El árbol de los elfos. Tamara Gutierrez Pardo
quedado muy sorprendido por mi intervención—. Bueno, quiero… quiero decir, le… necesitamos para la misión. Debemos acudir los trece guerreros.
—De nada sirve un guerrero si no está dispuesto a luchar de verdad —me replicó Dorcal, con la vista clavada en Noram.
El pequeño habitáculo reverberó cuando un camión de reparto pasó a pocos metros de la entrada del callejón. Ambos mantenían la mirada. Hasta que Noram por fin claudicó.
—De acuerdo —suspiró.
Terminó quitándose la gorra, la sudadera y la camiseta que llevaba puestas, dejando su increíble torso al descubierto por un instante. Un instante que yo aproveché bien, a pesar de mi rubor y una primera intención de sesgar la mirada que resultó infructuosa. Los elfos carecíamos de todo vello corporal, y Noram, al parecer, no era una excepción en eso. Ya estaba más que acostumbrada a ver cuerpos esculturales y perfectos, los elfos éramos delgados, atléticos, bien proporcionados y bellos, pero esa tez de chocolate con leche se empeñaba en resaltar esa fuerte musculatura de la que solamente gozaban los híbridos todavía más. Y el tatuaje de su espalda realzaba ese lado canalla, rebelde e indómito de chico malo. Señor, no era el momento, pero no podía evitar sentirme atraída hacia él. Llevaba tantos años sintiéndolo… Tantos años deseándole, amándole en secreto, reprimiendo mis sentimientos…
Él, ajeno a mi babeo, se quitó las deportivas y los pantalones, quedándose en unos boxes bien rellenos. Uf, señor… A este paso se iba a inundar la cabina del coche con mis babas. No pude eludir el pellizco abrasador que sentí entre los muslos, y esta vez sí, aparté la mirada con urgencia, antes de que Dorcal y Mherl se percataran de mi sonrojo sofocado. Noram se cubrió con la camiseta interior sin mangas y comenzó a vestirse con su uniforme de color ocre como pudo mientras ya estábamos en marcha, subiéndose el pantalón y poniéndose esa camisa que siempre llevaba remangada y dejaba a la vista esos antebrazos tan fuertes...
Qué calor hacía aquí…
Nuestros uniformes eran más o menos similares. De estilo militar, no se diferenciaban mucho de los uniformes de combate sin camuflaje de cualquier fuerza armada humana. Estaban confeccionados con una tela cómoda de distinto cromatismo, según nuestro signo, y se ceñían bien al cuerpo, para que nada entorpeciera el movimiento en una posible batalla. También iban provistos de una amplia capucha que nos ocultaba el rostro cuando era necesario y que era de gran ayuda contra las inclemencias del tiempo. Las mujeres contábamos, además, con un cinturón que enmarcaba nuestra cintura por encima de la camisa y que lo hacía más femenino, y el largo de esa prenda también era un poco más corto. Una armadura mágica del mismo color, con nuestro signo grabado, se activaba y se desplegaba en caso de lucha, cubriendo las zonas más vulnerables, pero era tan ergonómica, ligera y flexible, que apenas se notaba cuando la tenías activada. El dibujo de nuestro signo cosido en la zona del corazón y unas buenas botas militares terminaban de conformar ese uniforme tan honorífico para los Guerreros Elfos que había ido evolucinado a lo largo de los siglos.
Y Noram estaba espectacular con su uniforme…
Uf, sí, hacía demasiado calor aquí dentro.
La indumentaria de los Buscadores, en contraposición, constaba de una sencilla camisola de manga larga, unos pantalones, unas botas y su preciada y característica capa. Debido a la exclusividad que había requerido la tarea de buscar el árbol durante siglos, se habían quedado bastante anclados en el pasado.
La ciudad de Krabul pasó por la ventanilla del coche a una velocidad moderada. Observé a los transeúntes mientras Mherl y Dorcal comentaban los detalles de la misión. Iban y venían, de todas partes, continuando con una rutina engañosa e irreal, una rutina auto impuesta. Los humanos seguían viviendo en una burbuja de fantasía, aferrándose a su pasado, ese pasado que había destruido su propio hogar. Se iban a sus puestos de trabajo, unos trabajos inútiles y estériles que únicamente servían para alimentar esa burbuja, puesto que, si todo salía mal, si la realidad salía mal, la supervivencia en la Tierra estaba sentenciada. Esa gente parecía ignorar a propósito que su vida pendía de un hilo, y tampoco hacía nada para arreglarlo. Todo el trabajo lo delegaban en nosotros, y en Rebast, a quien tenían por un auténtico héroe por haber encontrado otro planeta habitable en el cual «supuestamente» trabajaba de manera totalmente altruista; ignoraban por completo sus trapicheos con la mafia. Los humanos se habían planteado muy seriamente emigrar a Elgon una vez terminada su edificación y acondicionamiento, y continuaban con sus estériles y superficiales vidas como si nada ocurriera. Por un momento me cuestioné el sentido de esta misión, incluso tuve que darle la razón al discurso de Rebast.
Cabeceé para espabilarme. No, ese no era el cometido de un elfo. Nuestro cometido era salvaguardar la naturaleza, la Tierra. Lo demás era rendirse, y a mí no me habían enseñado eso.
Los rascacielos y los edificios fueron quedándose atrás paulatinamente, dejando un rastro de pequeñas casas; la mayoría de ellas estaban abandonadas. La carretera, antes transitada, ahora comenzaba a estar más bien desierta.
—Deberíamos abandonar el coche aquí y seguir a pie —opinó Noram.
—El control queda a varios kilómetros —objetó Mherl—. No podremos salir de la Ciudad Oxígeno si no lo hacemos por allí.
—Mira a tu alrededor. No hay ni un coche, ¿no crees que seremos un blanco fácil para Rebast?
—En realidad, Noram tiene razón —apoyó Dorcal—. No podemos continuar en coche, los matones de Rebast están por todas partes. Les extrañará ver un todo terreno circulando por estas carreteras y le darán el aviso. Además, el coche se está quedando sin batería, y por aquí no hay ningún sitio donde recargarlo.
—¿Y cómo vamos a pasar por el control? —preguntó Mherl, desconcertado—. Los guardias no nos dejarán pasar si vamos a pie. La Ciudad Oxígeno más cercana queda a miles de kilómetros, se preguntarán adónde vamos.
—Ojalá fuéramos como Ela —suspiré, echándola de menos—. Con su don seríamos invisibles y pasaríamos por el control sin problema.
—No nos hará falta ser invisibles —dijo Dorcal, escudriñando algo en el exterior. Luego, sus pupilas se dirigieron a Noram gracias al retrovisor—. Noram conoce un atajo, ¿verdad?
Mherl volvió a contemplarle desde su asiento, bajando las cejas con una mezcla de estupor y extrañeza.
—¿Un atajo? —me sorprendí, mirándole. Entonces, recordé que me había mencionado que ya había estado fuera.
Pero Noram parecía abstraído.
—¿Qué? —despertó, perdido. Sus ojos oscilaron hacia mí, hacia Dorcal, y entonces espabiló—. Ah, sí, un atajo. ¿Cómo sabes que…?
—Los Buscadores sabemos muchas cosas —se adelantó Dorcal.
—¿Y vamos a fiarnos de él? —desaprobó Mherl con cierto desprecio—. Es un desastre, nunca hace nada en serio.
Esperé a que Noram se defendiera con una de sus típicas contestaciones de chico malo, o le diera la vuelta con una de sus bromas, pero no lo hizo.
—Si tienes un plan mejor —le instó Dorcal.
Los labios de Mherl se mantuvieron sellados, a su pesar.
—Detén el coche aquí —pidió Noram.
El buscador aparcó junto a una casa abandonada y ocultamos el vehículo con la tierra árida de los alrededores para que diera la impresión de que también había sido abandonado hacía tiempo. No nos costó mucho, toda la tecnología, incluida la de la automoción, hacía muchos años que también había sido saqueada por las mafias, quienes la usaban solo para beneficio propio en armamento, laboratorios, naves espaciales y un largo etcétera en el que también se incluía todo lo relacionado con el planeta Elgon, por lo que los coches con los que transitábamos se habían quedado estancados en el pasado y solían ser modelos viejos y anticuados. Era otra forma de someter al pueblo. Sacamos nuestras armas del maletero (la de Noram ya sin funda) e iniciamos la marcha a