Sol y Luna. Tamara Gutierrez Pardo

Sol y Luna - Tamara Gutierrez Pardo


Скачать книгу
lo harááá —insistió con aire cansado.

      Sí, de acuerdo, ya habíamos tenido esta discusión antes.

      Abrí la boca para rebatírselo, pero la inesperada escapada del lobo hizo que mi contestación se quedara en suspense. Corría hacia otra dirección, como si hubiera visto algo.

      —¿Adónde vas? —le regañé, esperando a que regresara.

      Pero no lo hizo.

      —Seguramente ha olido…

      No dejé que Khata terminara la frase. Como ese lobo se perdiera me daba la sensación de que mi cuello iba a correr peligro otra vez.

      —Maldita sea —mascullé, echando a correr para perseguirle.

      Khata se detuvo.

      —Yo… yo me quedo aquí —manifestó a mis espaldas.

      —Como quieras —farfullé, malhumorada.

      ¿Sería cobardica? Y luego decía que había estado en batallas… Me daba igual, yo no le tenía miedo a nada.

      Corrí por el bosque, continuando la estela del lobo. Lo visualicé a unos pocos metros de mí, hasta que traspasó unos árboles. Por encima de sus copas vagaban varias nubes de vapor que ascendían lenta y relajadamente. Cuando atravesé esa arboleda robusta y espesa por poco me caigo, de la impresión.

      Me quedé petrificada, completamente absorta… Jedram estaba desnudo, secándose después de un baño en ese lago cuyas aguas calientes humeaban con calmada relajación. Solo le vi de espaldas, pero no pude apartar la vista de él, de ese cuerpo sublime. Sin duda tenía que ser el hijo de un dios. Su larga cabellera mojada se desparramaba por su ancha y fuerte espalda, y las goteantes puntas no tenían que esforzarse en tocar ese trasero terso y perfecto que tan al alcance tenían. Jedram ya había visto al lobo, quien se acercó a él con la alegría de un cánido que ve a su Alfa, y le acarició el lomo. Mientras el animal gozaba de su cariño, Jedram sesgó medio cuerpo hacia mí y me clavó una de sus intensas y misteriosas miradas violáceas. Me miraba con tanta intensidad, que todo en mí palpitó. La electricidad recorrió todo mi organismo, desde la cabeza a los pies, provocando la aceleración de mi corazón.

      Pero algo me distrajo. Unas risitas morbosas y tontas se escaparon de la linde de los árboles. Giré la cabeza en esa dirección de inmediato. Estaba tan embelesada con la imagen que mis retinas aún retenían, que me sorprendió descubrir a un pequeño grupo de mujeres espiándole a unos pocos metros de mí, tras unos setos. Enseguida me di cuenta de cómo le observaban. Jedram era muy atractivo, tenía que reconocerlo, y eso no escapaba a los ojos de las demás féminas.

      Descaradas…

      Mi mandíbula se cerró abruptamente al sentir un fuego extraño quemándome la boca del estómago. Ni qué decir tiene que no era por Jedram; aparte de que no había prácticamente ninguna clase de relación entre nosotros excepto miradas mudas, mi corazón le pertenecía única y exclusivamente a mi Sephis, pero esto era algo que pisoteaba mi honor. Jedram, a ojos de todos, era mi marido, y esas mujeres, esas rameras descaradas, estaban observándole sin ningún tipo de tapujo hacia mí, como si yo no importara lo más mínimo. Para ellas yo no significaba nada, no me tenían ningún respeto. Todavía no me tenían por la esposa de su rey.

      Rechiné los dientes. Esto era cuestión de honor. Si quería que esta gente tozuda me tuviera en cuenta debía hacerme respetar. Y ahora ya empezaba a comprender su juego.

      Me quité el cinturón de la vaina y dejé que cayera al suelo junto con la espada que guardaba. Para cuando me quité las botas y los pantalones las risitas estúpidas ya habían cesado. No solo esas mujeres me observaban. Jedram permaneció en silencio, sin quitarme ojo de encima, pero mi acción pareció agradarle. Sus pupilas me repasaron entera al ver cómo me despojaba de la parte superior de mi indumentaria, y pude percibir el deseo que eso despertó en él. Me desnudé ante mi marido y les eché una mirada altiva a esas zorras morbosas. Por primera vez, vi el labio de Jedram despuntarse hacia arriba, divertido. El mío se izó más cuando me solté el pelo, presumiendo delante de las mironas.

      Corrí hacia el agua con gracia, imitando a la mismísima Soka. Estaba bastante caliente, aunque disimulé esa sensación zambulléndome del todo. Emergí cual ninfa y les dediqué otra miradita —esta altanera a la par que amenazante— a las mujeres espías de maridos ajenos. Se quedaron tan perplejas y pálidas que abandonaron su puesto como una exhalación.

      ¡Ja! Me entraron unas ganas tremendas de reírme a carcajadas, sin embargo, una vez más todo eso se cortó de cuajo cuando mi vista regresó con Jedram.

      Permanecía de pie, observándome en la orilla, todavía desnudo. Fue inevitable, por más que lo intenté no pude eludir sus encantos. Seguía siendo el terrorífico Jedram, pero era demasiado fuerte y viril como para que mis ojos acataran la orden de alejamiento que les había enviado la parte racional de mi cerebro. Aunque era virgen, ya había visto a más de un chico desnudo cuando en verano se bañaban en el río que cruzaba mi tribu. Lo hacían sin reservas, fingiendo que nos querían avergonzar, pero realmente lo hacían para presumir y pavonearse delante de las solteras disponibles. Pobres ilusos. Desde luego no tenían nada que ver con esto. Esto era…

      Por los dioses, no tenía palabras para describirlo.

      Mi respiración me abandonó completamente cuando Jedram me traspasó con una de sus miradas mágicas y penetrantes. Era tan intensa, tan vehemente, que parecía estar tocándome, casi podía sentir sus manos sobre mi piel. No pude evitarlo, fue superior a mí. Me estremecí vivamente. El líquido caliente comenzó a burbujear a mi alrededor, y aumentó conforme su mirada se intensificaba. Las burbujas nacieron en mis pies y se tornaron de un color negro; podía verlas a través del agua cristalina. Me asombré, pero, una vez más no me atemoricé; al contrario, eso no hizo sino seducirme más. Las burbujas oscuras cobraron vida y ascendieron por mis pantorrillas. Hasta que se concentraron entre mis piernas. Todavía sorprendida, gratamente sorprendida, fui incapaz de reprimir un gemido sordo por el repentino placer que ese cosquilleo produjo en mi bajo vientre. Las burbujas continuaron su camino hacia la superficie, rozando mis senos a su paso, rozando el placer de nuevo… Desaparecieron al contacto con el aire, disipándose con un humo oscuro.

      Jedram seguía frente a mí, devorándome con una de sus brujas miradas de color violeta. Era… completamente irresistible.

      ¿Qué me estaba ocurriendo? ¿Por qué me sentía así de… embrujada? No tenía respuesta, pero de repente me vi embargada por la urgente necesidad de que ese imponente hombre se metiera en el agua conmigo. Sí, lo admito, era lo suficientemente vanidosa y orgullosa como para querer seducirle, como para querer que un hombre como él se rindiera a mis pies. Era Jedram, lo sé, estaba loca, trastornada del todo, pero él nunca me había dado miedo, y ahora menos que nunca. Era el poderoso y terrorífico Jedram. Y era mi marido. Si yo quería, si me lo proponía, podía ser mío. Deseé que lo fuera, con todas mis fuerzas. Deseé que sus masculinas manos tocaran todo mi cuerpo, deseé sentir el suyo, su piel, deseé tenerle dentro de mí… Por primera vez deseé que me tomara, que me hiciera suya de una maldita vez.

      Miré a Jedram con pupilas seductoras y me eché hacia atrás en el agua para provocarle, incitándole a sumergirse conmigo. Pero las placenteras burbujas cesaron. Me erguí de inmediato, confusa por eso.

      La orilla carecía de su presencia. Jedram ya no estaba.

      Me giré a un lado y a otro, buscándole con un chasco tremendo. El chasco fue total al ratificar que se había ido. Otra vez. Como el día de mi primer beso.

      Le di un puñetazo al agua, no sabía si enfadada o más bien desconcertada. ¿Por qué me sentía tan frustrada? El lobo negro me observaba con curiosidad, sentado en el margen de ese pequeño lago termal. Ladeó la cabeza y emitió un pequeño gemido.

      —No me mires así —protesté, saliendo del agua.

      El animal volvió a murmurar en su lenguaje.

      Cogí mis ropas y me vestí con rapidez, ignorando el que aún estuviera mojada. No, esto no iba


Скачать книгу