Sol y Luna. Tamara Gutierrez Pardo

Sol y Luna - Tamara Gutierrez Pardo


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ido lejos.

      Bufé. ¿Por qué Jedram había hecho eso? ¿Acaso no le gustaba, no le atraía? ¿Entonces por qué se había casado conmigo? Esto no tenía sentido, ¡era absurdo! ¿Qué pintaba yo aquí? No era tan tonta e ilusa como para esperar un matrimonio feliz, sabía de sobra que eso jamás sería posible junto a Jedram, y tampoco esperaba ser tratada como una reina, pero ¿no tenía derecho al menos a saber lo que se esperaba de mí? ¿No tenía derecho a ser tratada como una mujer, como una esposa, y no como una presa encarcelada? Porque así era como me sentía, como una presa. Rechiné los dientes. Si no le gustaba, si no me quería como esposa, tendría que dejarme ir. O la que se iba a marchar por cuenta propia era yo. Más tarde o más temprano lo haría. Mis ganas de largarme de aquí, de huir sin importarme las consecuencias, cada vez eran mayores.

      Le di un manotazo a una de las ramas que se interpuso en mi camino.

      —¿Qué te ha pasado? —La inoportuna voz de Khata irrumpió de repente cuando me topé con ella.

      Oh, genial.

      —¿Has visto a Jedram por aquí? —inquirí.

      Khata comenzó a seguirme.

      —No. —Me observó con la confusión bañando su semblante—. ¿Qué ha pasado?

      —Tú lo sabías, ¿verdad? —le increpé sin dejar de caminar, ofuscada—. Sabías que Jedram se da baños ahí, por eso no viniste.

      —Bueno, suele… bañarse ahí a menudo, todos lo saben —parpadeó.

      Todos, menos yo.

      —Sí, ya me he dado cuenta de que todo el mundo parece estar al corriente, sobre todo algunas furcias a las que les gusta mirar lo ajeno —mascullé con las muelas apretadas.

      —Bueno, es que Jedram es un hombre muy, muy guapo. —Y remató su estúpida frase con una mueca llena de satisfacción.

      Me detuve de forma brusca para encararme con ella, haciendo que casi chocara conmigo.

      —¿Tú también le has espiado? —quise saber.

      Sus cejas se alzaron.

      —¿Estás celosa? —preguntó con voz divertida e insinuante.

      La furia me dominó por un instante.

      —¿Celosa? —Aunque estaba enfadada solté una risa que en realidad estaba colmada de rabia—. ¿Cómo voy a estar celosa por alguien a quien casi no conozco? ¿Que casi no me habla? ¡¿Que no me toca?!

      Khata se quedó tan tiesa como uno de los árboles que nos rodeaba.

      —¿Que Jedram no te toca?

      Maldición. ¿Por qué mi boca había tenido que soltar eso? A veces estaba mejor calladita.

      —¿No te toca? ¿Por eso vienes tan enfadada? —insistió esa pesada, observándome con verdadero estupor.

      —¡No, no me ha tocado nunca, ¿contenta?! —prácticamente tuve que escupirlo.

      —¿Ni siquiera en la noche de bodas?

      —No —reconocí de mala gana, sesgando la cara.

      De repente, antes de que Khata pudiera responderme, vi cómo una niebla negra se acercaba en lontananza. Me quedé sin respiración súbitamente. No podía creerlo, parecía… la niebla negra de Jedram, y se acercaba vertiginosamente.

      —¿Qué…?

      Khata me agarró del brazo al percatarse.

      —¡Tenemos que irnos! —gritó, tirando de mí.

      Mientras Khata y yo echábamos a correr, el lobo se puso a aullar como un loco, yendo tras nosotras con pasos más lentos.

      Me giré hacia el animal, preocupada e inquieta.

      —¡Vamos, no te quedes ahí! —le azucé.

      —¡Déjale y corre! —me apremió Khata a mí.

      Intentó sujetarme otra vez, pero una fuerza extraña le arreó un golpe, lanzándola en dirección opuesta.

      —¡Khata! —chillé, dirigiéndome hacia ella.

      No pude avanzar más. Me estrellé contra una pared invisible con tanta fuerza, que me caí hacia atrás.

      —¡No! ¡Nala! —gritó Khata en esta ocasión, incorporándose.

      Me levanté y, con ansiedad, palpé con mis manos ese muro que no se veía, pero no encontraba ninguna salida. Estaba encerrada.

      —¡Detrás de ti! —me avisó Khata.

      Me di la vuelta vertiginosamente, exhalando el poco aire que me quedaba. La niebla se había transformado en un tornado negro que se arremolinaba ya muy próximo. El lobo también se había quedado conmigo. Dejó de aullar y se agazapó delante de mí, mostrando sus poderosos colmillos y gruñendo a esa peligrosa amenaza para defenderme.

      Mis ojos se abrieron con horror al ver que, del tornado, surgían dos largos brazos cuyas manos se abalanzaban a por mí como garras descuartizadoras. Sin embargo, no me dejé amilanar. Desenvainé mi espada, dispuesta a luchar por mi vida como fuera.

      De repente, una sombra trepidante apareció de la nada, enganchándome por la cintura. La espada se me cayó al suelo. Mi corazón dio un vuelco cuando vi que el lobo se apresuraba a venir y comprobé que se trataba de Jedram. Este dio un salto alto y ágil y solo con eso se sentó en su caballo zaino, conmigo colgando. Un simple balanceo de mi cuerpo sirvió para que Jedram me sentara delante de él con diligencia y soltura. El equino echó a galopar enseguida, y a pesar de tratarse de depredador y presa, no le importó que el cánido negro le pisara los talones. Se notaba que estaba acostumbrado a su presencia.

      Giré medio cuerpo hacia atrás, alertada.

      —¡Khata! ¡Tenemos que ir a por ella! —avisé.

      —No va a por Khata —aseguró Jedram con su voz grave.

      Le miré con escepticismo.

      —¿Y cómo lo sabes?

      Jedram desvió sus ojos violetas del camino para clavarme una de sus miradas fijas y penetrantes.

      —Lo sé —aseveró.

      Aparté la vista de él ipso facto, sobre todo cuando el cosquilleo del nerviosismo invadió cada recoveco de mi cuerpo. No me había dado cuenta de lo pegados que estábamos. Sus fuertes brazos me envolvían desde atrás para coger las riendas, para sujetarme, y podía sentir su torso, ahora cubierto, rozando mi columna vertebral.

      —Estará bien, sabe cuidarse sola —añadió.

      De pronto, me acordé de otra cosa.

      —¡Mi espada! —exhalé, tocando la vaina vacía.

      Se me había caído al suelo.

      —Te proporcionaré otra.

      Me di la vuelta impulsivamente.

      —Pero a mí me gusta esa —declaré sin pensar.

      Los ojos de Jedram volvieron a sumergirse en los míos, ahora algo sorprendidos. Su silencio me sirvió para volverme hacia delante y obligarme a cerrar el pico de una maldita vez.

      Quería hablar con él para aclarar lo ocurrido en el lago termal, para preguntarle qué diablos hacía yo aquí, pero la verdad es que ahora mismo me había quedado en blanco.

      Ambos mantuvimos el mutismo durante el regreso a casa. Atravesamos el bosque como una exhalación, recorrimos las cuevas de la montaña y llegamos al poblado tika en unos pocos minutos. Todos se nos quedaron mirando mientras trotábamos hacia la plazoleta del árbol de la vida.

      Jedram, aminorando la marcha, se dirigió a Asron sin apearse del equino.

      —Ve en busca de Khata, se ha quedado en el bosque —le ordenó.

      —¿Qué


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