El árbol de los elfos. Tamara Gutierrez Pardo
mientras tanto, entrecerrando los párpados—. Siento su presencia cerca, pero a la vez siento que está lejos. Es… una sensación muy extraña.
—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Mherl.
Dorcal suspiró.
—No tengo ni idea —admitió sin más.
—Estupendo —espiró el cisne, tirando un hueso al hoyo.
—Pero iremos hacia el norte. Tengo la absoluta certeza de que se encuentra allí —afirmó no obstante el buscador.
—Bueno, algo es algo.
Uno de los leños chasqueó, disparando algunas chispas, y el silencio se adueñó del pequeño claro en el que nos habíamos instalado para pasar una larga noche.
Sin saber la razón, mis párpados se abrieron en mitad de la extraña película que estaba teniendo lugar en mi cabeza. No había oído ningún ruido extraño, y mi sueño estaba siendo plácido y tranquilo, pero algo hizo que me despertara. Lo primero con lo que se toparon mis ojos fue con el techo arbóreo que nos cubría. Por un instante, me quedé fascinada por su belleza, por esa explosión de hojas y ramas que se mecían con la suave brisa en un dulce baile y se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Jamás había visto algo parecido…
Pero esa no había sido la razón por la que me había despertado.
Me incorporé para girarme hacia el saco de Noram y comprobé que estaba vacío. Me inquieté. ¿Dónde estaba?
Sin dudarlo, me levanté sin hacer el más mínimo sonido, vigilando a Dorcal y Mherl, y abandoné el sencillo campamento.
Me moví por el bosque con cautela, rebuscando en cada rincón, en cada sombra. La penumbra hacía que el follaje se pareciera mucho, tanto, que cualquier mortal hubiera pensado que había pasado por el mismo sitio dos veces. Pero los elfos teníamos un sentido de la orientación sobrenatural en la naturaleza. Mi instinto, aletargado durante toda mi existencia, se activó en un chasquido de dedos, como si los árboles, el bosque, el cielo y las estrellas hubieran encendido un interruptor. Supe sin ninguna duda por dónde moverme, cuál era el camino de regreso. Eso me dio confianza.
El canto de los grillos y el ulular de los búhos era lo único que se escuchaba, por todas partes, hasta que otro sonido llamó mi atención. Una exhalación alargada, una exhalación llena de preocupación, de angustia…
Noram…
Estaba de pie, apoyado en el tronco de un árbol, con su cabeza apuntando hacia el cielo nocturno y una cara tan triste que me aguijoneó el pecho. Nunca había visto así a Noram.
Me aproximé a él con paso presto, muy preocupada, y me paré a una distancia prudencial. Noram me vio y ladeó el rostro para mirarme. Lo sesgó de nuevo para dejarlo en la misma posición en la que estaba.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Las hojas de los árboles se mecieron con la brisa, dejando un rastro silencioso tras su alargado y revoltoso siseo.
—Estaba pensando —respondió finalmente.
—¿En qué?
—En Rebast… Pero sobre todo en Breth. En Lugh… —Bajó el semblante, hundido por esto último.
—Lo que dijo Lugh no lo dijo en serio, no lo sentía de verdad. Estaba dolido, cegado por el dolor de la pérdida. Tú no tuviste la culpa, ¿me oyes? Deja de culparte.
—Estaba tan inmerso en Rebast… Fui un imbécil al pensar que podía ganarle —murmuró, apretando los puños—. Podía haberle detenido utilizando mi don, podía haberle cedido los honores a Rilam o a cualquier otro, pero preferí un combate de igual a igual. ¿Cómo fui tan estúpido?
—No digas eso —me opuse, acercándome a él de un movimiento impulsivo. Noram levantó la vista, sorprendido. Todavía había tristeza en esos ojos verde turquesa. Odiaba verle así—. Lo hiciste genial, fue espectacular, pusiste a Rebast en aprietos, se quedó a cuadros al ver tus habilidades con el boomerang. Le hubieras ganado si no hubiera jugado sucio.
—Creo que tienes demasiada fe en mí. —Me regaló una sonrisa desvaída.
—Por supuesto que tengo fe en ti. Creo en ti, siempre he creído. Sé que eres el mejor.
Noram volvió a sorprenderse al ver que lo decía totalmente en serio. Sin embargo, la culpabilidad pareció barrer esa sorpresa.
—Si fuera el mejor, Breth no estaría muerta ahora —objetó, afligido.
—Te repito que tú no tienes la culpa. Todos sabemos luchar, y todos sabemos a qué nos enfrentamos en una batalla, somos guerreros, todos sabemos las consecuencias, las asumimos. Breth también lo sabía, e hizo lo que le dictó su corazón y su conciencia. El único culpable que hay aquí es Rebast. Él fue quien la mató, no tú.
—Pero…
Me abalancé sobre él y le abracé con fuerza, acallándole. Noram se quedó paralizado por mi acción, pude escuchar el jadeo que se escapó por su boca. Pero sus brazos no lo dudaron y, sin darse cuenta, me correspondieron, apretándome contra su pecho. Al contrario que un elfo completo, que era algo más delgado aunque atlético, el cuerpo de Noram era fuerte, musculoso y fornido, pero cómodo y cálido. Exhalé, sintiendo cómo toda la electricidad de la atracción recorría mi organismo al completo, y arrimé mi nariz a su cuello para inhalar su magnética fragancia natural.
Le había echado tanto, tanto de menos…
Ya fue imparable. De nuevo la urgencia de disfrutar de su compañía a cada segundo se estampó contra mi corazón con ansiedad, sacudiéndolo, solo que, esta vez, el deseo de que permaneciera conmigo para siempre me invadió con la fuerza de un tsunami. Una vez que eso estalló dentro de mí, las ganas de luchar por él se volvieron vitales, algo casi a vida o muerte. Sí, no podía vivir sin él, lo sentía en cada célula de mi organismo, en cada átomo, en cada punto brillante de mi ser, de mi aura. Noram y yo teníamos una conexión que no se podía romper. Este año había sido agónico para mí, mi corazón se había detenido aquel día en la estación, cuando Noram se había obligado a subir al tren. Desde entonces mi corazón se había ido marchitando poco a poco, día a día. Pero ahora volvía a tenerle aquí conmigo y mi corazón había renacido con más fuerza que nunca. No, ya no podía dejarle marchar, no podía dejar que se volviera a alejar de mí. No, ya no podía seguir fingiendo que no había nada entre nosotros. Le necesitaba. Necesitaba sentirle, tenerle, entregarme a él… Le amaba con toda, toda mi alma, de un modo que me sobrecogía incluso a mí misma.
—Si ella no hubiera muerto para salvarte, lo hubiera hecho yo —susurré con un nudo en la garganta—. Me hubiera sacrificado por ti.
Noram, a pesar del estremecimiento que le provocaron mis palabras, movió la cabeza para poner su rostro frente al mío.
—No digas eso, ¿me oyes? —me riñó un poco, entre susurros.
—Sabes que lo hubiera hecho —murmuré, pegando mi frente a la suya para rozarla—. Daría mi vida por ti sin pensarlo.
Ese contacto logró que se rindiera.
—Y yo por ti —afirmó.
Ambos ya habíamos bajado los párpados y ahora exhalábamos, embrujados el uno por el otro. Nunca habíamos estado tan, tan cerca, con esta intimidad… Enseguida sentí esa energía electrizante danzando a nuestro alrededor, esa química preñada de amor y erotismo, aunque en esta ocasión multiplicada por diez mil, por cien mil. Siempre la había entre nosotros, desde niños. Era una energía cálida, tórrida, vibrante, espiritual, mágica, sexual. Yo nunca había sabido interpretarla, hasta que finalmente acabé dándome cuenta de lo que eso significaba. Era atracción. La atracción de dos seres que están locamente enamorados. Siempre habíamos estado enamorados.
Las placenteras descargas eléctricas del interior más íntimo y bajo de mi abdomen aumentaron, suplicándome que me fundiera con él. Mi