El árbol de los elfos. Tamara Gutierrez Pardo

El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo


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y bromista.

      —Noram —murmuró Rebast, y por un momento su mirada se llenó de una añoranza bañada por el cariño. Pero todo eso se esfumó cuando vio la determinación de su antiguo discípulo—. Eres como un hijo para mí, no quiero luchar contra ti.

      —Pues entonces dame el árbol.

      —No puedo. Este árbol representa la destrucción.

      Me estremecí al contemplar el árbol una vez más. Mezclar en la misma frase «árbol» con «destrucción», y más siendo el Árbol de los Elfos, tan débil, tan vulnerable en estos instantes, me encogió el alma. Era algo que iba contra natura para un elfo. ¿Cómo podía Rebast insinuar siquiera algo así? Ese elfo se había vuelto loco, no encontraba otra explicación. Breth me lo ratificó con otra de sus claras miradas.

      —Ese pequeño árbol es la esperanza de la Tierra —rebatió el Gobernador.

      —La Tierra ya está demasiado corrompida, ¿de qué iba a servir su repoblación? —arguyó Rebast, enfadado—. Los humanos, al principio, respetarían a la Madre Naturaleza, pero ya sabemos lo corto de su memoria, ya sabemos lo débiles y egoístas que son, lo caprichosos que son. Pronto volverán a destruir para fines propios, no saben vivir de otra manera, han sido demasiados siglos de abusos para beneficio propio. Son los asesinos de la Tierra; asesinos en serie. No tienen rehabilitación. Cuando todo esto se les olvide, que será pronto, volverán a anhelar lo que tenían, su modo de vida, sus posesiones, sus riquezas, y lo querrán de inmediato. Entonces volverán a destruir, a contaminar, a terminar con especies enteras. Aunque la repobláramos, la Tierra ya no tiene futuro.

      —Aun así, es nuestra obligación protegerla y cuidarla. Ese es nuestro cometido como elfos, por eso la Madre Naturaleza nos ha dotado de magia.

      —¡La Madre Naturaleza nos ha abandonado! —chilló Rebast. Automáticamente, mis pupilas deambularon hasta Noram. Había cuadrado los hombros y se había puesto en posición de ataque. Eso me alarmó, pues nadie conocía tan bien a Rebast como él. Cuando miré a Breth, ella tenía los ojos abiertos como platos. Rebast continuó acto seguido con un dolor extraño, un tanto ido—. ¿No lo ves? Vuestros métodos no funcionan. —Y, de pronto, su semblante se puso duro como el acero, así como su voz—. No tenemos elección, Glirod.

      Su mano apretó el pequeño tronco del Árbol de los Elfos. Esta vez a Breth no le dio tiempo a emitir ni una palabra.

      —¡NOOO! —bramó Noram, saltando hacia él.

      —¡Noram! —chilló Jän casi a la vez.

      Pero ya fue demasiado tarde. La mano de Rebast apretó del todo y se escuchó un traumático crack. Se oyó un chillido. Un chillido agudo que transmitía un dolor indescriptible, como si la misma Tierra lo hubiera lanzado desde lo más profundo de su ser, desde lo más hondo de su núcleo. El árbol explotó, despidiendo varios halos de una luz blanca, cegadora, que hizo que nos tuviéramos que cubrir. Antes de que Noram empujara a Rebast, los encendidos trozos del Árbol de los Elfos, a mis ojos descuartizados, salieron disparados hacia el agujero de la cubierta, perdiéndose en la oscuridad de la noche.

      Los gritos despavoridos y el caos se desataron en el estadio. Jamás había visto a un elfo en ese estado; ver a toda una multitud de elfos corriendo sin rumbo, aterrorizados, me impactó. Esto era un atentado terrorista.

      Rebast y Noram aterrizaron en el suelo, cada uno derrapando a un lado. Ambos se pusieron en pie de inmediato, envarándose.

      —¡Maldito científico chiflado, ¿qué has hecho?! —Lloró Noram, impotente, arrojando el boomerang hacia su mentor. Este se agachó a tiempo y lo evitó.

      El resto de guerreros, con Jän a la cabeza, nos unimos a él, activando nuestras armas y nuestras armaduras al segundo. Sin embargo, Rebast también estaba bien acompañado por sus particulares matones, los cuales hicieron desaparecer sus ensordecedores quads mágicos en tanto caían de pie. Rilam se adelantó, dejando patente que él seguía siendo el líder, y comenzó una batalla sin cuartel.

      Breth me miró, y en su mirada vi el terror de la incertidumbre. Pero también vi la resolución de la lucha en ella. Una resolución imparable. Una resolución a vida o muerte por nuestra amada Tierra, por nosotros, por nuestro amor.

      Siempre había tenido plena confianza en sus dotes de lucha, jamás había tenido ni una duda con respecto a su seguridad, pues Breth sabía cuidarse muy bien sola. Pero esta vez fue diferente. Por primera vez, tuve un presentimiento gélido y aterrador. El miedo a perderla se plantó frente a mis narices con tanta inminencia, que la peor de las corazonadas me ahogó durante unos segundos.

      Iba a hablarle, aunque ella podía ver todos mis pensamientos. Como buena guerrera, Breth hizo caso omiso a mi cabeza y le devolvió toda su atención a la contienda que teníamos delante. Lanzó su hoz y se enzarzó en una pelea con uno de los guerreros de Rebast.

      —No es necesario que hagas esto, ven conmigo —le pidió Rebast a Noram entre tanto—. Te daré el mejor puesto en Elgon, junto a mí, y ambos gobernaremos. Allí nadie te juzgará por ser híbrido. Nadie te menospreciará jamás, ya no tendrás que sufrir más humillaciones.

      —No —respondió Noram, apretando la dentadura con rabia al tiempo que su rostro seguía bañándose en lágrimas.

      Mientras bloqueaba el ataque de mi rival y le clavaba mi hacha, vi cómo los ojos de Noram oscilaban hacia Jän involuntariamente. Ella, para desgracia de Rilam, no dejaba de mirar a Noram intermitentemente, velando por su seguridad, mientras disparaba con su arco. Ese zorro descuidado no llevaba su uniforme, y por tanto, no gozaba de armadura ni protección alguna.

      —Ella también puede venir —continuó Rebast—. En Elgon podréis amaros libremente, podrá ser tu esposa. —Las pupilas de Noram se desplazaron hasta él automáticamente—. Legalizaré el matrimonio entre elfos e híbridos, o humanos. Todo el mundo será libre de casarse con quien quiera.

      Noram guardó silencio.

      —Estás detenido, Rebast —se obligó a pronunciar, raspando la frase.

      El rostro de Rebast sufrió una bofetada de desilusión.

      —Cometes un error.

      —Entrégate.

      —¿Por salvar a la raza humana y a la élfica? No —replicó Rebast.

      —Por aliarte a las mafias, por dejar que financien tu proyecto en Elgon, por dejar que te corrompan. Y sobre todo por haber destruido el Árbol de los Elfos, por querer destruir a la Tierra.

      Rebast no le prestó ni la más mínima atención al final de la acusación. En cambio, le dio más importancia a la primera parte.

      —¿Corromperme? ¿Ellos? ¿A mí? —Ese elfo loco soltó una risotada contundente.

      Jän no dejaba de atender a Noram, y eso también distraía un poco a Rilam.

      —Te has dejado comprar. —El tono del zorro sonó con una furia dolida—. Desde el momento en que aceptaste su dinero y sus medios, ya te manchaste las manos.

      —Lo acepté porque era necesario —replicó su mentor, ahora más serio—. Tenía que hacerlo para poder cumplir con mi cometido. No había otra forma.

      —Esos humanos son peligrosos. Son asesinos, van armados, acabarán contigo cuando tengan otro imperio en Elgon y ya no te necesiten.

      —¿Peligrosos? —Otra risotada salió a borbotones por la garganta de Rebast—. Sí, ellos creen que llevan la batuta, que pueden controlarme, pero es parte del juego, de mi estrategia. La realidad es que esos ilusos ignorantes no tienen nada que hacer contra mí, nada. Solo son unos simples e insignificantes humanos, ni siquiera sus armas pueden doblegarme. —Entonces, Rebast alzó los brazos al igual que haría un ser supremo—. ¡Yo soy el dueño del mundo!

      Después de su respuesta, el guerrero zorro frunció el ceño, estudiando a Rebast con una mezcla de incredulidad y horror.

      —No puedo creerlo


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