Sol y Luna. Tamara Gutierrez Pardo
voz se ahogó al mirar al lobo—. No puedo enseñarte con ese lobo ahí, me pone nerviosa.
Ladeé la cabeza para observar al animal.
—Ponte más lejos —le ordené.
—¿Eres tonta? —chistó Khata—. No te obedecerá. Solo obedece a…
Su voz se ahogó con asombro cuando el lobo se alejó un par de metros y se echó tan tranquilo.
Yo también me quedé estupefacta, sinceramente. Se hizo un silencio, eco de la sorpresa.
—Bueno… empe… empecemos —sugirió al fin Khata, todavía con los visos de su desconcierto en el tono. Me volví hacia ella para atenderla y carraspeó—. Lo primero que tienes que saber es cómo coger la espada. A ver, muéstrame cómo lo haces.
Qué tontería. ¿Cómo iba a cogerla?
—Pues así, con las manos. —Le mostré, sujetando el arma.
—Mal.
¿Mal?
—¿Por qué mal? —quise saber, frunciendo el ceño.
—La espada debe manejarse con ligereza, siempre debe estar en alto —afirmó—. Inténtalo.
Lo intenté, lo juro, pero apenas era capaz de levantar la punta del suelo. Y mucho menos erguirla, claro está.
—Pesa demasiado, no se puede —protesté.
—Las espadas de Kog son las más ligeras del mundo —contrapuso.
¿Ligeras? ¿Cómo serían las demás, entonces?
—¿Ligero esto? —debatí, izando las cejas con incredulidad.
De pronto, esa presumida me hizo toda una demostración de movimientos con su espada.
Pestañeé y mi boca se quedó colgando. ¿Había hecho todo eso como si nada? Ella tenía más o menos mi peso, ¿cómo lo había hecho?
Como si hubiera escuchado mis pensamientos, Khata respondió a esa pregunta.
—Tus brazos son demasiado debiluchos. Eso te llevará tiempo y entrenamiento.
¿Debiluchos? ¿Debilucha yo? Bufé.
—Solo dices tonterías —protesté, tirando la espada al suelo—. ¿Sabes? Esto es una estupidez. Si Jedram piensa que voy a dejar que tú me entrenes, va listo. No sé por qué se empeña en que me enseñes tú, si ya sabe que nos llevamos fatal.
—Eres una idiota ciega y obtusa —criticó—. ¿No te das cuenta de que esto es un regalo de Jedram?
¿Otro regalo?
—¿Cómo dices? —Se notó mi estado atónito en el tono de mi voz.
—Soy la mujer más hábil en el arte de la espada, ninguna mujer, ni siquiera ningún hombre excepto Jedram, puede vencerme en un combate. Soy la más rápida y ágil después de él. He ganado batallas junto a Jedram y su ejército, soy una guerrera por naturaleza.
Otra vez parpadeé, tratando de asimilar toda esa información.
—Pero si eres muy joven… ¿Cuántos años tienes?
—Veintidós —me desveló, levantando su orgulloso mentón—. Sí, soy muy joven. No sé cómo funcionaréis en la tribu wakey, pero aquí aprendemos a manejar la espada antes que a dar nuestros primeros pasos. Soy una experta, la mejor.
—Qué humildad… —cuchicheé entre dientes, volviendo la cara para que no me oyera.
Pero me oyó.
—Solo estoy diciendo la verdad, hechos objetivos, no busco premios ni reconocimientos. Aquí se considera un honor que alguien con la máxima destreza en la espada te enseñe. Por eso Jedram te ha hecho este regalo. Si fuera por mí, otro gallo cantaría… —ahora fue ella la que ladeó el semblante y murmuró.
Arrugué el ceño por su cuchicheo, aunque lo que me dijo me dejó algo trastocada.
—Tú tampoco es que seas la humildad personificada —me achacó, mirándome de arriba abajo. Una vez más, no la contesté—. Mira, si no estás dispuesta a que yo te dé clases, díselo a tu marido por la noche —dijo, comenzando a marcharse.
Me puse pálida.
—Espera —la detuve, parándola con la mano. Ella me observó alzando una ceja expectante. Me mordí la lengua y me tragué mi orgullo con mucho, mucho esfuerzo—. Está bien, lo haré.
Khata, triunfal, regresó a su posición de antes y se agazapó frente a mí con su espada en alto, clavándome una mirada desafiante.
—Así me gusta, chica loca.
ÉXODO SOKA
Una espesa lluvia se mecía con ligereza y gracia al son de la brisa, creando una cortina fina que siempre estaba en continuo movimiento. Las gotas resbalaban por las hojas de los árboles y enfangaban el terreno en su precipitada caída, poniéndoles las cosas algo difíciles a los caballos.
Sephis se fijó en mi ropa y cabello empapados, también en mi ligero tiritar.
—Buscaremos un refugio —dijo.
—Si paramos otra vez retrasaremos el viaje, y puede que esas horas sean muy valiosas para Nala —opiné.
—Soka, si seguimos bajo esta lluvia acabaremos enfermando, y eso complicará las cosas aún más —rebatió él.
Eso era cierto, pero yo quería ir a por mi hermana cuanto antes… Mi cabeza se llenó de imágenes terribles, cosas horribles que podía estar haciéndole el monstruoso Jedram en estos mismos momentos… Por un instante mi corazón se congeló.
—La temporada de lluvias ha empezado, es inútil que nos resguardemos, tarde o temprano nos mojaremos igualmente —repliqué sin ocultar mi tremenda preocupación.
—No, es importante que nos mantengamos secos todo lo posible, al menos a intervalos, para que no perdamos el calor corporal.
Mis ojos se llenaron de inquietud y Sephis se dio cuenta.
—No le serviremos de nada a Nala enfermos —añadió, hablándome con ternura.
No me gustaba la idea, pero si era el consejo de Sephis seguro que era lo más adecuado. A diferencia de mí, él entendía de estas cosas. Era un guerrero, un cazador, conocía la selva y sus peligros ocultos mejor que nadie, sabía lo que se traía entre manos.
—De acuerdo —acepté. Y suspiré.
—Bien —asintió. Llevó su cuerpo al frente para escudriñar la zona—. Debemos encontrar una cueva, o un tronco viejo, algo que nos sirva como cobijo.
Me puse a inspeccionar todo cuanto me rodeaba, al igual que él. Cada rincón oscuro, cada montículo, cada bulto.
Entonces, entre la oscuridad de la maleza, vislumbré unos ojos rojos como el carmín.
—Sephis… —fue lo único que me dio tiempo a murmurar debido al horror.
El hambriento noqui salió despedido de su escondite, abalanzándose sobre nosotros con un rugido estremecedor.
—¡Nos ha seguido hasta aquí! —exclamó mi exnovio.
Los caballos entraron en pánico, aunque Sephis fue capaz de controlar al suyo. El mío, en cambio, elevó sus patas delanteras con pavor y me tiró hacia atrás.
—¡Soka! —gritó Sephis, bajándose de su equino.
Mientras los caballos trotaban descontrolados, me caí sobre el fango, si bien tuve suerte y lo hice sobre unos helechos embarrados que amortiguaron el golpe. Cuando me incorporé, vi las garras del noqui prácticamente encima de mí.
Sin embargo, el noqui se detuvo bruscamente cuando la lanza de Sephis le alcanzó en la espalda.