El despertar del vencejo. Daniel Borrego Lara
Era un buen hombre y la pena que le había invadido desde la noticia no dejaba de acompañarle. En cualquier caso, hasta que no recibiese instrucciones de sus superiores no declararía haber visto nada fuera de lo común y, mucho menos, haría alusión a la posibilidad de que hubiera grabación alguna. Si se lo pedían, les remitiría a sus superiores, y solo en ese caso le referiría lo observado al señor Aguilera. No quería importunarle lo más mínimo; él era un buen padre de familia.
Toda la mañana llevaba barruntando lo que le diría a su jefe en cuanto le llamase a capítulo. Era la tercera semana de la campaña de planes de pensiones y aún no había conseguido ninguna aportación extraordinaria de ninguno de sus clientes más significativos. Kiko no tenía especial devoción por este tipo de productos, si bien sabía que era de los pocos vehículos para optimizar la fiscalidad del ahorro de sus clientes. Gestionaba una cartera de doscientos clientes con algo más de ciento cincuenta millones de volumen de inversión, siendo el núcleo duro de su balance las diez principales empresas del tejido empresarial malagueño, así como sus directivos y grupos familiares. La entidad financiera para la que trabajaba se caracterizaba por dar muy buen servicio a las empresas con un fuerte grado de internacionalización, siendo el de extranjero el departamento estrella. La mayor parte de su jornada laboral la pasaba visitando clientes en sus respectivos domicilios sociales, si bien cuando se recluía en su cuartel general, situado en la oficina de empresas de calle Larios, sabía que las horas frente al ordenador metiendo datos tenían hora de inicio, pero nunca sabía la hora exacta de finalización.
Estaba incorporando un balance para estudiar una línea de descuento cuando Treviño lo llamó a su despacho. A medida que subía las escaleras iba ensayando los argumentos para rebatir a su jefe. Cuando llegó al despacho detectó al momento que algo no iba bien.
Alonso Robles, jefe de Auditoría, se encontraba sentado junto a su jefe, con cara de circunstancias.
―Buenas Kiko, pasa y cierra la puerta― dijo Treviño con voz hueca ―. Mira, Kiko, está aquí Alonso porque quería preguntarte un par de cosillas que le gustaría que le explicases.
La cara de Kiko se agrietó de golpe. Había tantas cosas por las que a un gestor de empresas lo podrían poner de patitas en la calle que no sabía por dónde le iban a salir.
―Hola, Kiko, ¿cuántos años hace que nos conocemos?… ¿diez?, ¿doce? En todo este tiempo cuando te he preguntado alguna cosa me la has solventado sin pestañear. Espero que en esta ocasión no sea menos, aunque te anticipo que esta vez estoy bastante más preocupado que las otras.
―Bueno, espero que así sea… dispara.
―Hace un par de años abriste unas cuentas a una empresa armenia, Hishev Entertainment. ¿A qué se dedica esta empresa?
―Hmm, creo recordar que a diseño de juegos de ordenador y de consolas.
―¿Y qué facturación tiene?
―Joder, Alonso… pues… unos cuatrocientos o quinientos mil euros creo que tenía en el último balance.
―¿De cuándo es el último balance?
―Te lo miro si quieres, pero del año pasado, no sé si lo tengo actualizado a este año, creo que no.
―Vale, pero entiendo que debe ser una facturación parecida, ¿no?
―Sí, supongo.
―Primera pregunta… ¿qué carajo hace una empresa con esa facturación en tu cartera?
―Bueno, llevas razón, pero las perspectivas eran muy buenas.
―¿Perspectivas en base a qué?
―Pues me la presentó un muy buen cliente, ya que iba a ser su proveedor.
―¿Qué cliente te la presentó?
―Budi Animados S. L., una de las empresas del Grupo Aguilera.
―¡Maravilloso!, ¿y quién es el administrador de esa empresa?
―Emm, ¿de cuál? De Hishev es Nicolai Afeiiev, y de Budi es Aguilera.
―Correcto, ¿y cómo realizan los pagos?
Kiko empezaba a vislumbrar por donde quería ir Robles, por lo que empezó a ponerse a la defensiva.
―Pues de la matriz, en Armenia, pero todo está bastanteado y nunca me ha llegado un aviso de blanqueo de capitales.
―¡Hombreeee!, blanqueo de capitales… bonita palabra. Blanqueo no avisa hasta que avisa.
―Joder Kiko… transferencias desde Armenia, en qué coño estabas pensando, ¡¡tú te crees que puedes jugarte tu carrera con una empresa de mierda!! ―vociferó Treviño.
La tensión iba en aumento, y la cara de circunstancias de Kiko aún más.
―Lo peor de esto no es el hecho en sí, el problema es que yo, que te conozco, puedo pensar que te la han colado por tu afán de hacerle la rosca a esta gente de Aguilera. Pero ya te digo yo que el SEPBLAC va a pensar que hay algo que se nos escapa, y que tú te lo estás llevando crudo ―continuó Robles.
―¿SEPBLAC? pero si ya lo has visto, no tiene tamaño apenas.
―Joder, Kiko, pareces nuevo, qué carajo importa el volumen, el problema es el origen de los fondos, y por cierto… si estuvieras encima de esas empresas pequeñitas verías que por rotación al final suman bastante dinero las transferencias recibidas.
―¿Quién te presentó a este tal Nicolai? ―preguntó Treviño.
―Morales, el contable, es con quien siempre trato del grupo.
―Vale, y este hombre es normal que esté apoderado en las cuentas de las empresas del grupo.
―Bueno, normal, normal, no es, lo habitual es que siempre estén como representantes o el señor Aguilera o Ripollet, el director financiero, aunque en algunas firmas también figura Morales.
―Ok, amigo, pues vete pensando cómo le explicas al SEPBLAC por qué ha ido retirando dinero en efectivo ese Morales.
La cara de Kiko palideció.
6
El hermano del empresario
Anahid estuvo toda la mañana dándole vueltas a la conversación que había mantenido con el señor Aguilera, repasando sus errores y repreguntándose para sus adentros. Sabía que, por más que quisiera, nunca estaría contenta porque era muy exigente consigo misma. Había repasado todas las fuentes habidas y por haber de la prensa malagueña y granadina, así como se había documentado en el registro mercantil. Por más que le daba vueltas había algo que no le cuadraba de la conversación. No sabía si eran paranoias de entrevistadora primeriza o una especial intuición para la mentira que los años pegados a un comerciante curtido en mil batallas le habían inculcado. Cuando preguntó al señor Aguilera sobre su hermano deseó por un instante que la tierra le tragase, pues un error así no se lo podía permitir. De hecho, sabedora de aquel accidente, se había hecho la tonta para que el interpelado no se sintiese incómodo. El caso es que en todas las biografías que había leído solo mencionaban a sus padres como víctimas de aquel incendio, pero no recordaba haber leído que su hermano fuera víctima de aquello. Iba en el coche, meditabunda, y decidió llamar a su novio, pues tenía que descargar tensión contándole cómo le había ido.
―Hola, nene, ¿dónde andas?
Javier, que había tenido que darle al botón de pause y estaba con el teléfono en la oreja mientras sostenía el mando de la PlayStation, contestó con muestras evidentes de querer zanjar aquella conversación en un abrir y cerrar de ojos.
―Cari, estamos en plena final, y tengo que remontar dos goles.
―Joder tío, siempre estás igual, para una vez que necesito hablar… buff… venga adiós.
―No,