El árbol de los elfos. Tamara Gutierrez Pardo

El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo


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vistazo a Breth, aunque sabía que era la mejor. Gracias a su don, podía adivinar los movimientos de sus rivales antes de que sus extremidades pudieran ejecutarlos, por lo que siempre se anticipaba al ataque (excepto con Rilam; sus movimientos eran ultrasónicos). Para ella era un juego de niños. Pero, aun así…, sentía una acidez extraña en la garganta.

      Parte de mi atención regresó a Rebast. Noram tenía algo personal contra él, por lo que todos le cedimos su espacio, pero si no podía con él, el siguiente en pasar a la acción sería yo.

      —Si no estás conmigo, estarás contra mí —gruñó Rebast, dolido por la reacción de su discípulo.

      Mi hacha se estrelló contra el escudo de un gigantón. Jamás había visto a un elfo semejante.

      —No me hagas elegir, porque saldrás perdiendo —contestó Noram.

      —El que perderás serás tú —afirmó Rebast, sacando su boomerang negro de la espalda. Las aristas se transformaron en afiladas cuchillas instantáneamente.

      —¡Noram, déjamelo a mí! —le ordenó Rilam. Pero el zorro no le escuchaba. Mantenía ya una agresiva mirada sobre Rebast—. ¡No podrás vencerle!

      —Por supuesto que no —apuntilló Rebast con intención—. Porque yo he sido tu mentor, te he enseñado todo lo que sabes. Jamás podrás vencerme. Y porque yo soy un elfo, y tú solo eres un híbrido.

      —¡No le escuches! —le dijo Rilam a la vez que imponía su lanza sobre el feroz ataque de su rival.

      Mi hacha lo hacía contra el afilado escudo del gigante. Breth le clavaba la hoz a su contrincante sin ningún problema.

      Pero Noram ya estaba arrojando su también afilado boomerang con furia.

      —¡No! —chilló Rilam.

      Rebast contrarrestó con el suyo y ambas armas se cruzaron por el camino. La velocidad del arma de Rebast creó un viento que frenó la velocidad del boomerang de Noram. Los dos boomerangs giraron alrededor del otro, como si estuvieran fintando, y regresaron a las manos de sus dueños.

      Sin embargo, Noram respondió de forma instantánea, abrupta. En cuanto el perfil de madera tocó sus manos, lo arrojó contra Rebast sin darle opción a réplica. Rebast esperó para ver qué medida adoptar, pero se encontró con una sorprendente novedad. El boomerang se movió como si tuviera vida propia, trazando una serie de curvas alocadas que parecían no tener dirección alguna. Para cuando Rebast quiso reaccionar, el arma hacía un quiebro vertiginoso y le rozaba la mejilla.

      Rebast se tocó la línea sangrante de su cara y luego se quedó mirando a su alumno, atónito, al tiempo que el boomerang regresaba con Noram.

      —Sí, este lanzamiento es nuevo —le ratificó el guerrero zorro con una sonrisilla un tanto satisfecha y presumida—. Tú has sido mi mentor y me has enseñado, pero te equivocas en una cosa. No me has enseñado todo lo que sé.

      —Siempre has sido un chico muy listo, y un guerrero impredecible —le concedió Rebast—. Pero tú también te equivocas en una cosa. —Rebast tomó impulso—. ¡Yo no te he enseñado todo lo que sé! —exclamó, arrojando su boomerang.

      Un disparo. Eso fue lo que recibió Noram. Milagrosamente, y tras poner cara de susto, consiguió repeler el boomerang de Rebast en el último momento utilizando el suyo como escudo. El arma de su contrincante rebotó y salió despedido en dirección contraria, pero la potencia del impacto hizo que el de Noram terminara en el suelo. Cayó de canto, y su forma triangular hizo que rodara varios metros.

      Noram recuperó la compostura y rápidamente se apresuró a recoger su boomerang, pero ya fue tarde. Rebast ya estaba disparando de nuevo.

      Cuando Jän vio la velocidad del afilado boomerang, sus ojos se abrieron con horror. Intentó frenarlo con su don, pero el arma llevaba demasiada potencia. En cambio, Rilam se quedó quieto, repentinamente paralizado, observando la escena, observando cómo su mejor amigo estaba a punto de ser abatido.

      —¡NOOO! —chilló Jän.

      Una hoz desvió el boomerang de Rebast, de repente, salvando a Noram. Jän, Rilam, Rebast y yo nos giramos hacia Breth con sorpresa. Pero a mí esa sensación gélida de antes me revolvió el estómago, y en esta ocasión estalló con virulencia dentro de mis tripas.

      Todo sucedió en una milésima de segundo, nadie pudo actuar.

      La furia enrojeció el semblante de Rebast. Breth podía ver los pensamientos, pero con Rebast fue distinto. Su mente estaba enajenada, no actuaba con raciocinio, no planificaba ningún movimiento, actuaba erráticamente, por impulso. De un salto, Rebast cogió la hoz al vuelo. Estaba acostumbrado a coger un boomerang, coger algo más lineal era fácil para él. Y en el mismo aire, a pesar de que Breth lo tenía amarrado con su cadena, lanzó ese filo curvo con todas sus fuerzas, describiendo una serie de arcos que ni la propia Breth había visto en la vida.

      Entonces, el color carmesí de la sangre congeló cada una de mis células, incluso la imagen se quedó estática en mis retinas. Para siempre.

      Breth se miró el pecho con terror, y justo cuando comprobó que tenía la hoz hundida hasta dentro, a través de la armadura, se desplomó en el suelo. Rebast, rechinando los dientes, aprovechó para iniciar la huida, pero fui incapaz de hacer nada para impedirlo. Estaba sintiendo cómo mi corazón me era arrancado por una garra despiadada y feroz, dejándome sin respiración. Era como si me hubieran descuartizado en vida.

      No… ¡NO!

      —¡NOOOOOO! —bramé.

      —¡Vámonos! —ordenó Rebast mientras tanto, replegando a sus guerreros.

      El dolor me recorrió por entero, un dolor insoportable, agudo, transformándose en una furia abrumadora que traspasó todo mi cuerpo como la mecha de una peligrosa bomba. Multipliqué mi hacha y machaqué al gigante con una ira inusitada, sin importarme los modos, ni el honor. De todas formas no importaba, Rebast ya se había montado sobre su pantera y estaba huyendo con los secuaces que le quedaban.

      Corrí hacia Breth como alma que se lleva el diablo.

      —¡BRETH!

      Noram se giró para seguir a Rebast, sin embargo, se quedó trabado en el sitio, confuso, al ver a Breth tendida. Al reparar en lo que había ocurrido, sus ojos se abrieron con espanto. Mis dientes chirriaron, aún con los posos de la rabia. Breth le había salvado la vida, y ese híbrido miserable no se había percatado hasta ahora.

      Me tiré junto a ella, y toda esa cólera volvió a mutar. Al verla ensangrentada, temblorosa, apenas respirando, me invadió el terror y la agonía. No podía creerlo, esto era un mal sueño, una pesadilla.

      —¡Breth, Breth, mírame! —le supliqué, llorando, girando su azulado rostro hacia mí.

      Ella intentó esbozar una sonrisa y, a duras penas, alzó la mano para posarla sobre mi mejilla.

      —Lugh…, no… no soy yo… No soy… tu polo opuesto… —consiguió musitar con la mirada perdida.

      —Claro que no, cielo, eres mi alma gemela —le ratifiqué, agónico.

      —La… la simetría… Acuérdate… de… la simetría. —Ya deliraba. Un hilo de sangre resbaló por la comisura de su labio todavía sonriente, descendiendo hasta su barbilla—. Sé… feliz. Hazlo… por mí.

      —No, ¡no! —Sollocé—. ¡No me digas eso, no vas a morir!

      Pero su hermoso rostro se resbaló entre mis dedos, cayendo a un lado, inerte.

      —¡NOOOOOO!

      Me derrumbé sobre ella, muerto en vida. Sí, porque una parte de mí acababa de morirse con Breth, con mi alma gemela, dejándome desolado.

      Escuché los pasos del Gobernador cuando se acercaron, pero mantuvo un silencio respetuoso y cauto, triste.

      —¡Sálvala! —le supliqué.

      —Ojalá


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