El despertar del vencejo. Daniel Borrego Lara
Pero creo que, aunque sea por teléfono, voy a tener que repreguntarle un par de cosas.
―Si él te ha dado la opción, pues no te cortes.
―Ya, pero es que hay una cosa que me tiene toda rayada, ¿te acuerdas del incendio que te comenté de sus padres?
―Sí, claro.
―Pues ha salido el tema y, al parecer, el hermano también la palmó en el incendio. Tengo que repasar lo que tengo, pero juraría no haberlo leído por ningún lado.
―Qué raro, tía… ¿quieres que te eche una mano?
―¿Cuál mano, la que tienes pegada al mando de la play?
―No, tía, te juro que termino esta partida, que ya está perdida, echo a estos mamones y me siento en el ordenador a buscar como un loco.
―Te lo agradecería porque estoy que me como las uñas. Además… no sé cómo explicarlo… le he visto unos ojos de trolero que me tienen en ascuas… creo que algo raro hay.
―Lo dicho, me pongo a ello. Un beso.
―Otro.
Kiko salió casi con ganas de vomitar de aquel despacho. No paraba de darle vueltas a lo que había escuchado. Le embargaba una mezcla de impotencia, miedo y vergüenza que le aprisionaba el pecho. Estaba henchido de rabia. Aún recordaba la mañana que había aparecido aquel miserable de Morales en su despacho. Cuando Kiko captó al grupo de empresas Aguilera, casi le hacen un monumento en su entidad. Una firma así solo se consigue por dos vías, o por perseverancia o por agenda. En este caso fue la amistad de su padre con el señor Aguilera la vía de entrada. Pero casi desde que empezaron las relaciones, la persona con la que estuvo bregando siempre fue el contable, Morales, y en negociaciones de más ceros de la cuenta, Ripollet. No soportaba a ninguno de ellos, pero esto no dejaba de ser algo habitual, ya que los contables y los directores financieros eran los encargados de apretarle las clavijas en las negociaciones de precios. Todo el día exigiendo y sacando decimales a los costes financieros, algo que atentaba directamente contra el margen de su cartera y, por ende, su bonus por objetivos. Ese estúpido de Morales era el peor de todos; con su aire de timidez presionaba y presionaba hasta la extenuación. Pero cuando vino aquella mañana cruzó una línea que antes no había cruzado.
Entró, como de costumbre, sin llamar a la puerta. Soltó el puñado de pagarés para descontar encima de la mesa y se sentó, esperando y casi exigiendo con la mirada que dejase aquello que tenía entre manos para ponerme con su empresa.
―Mira, Kiko, tengo que pedirte un favor.
―Lo que quieras, Hugo.
―Hemos empezado a trabajar con unos clientes armenios y necesito que les abras una cuenta. Aquí tienes todo el expediente con la documentación. El administrador, Nicolai, vendrá a firmar la semana que viene. También tienes la documentación de la empresa que vamos a abrir para esta línea de negocio, que va a dedicarse al desarrollo de programas para videojuegos.
―No os pega, la verdad, pero si creéis que tenéis que diversificar tanto la línea de negocio, vosotros mismos. ¿Vais a necesitar algo de extranjero?
―Nada de financiación.
―Ok, pero ya sabes que este tipo de países requieren de una vigilancia reforzada en materia de prevención de blanqueo… espero que esté bastanteado para la semana que viene.
―Kiko, a mí no me des explicaciones de cómo trabaja tu empresa. Yo solo sé que estas dos cuentas deben estar abiertas para la semana que viene.
Cuando ese prepotente se marchó, echó un vistazo a la documentación y, aunque todo parecía estar en regla, algo le olía mal. Además, en la cuenta del grupo no figuraba como apoderado Ripollet ni había solicitado banca en línea, por lo que no pudo evitar llamar a Morales de nuevo al día siguiente para indagar.
―Kiko, no me toques los cojones.
Desde ese momento, supo que esa cuenta le daría quebraderos de cabeza. Pero lo que no se podía figurar es que ese cabrón estuviera metiendo mano en la caja. Eso sí que no. «Ese cabrón va a acabar con mi carrera, mi vida». Iba caminando sin rumbo con una punzada en el pecho que no le dejaba respirar. «¿Qué hago? ¿El SEPBLAC? ¡Joder! Estoy bien jodido», pensó con desesperación. «Tengo que pillarlo con las manos en la masa y ajustarle las cuentas. Sí, eso, voy a pillarle», se dijo enfurecido.
Salió lanzado hacia no sabía dónde buscando a ese bastardo. Pensó en ir a su empresa, pero no, allí no conseguiría nada. Volvió a su despacho y empezó a mirar las cuentas, para ver desde que sucursal había sacado el dinero. Observó que, tal como decía Robles, había transferencias entrantes de extranjero, después transferencias nacionales de la cuenta de Hishev a la de Budi Animados, así como posteriores retiradas de efectivo desde la sucursal de Teatinos. “Claro, por allí vive él”, se dijo. Decidió ir a aquella sucursal y hablar con la cajera.
―Hola, Clara, me gustaría hacerte un par de preguntillas.
―Que sean facilitas, please.
―Para ti, chupadas. Bueno, te cuento. Hay un cliente de mi cartera, la sociedad Budi Animados, del que me gustaría saber algunas operaciones que ha hecho últimamente.
―Si te refieres al contable del grupo Aguilera, siempre quiere billetes grandes y dice que es para atender pagos de minorista del sector de los videojuegos.
―Ah, bien. ¿Y cada cuanto viene, más o menos?
―Los viernes a última hora, antes de irse a su casa.
―O sea, que hoy debería venir a retirar el dinero.
―Supongo. Aunque hoy solo ha venido el amigo, o cliente, o lo que sea.
―¿Cómo el cliente?
―Sí, ese ruso.
―Pero de qué ruso me hablas.
―Pues el de la empresa que hace los traspasos, Hishev Entertainment. Siempre se toman un cafelito en el Bar de la Plaza.
―Ah, vale.
La cara de estupefacción de Kiko debió irradiar extrañeza porque la cajera cambió su expresión, con desconfianza.
―La verdad que son de un raro que no se les puede aguantar. Pero ¿es que no sabías tú estos tejemanejes? Pues está la cosa como para hacer tonterías con los rusos.
―No, no, si están más que controladas esas empresas.
―Ya, ya, bueno chico tú verás, es tu negocio, yo me limito a hacer la operatoria que deberíais hacer vosotros, lo que no quiero es problemas encima.
―Descuida.
―Por cierto, si quieres que te aclare algo el ruso pregúntale tú mismo, casi te lo cruzas.
―¿Cómo?
―Sí, justo antes de llegar tú ha dejado la cuenta tiritando. Vamos, que como le casquen la comisión de mantenimiento se va a quedar en negativo.
―¿Pero es que anda por aquí?
―Pues en el bar de la plaza debe estar, ya que ha salido para allá directo.
―Vale, Clara, muchas gracias.
La “s” del gracias casi no se le escuchó, pues ya estaba saliendo por la puerta de la sucursal.
―Pase y siéntese ―dijo Adánez, visiblemente cansado―. Vamos a ver, Simón. Como ya sabrá, le hemos traído aquí para hacerle varias preguntas acerca de lo sucedido a Hugo Morales.
―Pobre hombre ―dijo Simón, suspirando.
―Bueno, tengo entendido que usted es el vigilante del Centro de Empresas Aguilera en el turno de noche.
―Correcto.
―¿Cuánto tiempo lleva allí trabajando?