.
—Has hecho muy bien, pero no se lo digas a nadie más ¿de acuerdo? Olvídate del tema. Seguro que no tiene tanta importancia.
—Pero no le diga a nadie que yo se lo he contado.
—No te preocupes Alicia, ya verás como todo se resuelve.
No sé si doña Elena habló con alguien, si se lo contó al padre o a la madre de Mari Puri. Un día Mari Puri me dijo:
—¿Te acuerdas de aquello que te conté sobre mi hermano? Pues no era verdad.
No podía creer que mi amiga me hubiese contado una mentira tan gorda. Ese mismo día se lo dije a doña Elena. Ella me sonrió y dijo:
—Lo importante, Alicia, es que todo está bien ahora ¿no? Tú actuaste bien, querías ayudar a tu amiga. Puedes quedarte tranquila, porque la has ayudado.
—Entonces... ¿lo que me dijo Mari Puri era verdad o era mentira?
—Deja de pensar en ese tema, Alicia, no te preocupes más.
No puedo dejar de preocuparme, Mari Puri está muy rara conmigo últimamente. Yo creo que sabe que conté a la maestra lo que ella me contó en secreto. Y no sé qué hacer, no quiero dejar de ser su amiga.
—Mari Puri, quiero pedirte perdón.
—¿Por qué?
—Le conté a la maestra la mentira que me contaste sobre tu hermano.
—¿Fuiste tú? No tienes que pedirme perdón, gracias a la maestra mi hermano ya no me hace esas cosas.
—Entonces... ¿Era verdad o era mentira?
—Era verdad, Alicia, pero ahora no quiero pensar en ello. Mi hermano está en Galicia, no vendrá en mucho tiempo y cuando vuelva será distinto. Dice mi padre que necesita jarabe de palo, y que donde está lo meterán en cintura. Allí sabrá lo que es bueno.
Los hermanos mayores, a veces, no saben cuánto nos hacen sufrir a sus hermanas pequeñas.
Mari Loli dice que las niñas sufrimos más que los niños. Creo que tiene razón. Dice, por ejemplo, que su hermana mayor ¡sangra todo los meses! Y que a todas las mujeres les pasa lo mismo. Como no me lo puedo creer, se lo he preguntado a mi hermana. Dice que es verdad, que a ella también le pasa, y que a mí me pasará algún día. He querido saber más.
—¡Madre mía! Y... ¿cuándo se empieza a sangrar?
—Eso depende de lo desarrollada que esté la niña.
—¿Qué es eso de estar desarrollada? ¿Y yo? ¿Cómo estoy yo de desarrollada? ¿Cuándo empezaré a sangrar?
—Tú tardarás más que yo. Estás muy alta pero poco desarrollada.
También se lo he preguntado a mi madre, pero ella me ha dicho lo que me dice todo el mundo, siempre:
—No te preocupes, aún eres muy pequeña, ya habrá tiempo de preocuparse por eso cuando seas mayor.
—Pero es que yo quiero saber cómo se sabe.
—Mira, hija, si un día, al hacer pis, ves que tienes sangre en las braguitas, me lo dices. Entonces te lo cuento todo. Ahora no es el momento ni puedo entretenerme más. Estaría bueno, no tengo otra cosa que hacer que responder a tus preguntitas todo el día de Dios.
O sea, que es cierto: lo que le pasa a la hermana de Mari Loli y a mi hermana, también nos va a pasar a nosotras. ¡Madre mía! Les pasa a todas las mujeres del universo. No me parece justo. Yo quiero seguir siendo niña para siempre, no quiero ser otra cosa, ni sangrar, ni ser mayor. Los mayores son muy extraños y les pasan cosas muy extrañas. No hay quien los comprenda.
MALDITA GUERRA
Leer es estupendo. En mi casa todo el mundo lee. Yo leo todo lo que pillo, como ya sé leer... Bueno, sé leer, pero no sé leer tan bien, tan bien, como lee mi padre, que además de leer sabe explicar todo lo que lee como si se lo supiese de memoria. A mí me gusta, sobre todo, leer cuentos, pero también leo libros. Bueno, eso ya os lo he contado ¿no?
Me gustan todos los libros. Bueno, todos, no. No me gustan los libros de guerras, peleas y cosas así. Cuando dos se pelean no gana el que tiene razón, sino el que tiene más fuerza o más armas. Entonces, ¿por qué se pelea? Bastaría contar las armas que tiene cada uno y medir la fuerza. Así, sin pelear, se sabría quién es el vencedor. Se diría: de acuerdo, para ti la perra gorda. Y se acabó.
Mi padre lee todos los días cuando vuelve del trabajo. Y eso que viene muy cansado. Tan cansado como un perro, suele decir. Que debe de ser mucho, porque el Barri (el perro de Mari Puri) está siempre tumbado.
Mi padre ha leído casi todos los libros que tiene el boticario. Y eso que el boticario tiene muchos, muchos, pero que muchos libros. Yo lo sé porque un día fui a la botica. No es que yo quisiera ir a la botica, pero mi padre me dijo que fuese a la botica y fui. No estaba nadie enfermo, no.