El árbol de los elfos. Tamara Gutierrez Pardo

El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo


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llegaron con un silencio que, sin quererlo, invadió la pequeña habitación1.

      —Hombre, si son Jän y Ela. —Berrof sonrió educadamente—. ¿Cómo os trata la vida?

      El guerrero toro era tan alto y ancho, que su espalda apenas fue capaz de encajarse en uno de los asientos del banco.

      —Bien, ¿y a ti? —saludó Ela.

      —No me puedo quejar, sinceramente.

      Lu era la antítesis de Berrof, y cuando tomó asiento a su lado ese contraste no hizo sino quedar más marcado.

      Zheoris, Krombo y Sîtra fueron los siguientes en entrar.

      —Hola —saludaron, excepto Sîtra, que no hablaba y se limitó a sonreír tímidamente.

      —Hola —saludamos los demás, cumpliendo con el protocolo de educación.

      Como todos éramos Guerreros Elfos, nos conocíamos de la academia y la Competición Anual, por lo que teníamos un trato de total compañerismo.

      Pero esto empezaba a parecerse a la sala de espera de una consulta.

      Zheoris se sentó junto a Lu, mientras que Krombo prefirió quedarse de pie, contemplando el peculiar espectáculo de las gradas. Sîtra, tan tímida como siempre, se metió uno de los mechones de su pelo asalmonado detrás de la oreja y, tras echar un rápido vistazo a la habitación, optó por quedarse en una esquina.

      —El público se está impacientando —apunté en voz alta en tanto lo contemplaba.

      Y yo también lo estaba haciendo, aunque por otro motivo. Miré el reloj de la sala, y esa impaciencia aumentó.

      Alguien de la organización se asomó de pronto por la puerta.

      —¿Qué hacéis ahí? Los demás ya están abajo —nos avisó con prisas.

      Automáticamente, intercambié una mirada con Ela. Si los demás ya habían llegado, eso quería decir que él puede que también lo hubiera hecho.

      —¿Ya están abajo? —se sorprendió Krombo, separándose de la pared.

      —Podían habernos avisado antes —protestó Zheoris, ya levantándose.

      Todos nos movimos con rapidez, siguiendo al elfo de la organización. Mientras bajábamos por unas escaleras estrechas mi cerebro no paraba de rumiar y rumiar. Parecía una central eléctrica de emociones, todas encontradas y dispares. Una parte de mí se moría por reencontrarse con Noram, pero la otra estaba muerta de miedo. Desde que se había ido… No sabía cómo iba a reaccionar él, pero tampoco cómo lo haría yo. Y, en medio de todo ese cataclismo de emociones y sentimientos, se encontraba Rilam. Tampoco sabía cómo iba a reaccionar él cuando me viera de nuevo. Sabía que lo había pasado bastante mal desde que le había dejado, no quería hacerle sentir incómodo.

      Suspiré. Esto era una mierda.

      —Tranquila —me cuchicheó Ela.

      Le sonreí. Ella siempre parecía saber lo que me ocurría; seguramente lo sabía mejor que yo misma.

      —Céntrate en los combates —me aconsejó acto seguido.

      En los combates. Entonces se me ocurrió que tal vez tuviera que enfrentarme a Noram; o peor, a Rilam.

      Oh, qué bien, eso me tranquilizaba mucho más. Mi exnovio estaría tan enfadado conmigo, que aprovecharía para darme una buena tunda en el cuadrilátero. Qué estupendo…

      Accedimos al estadio por una puerta metálica, saliendo al banquillo. Las luces blancas me cegaron durante un par de segundos, pero pronto mis pupilas se toparon con Rilam.

      Bravo, la primera en la frente.

      —Hola, Rilam —le saludé, cauta.

      Su cabellera blanca deslumbraba a la vista debido a los focos. Se había dejado una barba descuidada, su pelo estaba despeinado y su aspecto se veía bastante desmejorado. Sus ojos de color café con leche se encontraron con los míos, serios, pero desvió el rostro en otra dirección en cuanto me vio.

      Genial, aún seguía dolido conmigo. Suspiré, tratando de disimular mi malestar e incomodidad, mi culpa.

      Aproveché para mirar en derredor. Mherl se ubicaba en la esquina del banquillo, sentado con las piernas cruzadas, tan elegante como siempre. Nos miró con sus ojos azules y asintió a modo de saludo. También lo hizo Tôrprof, Lugh y su inseparable Breth, quienes parecían estar totalmente sincronizados.

      Pero no había ni rastro de Noram.

      Empecé a ponerme realmente nerviosa. Ya no por no verle, que también, había estado esperando este día durante todo un año, sino porque esto comenzaba a ponerse muy feo para él.

      —Dios, no ha llegado —murmuré para Ela.

      —Eh…

      La contemplé cuando vi que se quedaba sin respuesta. ¿Por qué no la tenía? Ela siempre la tenía.

      —Eh… —repitió mi amiga.

      El organizador observó el palco, donde se sentaba el Consejo de los Elfos al completo junto con el gobernador de la ciudad.

      —Bien, venga, vamos —nos azuzó, estirando el brazo para que ya nos anunciaran por megafonía.

      —Espera —saltó Rilam cuando el chico de la cabina ya estaba asintiendo y dando otra señal—. No estamos todos.

      El elfo pegó un saltito, sorprendido por esa mala noticia que llegaba demasiado tarde. Por megafonía ya estaban anunciando el comienzo del espectáculo.

      —¿Quién falta? —quiso saber, histérico.

      —Nos falta el zorro —reveló Mherl con sorna.

      —¡¿Y dónde demonios está?!

      Eso quisiera saber yo también.

      —Estará en algún gallinero —se burló Lu.

      Algunos de los presentes se rieron por lo bajo, lo que me ofendió.

      —No tengo ni idea —dijo Rilam, ignorando las chanzas—. Llevo todo el día intentando localizarle, pero no he tenido éxito. Noram sabe desconectar su mente como nadie.

      El organizador refunfuñó por lo bajo.

      —¡Señoras y señores, ciudadanos de Krabul, por fin ha llegado el momento: los Guerreros Elfos! —clamó megafonía.

      Otro salto del organizador.

      —Bueno, ahora no tenemos tiempo. Venga, id saliendo según os vayan anunciando.

      —¡Con ustedes, el potente y fuerte guerrero toro!

      —Bueno, me toca ser el primero. —Berrof sonrió.

      Abandonó el banquillo con los brazos en alto, lo cual hizo que el graderío explotara en aplausos.

      Entre Rilam y yo quedó un hueco vacío.

      —Solo espero que el guerrero zorro llegue antes de que sea demasiado tarde —jadeó el organizador, frotándose la frente con la mano.

      —¡El original y creativo guerrero mariposa! —se voceó desde megafonía.

      Tôrprof salió a escena al instante.

      Noté la vista de Rilam sobre mí y sesgué mi semblante en su dirección. Ambos sostuvimos las miradas, y entonces lo percibí. Rilam todavía sentía algo por mí. Los dos apartamos la vista, incómodos.

      —¡El valiente y estratega guerrero caballo!

      —Vamos, vamos —azuzó el organizador, dándole un pequeño empujón a Rilam para que echara a andar.

      El aludido salió al campo saludando al público y yo me sentí temporalmente aliviada.

      Esta


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