El árbol de los elfos. Tamara Gutierrez Pardo

El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo


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al resto. Sabía que nadie iba a ser capaz de separarme de ella, de su cuerpo.

      Reparé en que todos los guerreros estaban a nuestro alrededor. Había un silencio sepulcral en ellos, en el estadio, el cual estaba vacío. Todos los elfos del público habían huido como ratas. Ninguno de mis compañeros se atrevió a moverse. Alcé el semblante y miré sus caras, una a una. Estaba buscando una en concreto.

      Noram estaba pálido, a pesar de su tez oscura.

      —¡Apártate, maldito híbrido! —le chillé, iracundo, empujándole. Noram se cayó en el suelo, de espaldas, destrozado. Pero no me importó. Lo único que importaba era que Breth estaba muerta. Estaba muerta por salvar a ese miserable medio humano. La rabia y el dolor se aunaron para salir despedidos de mi garganta con vida propia—. ¡Todo ha sido por tu culpa! ¡Tú tenías que haber muerto, no ella!

      Me volví hacia Breth, ya arrepentido por mis propias palabras, y continué con mi duelo, llorando sobre su cuerpo sin vida.

      —¡Noram, espera! —escuché que gritaba Jän mientras se alejaba.

      —Vamos —oí que murmuraba el Gobernador al resto de nuevo, cabizbajo.

      Y el silencio y la soledad se hicieron aún más desoladores en la propia negrura de mi corazón.

      El horizonte era una línea desigual, angulosa y abrupta que separaba la zona de la ciudad con el cielo del atardecer. Ambos bandos eran de colores mortecinos, casi extintos. Los edificios y rascacielos, en tonos azulados y grises, algunas veces incluso rojizos moribundos, contrastaban con el color ceniza del firmamento. Una nube perpetua de un polvo arenoso cubría la atmósfera sobre la membrana élfica que cubría la urbe; aquí dentro, en la Ciudad Oxígeno de Krabul, el aire era seco y árido, pesado, apenas fluctuaba entre los rascacielos apagados y envejecidos. Me apoyé en la barandilla siempre pulcra de esta azotea de la Atalaya Élfica, el lugar donde los elfos celebrábamos ceremonias y ritos desde nuestra migración de los bosques, ritos en ocasiones demasiado tristes, como el de hoy.

      —El funeral ha sido duro —suspiró Berrof.

      Sí, lo había sido. Ver al pobre Lugh derrumbándose sobre el féretro, del que no se había despegado en ningún momento, en el Cementerio de los Elfos, llorando sin consuelo mientras se aferraba a él, había sido muy duro. Habían tenido que arrancarlo casi literalmente entre varios para poder realizar el sepulcro, y cuando habían terminado de colocar la pesada losa, habían tenido que convencerle para que no la levantara.

      —Ha sido horrible —musitó Lu, al hilo de mi recuerdo.

      —Lugh sigue en el cementerio, y creo que se quedará allí varios días —dijo Krombo.

      —Habrá que vigilarlo —opinó Mherl—. Es capaz de no comer ni beber, puede que termine cometiendo una locura.

      Hubo un suspiro general y la cúpula del silencio nos cubrió herméticamente.

      Un cabello azul atrapó la zona más alejada de mi campo visual, pero fue suficiente para que girara el rostro. Zheoris, la guerrera caballo de mar, estaba sola, apoyada sobre la barandilla, observando el paisaje. Parecía bastante nostálgica. Me pregunté por qué siempre era tan solitaria, pues no era una chica tímida como yo; al contrario, Zheoris era una chica atrevida, decidida, además de inteligente y brillante. Pero solitaria.

      Zheoris se percató de mi miraba absorta en ella. Cuando sesgó el semblante hacia mí y me clavó sus ojos naranjas, aparté los míos, apurada.

      —¿Qué va a ser de nosotros ahora? —se preguntó Krombo en voz alta.

      —Ya no hay esperanza —susurró Tôrprof.

      —Siempre la hay —contradijo Ela con su voz optimista y risueña de siempre—. Tiene que haberla. —Observó a Jän, pero ella tenía la mirada perdida—. ¿Cómo está Noram? —le preguntó.

      Aunque lo había hecho en voz baja, Rilam se puso tenso al instante y Jän se dio cuenta. Le observó con cautela, y respondió de la misma forma.

      —No sé nada de él desde que se marchó del estadio, pero no lo está pasando bien con todo esto —le respondió con un timbre roto—. Y encima Rebast es su mentor, para él ha sido todo un mazazo.

      —Debió ser más responsable —criticó Rilam de repente.

      Jän se volvió hacia él.

      —¿Tú también le echas la culpa? —exhaló, afligida.

      —Debió dejármelo a mí —escupió él, rabioso—. Nada de esto hubiera ocurrido. —Y se alejó, empujándola con su hombro.

      Me quedé mirando cómo se apoyaba en la barandilla, algunos metros más alejado que Zheoris. Sentí lástima por Rilam, era un buen chico, pero también podía sentir empatía por Jän y Noram. Estaba segura de que si Jän y Noram pudieran elegir, no hubieran escogido enamorarse, pero, por suerte o por desgracia, el amor no se elegía. Yo lo sabía muy bien.

      La guerrera ciervo bajó la vista al suelo. Ela rodeó su brazo para consolarla.

      —Solo está dolido, no le hagas caso. Ni siquiera él cree sus propias palabras.

      —Pero tiene razón —intervino Lu, mirando a Jän con dureza—. Noram es un híbrido, no tenía que haberse enfrentado a Rebast, no está preparado para combatir contra un elfo completo. Ni siquiera goza de poderes totales.

      Jän levantó la vista súbitamente, se deshizo del abrazo de su amiga y se encaró con el guerrero serpiente.

      —Si es un Guerrero Elfo, es por algo. Noram es mitad humano, sí, pero también es un elfo, y goza de su don como guerrero, es tan válido como cualquiera de nosotros. Es muy ágil y astuto, más que algunos de los que presumen aquí con su don y toda su magia élfica incluida.

      —¿Ah, sí? Ni siquiera gana un combate de la Competición Anual.

      —Porque no quiere, estúpido.

      Lu frunció el ceño.

      —Vale, vale, vale —terció Ela, metiéndose entre los dos. Apartó a su amiga y la miró a los ojos—. Cálmate, todos estamos un poco tensos hoy. No es el mejor día para esto.

      La guerrera ciervo tomó aire para tratar de relajarse.

      —Sí, tienes razón.

      De pronto, el Gobernador apareció por la puerta, llamando la atención de todos, incluida la de Zheoris y Rilam en la distancia. Su faz era indescriptible. Mezclaba a la vez prisa con inquietud y urgencia.

      —Chicos, tenéis que venir ahora mismo.

      ¿Qué pasaba ahora?

      Abandonamos la azotea y bajamos las empinadas escaleras de la torre a toda velocidad, siguiendo los pasos del Gobernador, hasta que accedimos a la planta baja. El Salón Ceremonial se abrió ante nosotros. Habíamos estado esa tarde, pero jamás podía dejar de admirar el mosaico de su suelo, sus altas columnas doradas y su techo abovedado adornado con molduras de yeso color oro. Me sorprendió ver a los Buscadores allí, tan nerviosos y acuciantes como el Gobernador.

      Parecía que habían aprendido la lección y que ahora tomaban más precauciones. ¿Sería por alguna razón en especial?

      —Oh, al fin estáis aquí —dijo Dorcal, acercándose a su vez. Escudriñó al grupo—. Falta gente.

      —Lugh no está en condiciones de venir, y Noram… —Jän se pasó la mano por su larga, lisa y brillante cabellera de color teca, apesadumbrada—. Bueno, Noram no sabemos dónde está.

      —Ese chico zorro siempre hace lo mismo —refunfuñó Sâsh.


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