El árbol de los elfos. Tamara Gutierrez Pardo

El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo


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derechazo volvió a dejarle K.O., se quedó sin respuesta. Me di la vuelta, de nuevo enfadada y dolida, ambas cosas de un topetazo, y caminé aprisa, marcando los pasos con una amargura que se clavó en lo más hondo de mi ser.

      Mi garganta era presa de un nudo gigantesco y cruel que la estrangulaba con sus manos de decepción, desilusión, angustia y dolor. Lo único que quería hacer ahora era marcharme lejos y llorar. Llorar hasta que el sol asomara en el horizonte. Sabía que lo nuestro era muy complicado, debido a Rilam, que no habíamos hecho las cosas bien, yo también odiaba herirle, pero que Noram se rindiera con esa facilidad…

      —Espera —me llamó él de repente, corriendo hacia mí.

      Logró alcanzarme y me sujetó del brazo, obligándome a darme la vuelta en su dirección. Me pilló completamente por sorpresa, no me lo esperaba. El giro fue tan rápido, que cuando me di cuenta mi cuerpo prácticamente se estaba estrellando contra el suyo. Su rostro y el mío apenas se distanciaban unos mínimos centímetros. Mi estómago, toda mi anatomía, vibró con contundencia, palpitante… Nuestros ojos se reencontraron y me quedé sin respiración…

      Pero, de pronto, mi cabello se elevó y la tierra tembló.

      Ambos, sorprendidos, miramos hacia abajo para descubrir que el terreno se estaba abriendo en dos. Una enorme grieta lo recorría a gran velocidad, pasando entre nuestros pies.

      Y, entonces, los árboles de atrás comenzaron a ser arrancados y arrastrados al vacío.

      El viento se volvió huracanado, revolvía mi pelo en todas direcciones. El agujero formado por la grieta se hacía cada vez más enorme conforme la tierra temblaba, arrastrándolo todo hacia una intensa y penetrante oscuridad. Árboles, arbustos, helechos, animales, incluso el cielo nocturno junto a sus estrellas eran succionados hacia esa nada profunda, hacia esas tinieblas infinitas con forma de vórtice.

      —Mierda, ¡corre! —gritó Noram, obligándome a espabilar con un tirón.

      Me arrastró con él durante varios metros, hasta que al fin reaccioné y empecé a correr a su lado, cogida de su mano.

      La corteza de un árbol rugió con agonía y casi al mismo tiempo su copa se desmoronaba sobre nosotros. Giré la vista hacia el árbol y lo detuve mentalmente, con mi telequinesia. Las ramas y hojas, alargadas hacia nosotros como una súplica, se quedaron bloqueadas, hasta que Noram las transformó en miles de semillas de dientes de león que salieron volando y se dispersaron por todas partes. Continuamos huyendo por el bosque, con el huracán, la grieta y ese terreno que vibraba violentamente pisándonos los talones, como si de un terremoto se tratase.

      Llegamos hasta el campamento, donde Dorcal y Mherl dormían plácidamente.

      —¡Arriba, vamos! —avisó Noram.

      —¿Qué ocurre? —quiso saber Dorcal, soñoliento.

      —¡El bosque está siendo succionado, tenemos que irnos!

      —¡¿Cómo?! —exclamó Mherl.

      El cisne y el buscador se levantaron con precipitación. Dorcal invocó a los caballos y esta vez los cuatro corceles alados de ese brillante color verde colibrí aparecieron con unos relinches hostigados por las ansias de correr.

      —¡Cuidado! —chilló Mherl al mirar atrás.

      Otro abeto gigante se desplomaba, amenazando nuestras cabezas. Noram se giró, rechinando los dientes, y lo transformó en un millar de alargadas plumas bermejas. Se deslizaron sobre nosotros con un vaivén alocado, pero súbitamente fueron absorbidas por la hendidura del terreno antes de que regresaran a su forma original.

      —¡Vamos! —apremió Dorcal.

      Nos subimos a los equinos y emprendimos la huida justo cuando el vórtice de la grieta alcanzaba nuestra posición.

      —¡¿Qué está pasando?! —inquirió Mherl, sin poder dejar de observar lo que ocurría abajo.

      —Esta realidad paralela se está desmoronando, la Tierra se está muriendo —respondió el buscador, muy serio y grave—. No podemos perder más tiempo, debemos encontrar el trozo del árbol cuanto antes.

      Intentamos ascender un poco más, pero todo era tan caótico, que los equinos daban bandazos, encabritados.

      —¡Los caballos están muy nerviosos! —advirtió Noram.

      Mherl bajó los párpados y comenzó a acariciar al suyo. Con su don manejaba el estado emocional, así que no tardó en conseguir que su corcel se calmara. Los otros tres fueron los siguientes en tranquilizarse también bajo el influjo de su don. Gracias a eso, pudimos elevarnos por encima de las copas de los árboles.

      Miré atrás, pero solo por un segundo. Lo que se veía era demasiado aterrador y devastador como para poder soportarlo. Tras ese agujero negro que succionaba todo el bosque no quedaba nada. Nada. Una inmensa y desoladora oscuridad. Ese horror se sumó a mi propio desconsuelo. Apreté los párpados y me obligué a fijar la vista al frente.

      Pero entonces mis pupilas se toparon con Noram. La devastación tomó todo mi cuerpo cuando él también me miró y bajó el rostro, ni siquiera era capaz de sostener sus ojos con los míos. Entonces, me di cuenta. Mis palabras en el bosque no habían servido de nada. Noram estaba confuso, todavía sentía dudas, y eso precisamente pronosticaba su sentencia, porque alguien que está dispuesto a darlo todo por amor juega todas sus cartas, contra quien sea, pero él seguía sin querer jugar en serio. Una vez más, Noram iba a dejarse ganar. Aunque aún no lo supiera, él ya había tomado su decisión. Y lo peor de todo es que yo sabía que me amaba, que me amaba de verdad. Pero iba a dejarse ganar…

      Mis lágrimas brotaron sin control, ya no podía retenerlas. Todo esto era… era demasiado para mí. Esta dimensión se desmoronaba, la Tierra se moría…, y mi corazón herido parecía irse también por ese agujero negro, perdiéndose en la nada…

      No aguantaba más. Me puse mi capucha marrón y seguí llorando en silencio durante todo el trayecto.

      Habíamos volado durante horas, huyendo de ese agujero negro que lo succionaba todo, hasta que no quedó vestigio del mismo, ni siquiera un suave rumor. Fue entonces, más allá del amanecer, cuando Dorcal decidió aterrizar. Teníamos que descansar.

      El pequeño claro nos acogió con una tranquilidad que contrastaba con lo que habíamos dejado atrás. Retiré mi capucha hacia atrás y seguí a mis compañeros. Eso hizo que me percatara de que me había perdido la salida del sol, y todo por pensar tanto en Noram.

      Maldita sea…

      Nos sentamos en la hierba, formando un círculo, para tratar de esbozar alguna estrategia o plan. Noram se sentó justo frente a mí y esta vez fui yo la que aparté el rostro para evitar su mirada, la cual ya me estaba examinando.

      Mi desconsuelo y desilusión, una vez desalojados y desahogados, se habían ido transformando en rabia y furia paulatinamente. Sí, estaba dolida. Y muy cabreada. Enfadada por que quisiera «cederme» a Rilam sin siquiera contar conmigo, como si mi opinión no importara, por que se rindiera con esa facilidad.

      Dorcal cerró los ojos y se sumió en concentración.

      —¿Puedes sentir mejor al árbol ahora? —le preguntó Mherl.

      —Está… todo confuso —masculló Dorcal, como si le costara.

      Mira, como Noram.

      —¿Confuso? —se extrañó el cisne.

      —Sí, confuso, ¿no sabes lo que es eso? —intervine con una acidez que se me escapó automáticamente. No por él, por supuesto. Dirigí mi intencionada mirada a Noram—. Es alguien que no sabe lo que quiere. Que te lo explique Noram, él sabe mucho sobre eso.

      Dorcal abrió un ojo para observarnos cuando su concentración se vino al traste. El zorro se vio sorprendido por mi flecha envenenada de reproche en una primera instancia, pero


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