El árbol de los elfos. Tamara Gutierrez Pardo

El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo


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jamás abandonaré la Tierra. Es mi hogar —afirmó Noram.

      Le miré, comprendiéndole. Yo tampoco lo haría.

      —¿Y si Rebast te lo pidiera? —musité, precavida.

      Noram se tomó su tiempo para contestar. Viró el rostro al frente.

      —Rebast fue mi mentor, pero ya ha desaparecido de mi vida —respondió al fin, serio al recordarle—. Ahora es un jodido y forrado capitalista, un mafioso al que solo le importa su empresa y su fortuna. No le ha importado aliarse con las mafias y contribuir al desastre ecológico solo para forrarse con su imperio, y eso no se lo perdonaré jamás. Ya puede construir millones de rascacielos en Elgon, yo jamás me iré allí.

      No pude evitarlo, mi boca se curvó con orgullo hacia él. Era muy loable por su parte esa convicción con la que yo estaba totalmente de acuerdo.

      —¡El ingenioso y sagaz guerrero zorro! —anunciaron los gigantes altavoces.

      —Bueno, allá voy —suspiró, echando a andar sin sacar las manos de sus bolsillos. De repente, se detuvo y giró medio cuerpo para mirarme—. Por cierto, Jän —su boca se curvó con esa travesura que tanto me derretía—, tú estás preciosa. Tus ojos de color miel siguen siendo los ojos más increíbles que he visto en mi vida.

      Los suyos sí que eran increíbles.

      Como siempre, Noram volvió a arrancarme una sonrisa.

      Salió al campo de esa guisa, como el que sale de paseo. Él no recibió la efusividad de los demás, pero al menos tuvo unos aplausos educados y protocolarios, a pesar del desagrado que causó la dejadez de su vestimenta.

      Se plantó frente a Rilam y ambos hicieron un juego con las manos para saludarse antes de un choque de hombros que simulaba un abrazo hermano. Eso me recordó la razón por la que Noram y yo no estábamos juntos. Mi sonrisa se esfumó rápidamente.

      —¡La decidida y persistente guerrera ciervo! —escuché que se anunciaba por megafonía.

      Mi turno.

      Tomé aire, tratando de convencerme a mí misma de esas dos cualidades. Oculté mi melena oscura bajo la capucha de mi capa y, entonces, yo también salí a escena.

      Aunque había empezado de una manera, el combate había dado la vuelta y ahora Zheoris le estaba ganando la batalla a Krombo. El guerrero cuervo manejaba su viento a la perfección, pero eso era una insignificancia para alguien que puede manejar la meteorología a su antojo. Krombo se vio obligado a arrojar una sarta de sus afiladas plumas negras para detener el ataque del tornado de Zheoris. Ella, sorprendida, tuvo que interponer su tridente para bloquearlas. El público clamó con otra sonora y satisfecha exclamación, rompiendo también en aplausos.

      Volví a echarle un vistazo a Jän, incómodo. Observaba el combate, pero también se la veía distraída. No lo contemplaba con atención, no estaba en lo que tenía que estar, no actuaba como lo haría normalmente, estudiando cada detalle, cada movimiento. No. Se notaba que su mente era ajena a todo lo que ocurría alrededor… Al igual que la mía.

      Miré al frente, suspirando. Sabía que esto iba a ocurrir, sabía que mi reencuentro con ella no me iba a resultar nada fácil. Cuadré los hombros, otra vez agitado. No, no había podido olvidarme de ella completamente. Desde que Jän había roto conmigo yo había pasado a ser un manojo de tristeza y soledad, ya no había vuelto a ser el mismo. Si al menos pudiera cerrar el círculo… Pero todavía seguía preguntándome qué había pasado en realidad para que me abandonara, si es que había pasado algo. Aún continuaba preguntándome por qué había roto conmigo, y, aunque Jän quizá lo había estimado más oportuno en su momento, la explicación tan simple e inconclusa que me había dado me carcomía por dentro, mi herida no terminaba de curarse nunca.

      Sin quererlo, recordé sus palabras, nítidas y vívidas, cuando le había preguntado por qué quería dejarlo conmigo.

      —No puedo seguir con esto —me había dicho con lágrimas en los ojos—. No duermo, no como, soy un zombie, porque no dejo de pensar en que esto… —Cerró los ojos, desbordando más lágrimas, y los abrió para continuar hablando—. Si sigo contigo, terminaré haciéndote más daño, es mejor cortarlo ya. Si seguimos juntos, sería engañarte, engañarnos a los dos, y no puedo seguir así.

      —¿Engañarnos a los dos? —Yo buscaba respuestas en sus ojos, desesperado—. ¿Por qué? ¿Por qué dices eso? Creía que estabas bien conmigo, que lo nuestro...

      Enmudecí. Fui incapaz de terminar la frase.

      —Rilam, sabes que lo nuestro no va bien del todo, que siempre nos falta algo. Lo ves desde hace tiempo —me respondió, profundamente apenada.

      Sí, lo había visto desde hacía mucho, mucho tiempo. Pero siempre había sido así entre nosotros, era algo que teníamos asumido y que habíamos aceptado como parte de la relación, que habíamos solventado, ¿qué había cambiado entonces para que ella tomara esa decisión? Y era cierto que la había notado rara, melancólica y nerviosa desde hacía unos meses, ¿qué le había ocurrido a Jän para que todo se precipitara de esa manera? No… no lo entendía. No lo entendí en ese momento y no lo entendía ahora.

      —Lo que sea que te pase puedo arreglarlo —intentaba paliar yo, casi suplicante.

      Pero mi reacción le había causado más lágrimas. Parecía torturarla de algún modo.

      —No se trata de ti, sino de mí, de mis sentimientos. El amor que tú sientes por mí no es el mismo que yo siento por ti, no es del mismo tipo, no puedo seguir engañándote, engañándome a mí también. Ojalá pudiera corresponderte como te mereces, me odio a mí misma por ello, pero no puedo hacerlo. No te merezco. Te mereces a alguien que te ame con todo su corazón, con un corazón tan grande como el tuyo. Pero yo no soy esa persona, no soy tu alma gemela, lo siento. Lo siento.

      Y se había ido, rota por el llanto.

      Noram hacía un par de días que había partido a una de esas locas aventuras suyas que amenazaban con no dejarle volver, y yo me había quedado solo, sin mi mejor amigo ni la chica a la que había amado desde niño. Noram y yo habíamos mantenido comunicación mental, pero, a pesar de su apoyo constante y sus mensajes de ánimo, no había sido lo mismo que si le hubiera tenido aquí.

      Ahora los tres volvíamos a reencontrarnos, sin embargo, ya no era igual. Yo me sentía muy incómodo por la situación, y Jän se notaba que también.

      ¿Le pasaría a ella lo mismo? ¿Sería esa la razón de su distracción? ¿Mi presencia aquí? ¿Estaría pensando en mí, en lo que había dejado atrás? ¿Se arrepentiría? Deseé que así fuera, con todas mis fuerzas, aun sabiendo que ese anhelo no me traería más que sufrimiento y dolor.

      Noram me dio un codazo cuando se colocó a mi lado, despertándome del embrujo de mis pensamientos.

      —Joder, tío, tienes unas pintas horribles —dijo, mirándome de arriba abajo con burla—. ¿Qué te ha pasado? Parece que hayas metido los dedos en un enchufe. ¿Dónde están esas trenzas de elfo que tanto te gustaba llevar antes? Y esa barba, tío. Pareces un náufrago.

      —Yo también me alegro de verte tan bien —le respondí con una acidez bromista—. ¿Dónde te has comprado ese chándal? ¿En un rastrillo de primaria?

      —Ja, ja. —Su sonrisa se amplió—. Bueno, al menos no tienes barriga cervecera. En eso te has cuidado bien.

      —Los elfos nunca tenemos barriga, nuestro cuerpo siempre es escultural.

      —Claro, entonces es por eso.

      —Los híbridos, en cambio… —Y le hice un mohín a la par que contemplaba su


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