Entrenamiento del ciclista. Chris Carmichael

Entrenamiento del ciclista - Chris Carmichael


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deportivo o a un entrenador cuánto mejor hubiesen sido los grandes deportistas del siglo xx de haber entrenado con los métodos actuales. En otras palabras, ¿qué marca hubiese logrado Jesse Owens contra Usain Bolt en los 200 m si Owens hubiese tenido la oportunidad de utilizar la tecnología y los métodos de entrenamiento de hoy en día? ¿Cómo hubiese quedado Taylor Major respecto a Chris Hoy en el velódromo? Por supuesto, nunca lo sabremos, pero conforman un buen cóctel de preguntas para sacar de quicio a un científico deportivo.

      El entrenamiento interválico estructurado apareció en los años treinta, cuando el científico alemán Woldemar Gerschler perfeccionó las prácticas, poco formales pero muy eficaces, que ya empleaban los suecos y fineses, inventores del fartlek, que utilizaba la orografía del terreno para intercalar períodos de intensidad y recuperación en carreras largas. Gerschler aumentó la intensidad de los intervalos, mantuvo los tiempos de recuperación cortos e incluso empleó la frecuencia cardíaca para calibrar la intensidad del esfuerzo. Si te interesa saber más sobre el entrenamiento en esta época, te recomiendo el libro de Neal Bascomb, The Perfect Mile, donde describe los métodos de entrenamiento utilizados por corredores de elite, quienes aspiraban a convertirse en los primeros en recorrer una milla en menos de 4 minutos.

      La ciencia del entrenamiento deportivo dio un significativo paso adelante tras la Segunda Guerra Mundial, en especial gracias a la Guerra Fría. La idea básica sobre la periodización apostaba por cambiar de forma sistemática el objetivo y la carga del entrenamiento para, así, maximizar el impacto positivo del estímulo y la recuperación en las adaptaciones al entrenamiento. Aunque esta idea se había mantenido de varias maneras durante miles de años, alcanzó mayor aceptación, después de que Tudor Bompa, y otros entrenadores del Bloque del Este, empezaran a crear sistemas detallados sobre cómo mejorar el rendimiento y ganar medallas a porrillo. Con los más grandes ejércitos mundiales en tablas perpetuas, los Juegos Olímpicos se convirtieron en un campo de batalla real y simbólico entre el Este y el Oeste. En paralelo a la carrera armamentística y a la conquista del espacio, se libra-ba la batalla por ver quién conseguía más medallas olímpicas. Desde 1945 hasta 1989, aquellas competiciones desatadas por los gobiernos hicieron evolucionar la tecnología más rápidamente de lo que jamás se tuvo constancia en toda la historia de la humanidad. De la misma forma, la Guerra Fría por conseguir la supremacía deportiva también consiguió grandes avances en la ciencia del deporte. Como resultado, en 1990, alcanzamos una comprensión sin precedentes sobre la respuesta del cuerpo al entrenamiento, la altitud, la hidratación, la nutrición y la recuperación. Aún quedaba mucho por aprender, y aún nos queda, pero hoy en día disponemos del mayor conocimiento que jamás haya existido sobre las adaptaciones del ser humano al entrenamiento.

      Desafortunadamente, con los grandes avances concurren horribles abusos. El doping existía antes de la Segunda Guerra Mundial, pero en su gran mayoría care-cía de fundamentos científicos y hasta resultaba algo ridículo, por ejemplo, ¿tomar brandy y fumar antes de subir una montaña? Aplicar la ciencia moderna al entrenamiento nos ha conducido a grandes avances para descifrar cómo se comporta el cuerpo y cómo podemos mejorar el rendimiento. Este conocimiento se ha utilizado para bien y para mal. Por el lado positivo, se ha estructurado la programación del entrenamiento para sacar provecho de la capacidad del cuerpo para adaptarse a períodos de estímulo y recuperación alternativos. Por el lado negativo, los científicos también han aprendido a crear y emplear drogas con el fin de manipular las adaptaciones al entrenamiento. Y lo que es peor, resulta casi imposible separar de forma clara a los científicos honestos de los corruptos, ya que gran parte de la investigación sirve para desarrollar métodos que mejoran el rendimiento, ya sean legales o no. Por ejemplo, los mismos estudios que nos ayudaron a entender el mecanismo y los beneficios del entrenamiento en altura también favorecieron a los tramposos, ya que idearon nuevos métodos de dopaje por vía sanguínea. Siempre que haya deportistas que quieran hacer trampas, habrá científicos y entrenadores dispuestos a pervertir la buena ciencia, pero también habrá deportistas honestos, entrenadores y agencias que luchen contra ellos. El dopaje escribe una de las páginas más desafortunadas y desagradable de la historia de la ciencia y el entrenamiento deportivos. Aunque odio gastar tinta en este asunto, sería un error ignorarlo en esta obra. Vamos mejor a cambiar de tema.

      En los años setenta, cuando empecé a entrenar en serio, disponía de nociones básicas sobre el entrenamiento interválico. Todo se limitaba a dividir las distintas acciones que llevabas a cabo sobre la bicicleta y entrenarlas por separado.

      El lunes, día de descanso, el martes velocidad, el miércoles resistencia, el jueves montaña o prueba de entrenamiento, el viernes vuelta corta, y el fin de semana, competición. Si alguna carrera sobresalía por su importancia, descansabas un poco más de lo habitual durante la semana anterior. En invierno, utilizabas marchas cortas y te centrabas más en la resistencia. A veces, caía alguna carrera de ciclo-cross. Como amateur imitabas todo lo que hacían los profesionales, pero rodabas menos horas y realizabas menos intervalos. En los ochenta, empezaron a aumentar el número de pruebas de laboratorio. Te pinchaban hasta dejarte como un colador, y, así, obtenías tus valores de image. y de umbral anaeróbico, aunque estos resultados no servían demasiado fuera del laboratorio. A mitad de la década de los ochenta podías utilizar un pulsímetro durante las carreras, aunque eran enormes y no demasiado precisos. El Dr. Edmund Burke, fisiólogo del equipo ciclista estadounidense, quien más tarde se convertiría en un gran mentor y buen amigo, fue uno de los primeros científicos en percatarse de que los deportistas de resistencia podían utilizar los rangos de frecuencia cardíaca para dirigir el entrenamiento hacia la obtención de determinadas adaptaciones. Esto representó un gran paso adelante, ya que permitía individualizar las intensidades del entrenamiento en vez de basarse en el ritmo y en la sensación de esfuerzo.

      A principio de los noventa, a medida que se extendió el uso del pulsímetro y que la regulación del ejercicio según la frecuencia cardíaca obtenía una amplia aceptación, se desarrolló en paralelo una nueva tecnología que iba a aumentar la eficacia y la precisión del entrenamiento del ciclismo. Creo que la primera vez que vi un potenciómetro SRM en los noventa fue en los campeonatos mundiales de Japón, en las bicicletas para contrarrelojes del equipo alemán. En 1993, yo ostenta-ba el cargo de entrenador del equipo nacional de Estados Unidos y llevé a Lance Armstrong hasta Colorado Springs para registrar sus resultados justo después de su victoria en los mundiales. Trabajábamos en un equipo formado por el biomecánico Jeff Broker, miembro del Comité Olímpico de EE.UU., y por los científicos del deporte Ed Burke y Jay T. Kearney. Juntos montamos un prototipo de medidor de potencia de la marca Look que se adaptaba a las ruedas de la bicicleta. Lo colocamos en la bicicleta de Lance y evaluamos las ventajas aerodinámicas según la posición que adoptaba sobre su bicicleta en las contrarrelojes. Al año siguiente, Dean Golich, quien trabajó para mí en la USA Cycling, institución estadounidense orientada a regular el ciclismo de competición, y que en la actualidad es uno de los mejores entrenadores del CTS, montó los SMR en las bicicletas del equipo nacional de EE.UU. para estudiar los registros de potencia de cada ciclista por separado durante el Tour DuPont. Finalmente, los medidores de potencia ofrecieron la posibilidad de utilizar los datos obtenidos derivados del image. y del umbral anaeróbico en los entrenamientos diarios en carretera.

      Para buscar adaptaciones específicas, diseñamos rangos de potencia individualizados y luego desarrollamos pruebas de campo para controlar y evaluar el progreso de los deportistas sin necesidad de volver a meternos en el laboratorio. Hunter Allen y Andrew Coggan hicieron evolucionar aún más la ciencia y la tecnología con el diseño de su software Trainingpeaks, que ofrecía posibilidades insospechadas hasta el momento en cuanto al análisis de la información obtenida a partir de los archivos de potencia.

      A pesar de los cambios que se han producido en el entrenamiento y la tecnología desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los programas que emplean los ciclistas en la actualidad siguen sin proporcionar los resultados esperados. La causa radica en un problema fundamental arraigado en el modelo clásico de entrenamiento de la resistencia, y eso incluye criteriums, ciclo-cross, mountain bike y ciclismo de carretera.

      


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