El hijo del viento blanco. Derzu Kazak
entre recóndito e inalcanzable y, por más que se esforzó, nunca pudo conocerlo íntimamente. Una muralla de misterio lo separaba de lo humano; mientras que el grupo Rockefeller le fascinaba. El solo pensar en él hacía que sus ojos, cuál un fuego frío e inesperado, se inflamaran en una máscara. También adoptó su consigna para enriquecerse y ser aceptado: “solo mediante una notoria pose de filantropía podía esperar conquistar y seducir a la opinión pública”.
Sus Bancos con un poderío financiero infernal con fuertes inversiones en una galaxia de empresas multinacionales de primerísima línea, girando a su alrededor en trayectorias espiraloides invariablemente crecientes: Boeing, ITT, Caterpillar, NCR, General Electric, NBC, RKO, Associated Press, SHELL, Standard Oil, ConocoPhillips, Exxon Mobil, Chevron, HSBC, Banco de Boston, Fundación Rockefeller, Casa Morgan, US Steel, GM, JP Morgan Chase... además de otras 34 compañías petroleras, Reynolds Tobacco Co., United Aircraft, Colgate Palmolive y otros descomunales conglomerados que abrazan con sus fortísimos tentáculos el Planeta, absorbiendo por osmosis a sus contrincantes, produciendo una ilimitada multiplicidad de bienes de consumo y regulando sus precios internacionales.
De las gigantescas corporaciones descendían interminablemente torrentes de dinero que se represan en los insondables Bancos, con miles de filiales diseminadas estratégicamente en toda la faz de la Tierra. El control financiero del mundo. El único que importa en este tiempo.
El sueño de Liza Forrestal.
Aún le faltaban bastantes peldaños para hacerlo, pero había descubierto una escalera de la altitud adecuada. ¡Y la custodiaba un antropoide idiota!
El tener que supeditarse para alcanzar su clímax financiero de un mestizo del tercer mundo la ponía histérica. Pero despojar a un primate es más fácil que meterse contra una caterva de hienas famélicas apeteciendo el mismo trozo de carne fresca.
Liza Forrestal, como un aristocratic bloodhound, detectaba un negocio de los grandes. Tan desmesurado, que se jugaba en una mesa de póker gran parte de sus empresas en una apuesta de tahúres ladinamente planificada. Si ganaba, y lo daba por seguro, dominaría la transacción de la energía en el mundo entero.
El negocio parecía endiabladamente sencillo. Buscaba la exclusividad en la exploración, que ya había logrado, y la explotación, que debía adjudicarse, de los hidrocarburos y minerales metalíferos estratégicos: litio, cromo, vanadio, manganeso, oro, torio, tantalio, asbesto, uranio y tierras raras… de casi medio continente americano.
Pensaba en Andinia…
Seleccionó concienzudamente su séquito y formó la “Corporación de Inversiones de Riesgo Andinia”: CIRA, que encubría bajo una inocente sigla, un poderío económico varias veces superior al del país que esperaba “desarrollar”. Naturalmente, Liza Forrestal acaparó la Presidencia.
En sus despachos del Forrestal Trade & Financial Center en Manhattan, ubicados a escasos trescientos metros del lugar donde estaban las torres gemelas, sus asesores se movían en una maraña de ordenadores y vademécum, de imágenes satelitales que describían el suelo a conquistar con claridad y precisión, y los informes de campo que sus geólogos recogieron durante los últimos cinco años. Había invertido cientos de millones de dólares. La semilla que rendiría el mil por uno.
El orden y la eficiencia rayaban lo patológico. Los supremos cerebros con los más sofisticados equipos, como perros galgos que avistan la liebre, perseguían implacables un solo objetivo: Lograr el acuerdo exclusivo entre el Gobierno de Andinia y la Corporación.
Solo faltaba el “OK” del Presidente de Andinia. Pero ese hombre no tenía precio. O su ambición superaba lo normal.
Al menos, no tenía precio conocido...
Desde el helipuerto, en la terraza de su palacio, llegaba el zumbante silbar de las turbinas acompasado por el zag… zag… zag… de las aspas de su helicóptero dorado. Un ascensor la llevó directamente al lado; respondió con un ligero ademán el servil saludo de los pilotos y ascendió a los cielos neoyorquinos rumbo al penhause del Forrestal Trade & Financial Center.
Sobre un fastuoso escritorio de caoba y lapislázuli, Lucifer, de irreprochable etiqueta, con un siniestro mohín de expectación y masticando el vértice de un habano de azufre, aguardaba jugando al solitario.
Capítulo 9
Intihuasi - Andinia
– Quién diría que el chiquillo que conocí en aquel caserío polvoriento y solitario es ahora el Presidente de Andinia, y no solamente el Presidente, sino el hombre que quiere transformar este país en el Paraíso Terrenal…
– Soy en gran parte su obra. Firmemente me motivó durante años a sostener ideales altos.
– Hijo mío, creo que en tu caso exageras. Lograr el cielo en la tierra llevará muchos miles de años… si es que está permitido al hombre lograrlo. El hombre no está preparado para ser un ángel. Pienso que la transformación de la conciencia es muchísimo más lenta que la tecnológica y, además, parece que vamos en camino descendente...
– Pero si no se intenta, nunca se logrará...
– Sr. Presidente...
– Por favor, Don Ezequiel, llámeme Carlos, como cuando estaba en su casa de España. Para Ud. no soy ni seré nunca el Presidente, más bien diría que su generosidad me permitió capacitarme como letrado y ahora, necesito nuevamente su ayuda para llegar a serlo.
– Ser Presidente no es hacer mi voluntad ni lo que el pueblo quiere, sino lo que el pueblo necesita. Uno “es” Presidente cuando funciona como tal, cuando tiene visión de estadista y lucha por el bien de todos; no cuando calienta con sus nalgas este dorado sillón. Mis nalgas son superdotadas y puedo garantizar a mi pueblo que calentaré el asiento, pero no sé si tengo pasta de estadista.
– La modestia no es una virtud cardinal de la política, amigo mío, pero creo que tú eres el único Presidente que conozco que no es político. Será una experiencia interesante… ver qué hace un bohemio lleno de ilusiones al frente de un país del tercer mundo con más problemas que habitantes.
– No me considero un bohemio. Estoy tomando decisiones trascendentales en mi vida y le pido a Dios que me ilumine. ¿Qué opina de mis ideales de gobierno?
– ¿Ideales? Yo le llamaría utopías. Deberías leer «la República» de Platón, aunque dudo que te agrade, más a tu estilo serían «La Ciudad de Dios» de San Agustín y quizás, las experiencias de Savonarola en Florencia. Fue la única utopía que funcionó bien… hasta que lo quemaron vivo. Las utopías tienen muchos enemigos, y muy peligrosos.
– Una vida sin peligros es una vida no vivida plenamente. El que no lucha por su puesto en el mundo es arrastrado como un tronco por la corriente y no tiene destino propio. Respondió Altamirano.
– ¿Así que piensas ejercer el gobierno guiándote por las enseñanzas de Jesús de Nazaret, en lugar de las compiladas por los tratadistas profanos durante siglos?
– No es mala idea, aunque también a Jesús lo crucificaron. Dios sabe bastante más que los hombres. Recuerda también que Jesús dijo que su reino no es de este mundo… Por lo menos sabemos que los resultados de los sistemas vigentes no fueron muy satisfactorios.
– ¿Resultados? La gente nunca fue feliz. Ni siquiera cubren sus necesidades más esenciales.
– ¿Acaso cree Ud. que aquí se aplicó alguna vez la justicia? ¿Que algún político pensó más de un segundo en el pueblo que le dio la confianza con su voto? ¿Que Andinia tiene porvenir por el camino que hemos recorrido en los últimos cien años?
– No, mi querido maestro. Andinia produjo ingentes riquezas que salieron del país equitativamente repartidas entre los gigantescos bolsillos de los que robaron desde el poder y los insaciables socios que tenían afuera. Aunque parezca increíble… ¡hemos tenido presidentes que eran capos del narcotráfico y tenía a sus lugartenientes en los puestos claves de gobierno! ¡Robaron hasta la esperanza del pueblo! Y