El árbol de los elfos. Tamara Gutierrez Pardo

El árbol de los elfos - Tamara Gutierrez Pardo


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Rilam iba a sufrir, pero era la decisión correcta. Para ambos. No había podido ser sincera completamente ni explicarle del todo mis motivos, como me hubiera gustado, pero al menos, por primera vez en mi vida, no seguía el guion que se esperaba de mí, hacía lo que me dictaba el corazón. Hacerle daño había sido como si me hubieran arrancado un brazo, sin embargo, había tenido que llenarme de valentía y determinación, había tenido que tomar esa decisión para que la tristeza y el remordimiento no acabaran engulléndome del todo. Eso hubiera terminado destruyéndome a mí misma.

      Espiré.

      —¡¿Pero dónde demonios estará ese guerrero zorro?! —farfulló el organizador, mirando a todas partes.

      —Estoy aquí.

      Todos nos giramos en su dirección, yo la primera.

      Y mi corazón revivió, renació.

      Noram pasó al banquillo con las manos insertadas en los bolsillos de su pantalón de chándal, tan tranquilo. Mi abdomen y mi corazón, resucitado después de todo un año, ya entraron en órbita en cuanto le vi, creo que incluso el organizador se percató de mi cara enrojecida. Cuando Noram me vio y me miró con esos ojazos, todas esas sensaciones se multiplicaron por mil. Mi estómago era una central eléctrica, y podía sentir mi acelerado pulso golpeándome el pecho con tanta fuerza que su onda expansiva se extendía hasta mi cuello. Nos observamos durante unos segundos, y entonces el tiempo pareció detenerse. Cuando me percaté de que me faltaba el aliento, me vi obligada a apartar la vista para que mi organismo se calmara un poco, aunque su imagen ya se había quedado retenida en mis retinas.

      Su tez oscura, heredada de su madre humana, no hacía más que resaltar esos grandes e intensos faros de color verde turquesa que habían salido de los genes paternos. Era el único elfo que lucía el pelo corto, un cabello negro con reflejos azafranados, una especie de marca a la que se veían sometidos los híbridos, como si la longitud de sus cabellos sirviera para remarcar que eran menos elfos. Sus orejas medio humanas también eran menos puntiagudas que las nuestras. El mestizaje con humanos no estaba muy bien visto, ni entre los elfos, ni entre los propios humanos. Aunque en los primeros veinte años de convivencia el trato había sido correcto (llegando incluso a contagiarnos mutuamente de algunas costumbres, modo de vida y expresiones de la otra raza), la mayoría de los humanos no había comprendido nuestra disciplina y, poco a poco, habían ido aislándonos en comunidades disgregadas para no mezclarse mucho más con nosotros. La acomodada posición económica de la mayoría de los elfos tampoco había ayudado a nuestra imagen. A los elfos eso les había parecido un agravio, otra más de las pruebas que demostraban lo desagradecidos y egoístas que seguían siendo los humanos. Del mismo modo, los humanos tampoco estaban a favor de un híbrido. Pero eso nunca me había importado, Noram era el ser más especial que había conocido. A Rilam tampoco le había importado. Los tres nos habíamos criado juntos, aunque Rilam era su mejor amigo. Era como su hermano.

      ¿Era yo o Noram estaba más impresionante que nunca? Puede que para los demás solo fuera un híbrido, pero a mis ojos ese cuerpazo escultural y ese rostro sumamente atractivo exudaban sensualidad y seducción por todos los poros. Y eso que vestía un chándal.

      Señor, qué calor hacía aquí de repente…

      —¿No decías que habías pasado página? —me cuchicheó Ela, jocosa e insinuante al mismo tiempo, al percatarse de mi estado.

      —Cállate —farfullé.

      Ela soltó una risilla.

      —Ya era hora —resopló Lu.

      —Gracias a los astros —suspiró el organizador.

      —¡La inteligente y avispada guerrera halcón! —anunció megafonía.

      Breth le dio un beso a Lugh y salió al ring.

      —¿Dónde estabas? —quiso saber Zheoris, chistando a la vez que observaba la tranquila llegada de Noram.

      —Por ahí —contestó el zorro sin más, encogiéndose de hombros.

      —¿Vas a salir así? —le regañó el organizador.

      Su ropa deportiva no iba muy acorde con nuestra indumentaria más guerrera.

      —¿Qué pasa? No voy desnudo, ¿no? —La sonrisa listilla y divertida de Noram hizo que, una vez más, el organizador murmurara algo ininteligible.

      —¡La ágil y perspicaz guerrera gato!

      —Mi turno. —Ela tomó aire y salió al campo mientras yo escuchaba los pasos de Noram parándose junto a mí.

      —Suerte —le deseé.

      Me empeñé en fijar la vista en mi amiga. Pero de nada sirvió.

      —Hola, Jän.

      Su susurro dulce alzó mi rostro y lo hizo girar hacia él. Sus ojos verde turquesa me retuvieron en un lugar paradisíaco, como siempre, mientras mi abdomen luchaba por recuperar el aliento y la normalidad, aunque sabía que eso era misión imposible estando junto a él.

      Noram estaba aquí, ¡aquí! No habíamos vuelto a vernos desde que los dos nos habíamos confesado nuestros sentimientos, desde su marcha, y después de no poder verle durante un año por fin le tenía delante. Esto me parecía un sueño. Lo único que ansiaba era abalanzarme sobre él para abrazarle, para besarle, para decirle otra vez cuánto le amaba, cuánto le echaba de menos.

      Pero no podía hacerlo. Ninguno de los dos iba a hacerlo.

      No sé cómo, logré tragarme la estranguladora piedra que había surgido en mi garganta y pude hablar.

      —Hola —murmuré.

      Noram me dio un respiro cuando observó el campo. Le imité, aunque yo para tratar de recuperarme. Rilam, desde la distancia, sonrió al verle allí, se notaba que más tranquilo. Noram le correspondió levantando la mano a la vez que Ela me sonreía a mí y me guiñaba el ojo.

      —¡El intrépido y leal guerrero lobo!

      —Ya creía que no ibas a venir —le regañé, observando la salida de Lugh.

      —Estuve a punto de no hacerlo.

      Le eché un vistazo a su indumentaria.

      —Se nota.

      —Paso de esta movida. Si vengo es para que no me castiguen. Saldré para hacer el paripé, perderé en el primer combate y me largaré de aquí en cuanto pueda.

      Eso le dio una sacudida a mi corazón.

      —¿Vas… a volver a irte?

      «¿Adónde? Llévame contigo», suplicó mi locuaz corazón.

      —Esto es una farsa, es perder el tiempo —continuó, sin dejar de mirar el ring—. Esta competición es una distracción, ¿a quién le importa quién es el líder? Que dispongan uno y ya está, y si no, que siga siéndolo Rilam, todos sabemos que es el mejor. Somos un entretenimiento para esa masa de elfos pasmados y aburridos. El Consejo sabe de sobra que ya no hay árboles, y que probablemente jamás encontraremos el Árbol de los Elfos. Yo he estado fuera y no te imaginas lo desolador que es, no hay vida fuera de las Ciudades Oxígeno, Jän.

      —¿Has estado fuera? —Mi boca se quedó abierta por la sorpresa.

      Noram al fin me miró.

      —Estamos perdiendo el tiempo aquí. Todos los elfos deberían estar buscando el Árbol de los Elfos, no solo un grupo.

      —Nosotros no somos elfos rastreadores, no tenemos ese don.

      —Aun así, deberíamos estar buscando. Toda ayuda es poca.

      Sus ojos bailaron en los míos, convencidos. Fui incapaz de rebatírselo.

      —¡El elegante y refinado guerrero cisne!

      —Quizá deberíamos empezar a hacer como los humanos, asimilar la verdad e ir pensando en marcharnos a Elgon —opiné con voz rendida, volviendo la vista hacia el estadio


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