Devorador de almas. Ana Zapata

Devorador de almas - Ana Zapata


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debo decir? —Invítalo a la reunión de esta noche. —No tengo intenciones de asistir —confieso sin pensarlo. Victoria tuerce el gesto indignada. —Nos invitaron a una residencia privada. Debes acompañarme —exige antes de que el mesero apoye dos copas de licuado sobre la mesa. Tomo el celular de mala gana marcando el número con extrema lentitud sobre la sensible pantalla táctil. —Que sea la última —altero con hosquedad. Apoyo el celular cerca de mi oído. “Intentaré arruinarlo de todas las maneras posibles” , son las palabras internas que me ayudan a superar la llamada. Apenas comienza a sonar el tono, siento una poderosa sensación de arrepentimiento. Suspiro profundamente antes de cortar la comunicación. —No, Victoria. No es el momento… lo presiento —afirmo devolviéndole el celular. Tomo el licuado esquivando su penetrante mirada. —¡Por supuesto que no! —espeta histérica. Marca nuevamente el número y lo pone en altavoz. Suena varias veces antes de que responda una voz masculina, suave y resonante a la vez. —Hola, Victoria, ¿cómo estás? —Muy bien. Estoy con Jezabel —responde, lanzándome una señal en forma de patada que sé interpretar a tiempo. —Hola —pronuncio débil y descortésmente. —Hola, ¡qué sorpresa! Es un gusto conocerte —admite— Victoria me habló mucho de ti —añade llamando mi atención. Me pregunto si ella le habrá contado todo de mí. La fulmino con la mirada. —Pareces una persona muy agradable —afirma en un tono más suave. Me invade una corriente fría que trepa mi espalda—. ¿Irás esta noche…? —Probablemente no —respondo indiferente. —Claro que sí —interrumpe Victoria, propinándome otro taconazo en la pierna. —Última vez —sisea en voz baja. —Está bien —asiento con una sutil sonrisa forzada. Me devasta su insistencia. Acepto con la idea de la última vez. Aunque eso suene imposible. Victoria no se detendrá hasta verme casada, como mínimo. —Nos vemos pronto, Jezabel —. Espeta él antes de cortar la comunicación. Me parece algo familiar cuando pronuncia mi nombre, pero no le doy importancia. —¡Perfecto! —exclama la pelirroja, con mirada maliciosa. —Eres una tramposa. —Lo invité por si acaso te negabas… Te va a encantar. A mí ya me cae bien —conviene elocuente. Le devuelvo un gesto de desprecio. Tuve gracias a ella innumerable cantidad de aburridas citas, en las que debí aguantar las charlas triviales de hombres sin cerebro. Solo a ella le pueden caer bien esos modelos masculinos. —¡Ah!… lo olvidaba: debes respetar el protocolo. —No lo creo. —Es la última vez, asique tengo que aprovechar de esta oportunidad al máximo. —Lo resolveremos —suspiro con ánimos insatisfechos. —¡Ánimo Jezz! Él es hermoso… estoy pensando en conquistarlo yo misma. —Adelante entonces… ¿Qué te detiene? —Tú. Por supuesto. —¡Hazlo! Me evitaría otra desastrosa cita. Ya sabes que va a salir mal. — ¡Dios es tan insistente y yo muy resabiada! ¿Por qué no se da cuenta? —No me daré por vencida, amiga. —Suspiro indignada y rechazo la idea de golpearla. Termino el licuado en silencio evitando el tema. ¿Qué será exactamente lo que define nuestro carácter, la forma en que tomamos decisiones y nos desenvolvemos de algún modo en nuestras vidas diarias, en la que somos criados y educados? Lo repetitivo se naturaliza, pero también se resiente en nuestro ánimo. En nuestras miradas, cada vez más cansadas. Lo veo todos los días y no puedo evitar pensar a dónde nos lleva, cuál es el destino final. Me pregunto si hay muchas personas que piensen como yo. Sé que puedo hacer la diferencia, solo que no tengo la oportunidad. La vida no me da una oportunidad. Aunque no sé si haré lo correcto cuando llegue el momento.

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       Vivo sola en una casa recibida por herencia, gracias al esfuerzo de mi fallecido padre y mantenida en patéticas condiciones por mi difunta madre, varios años después. Es el hogar en el que crecí, por lo tanto me trae muchos recuerdos. Traté de reconstruirla con mucho esfuerzo, para que al menos desde adentro me parezca otra casa. Mi propia casa. Todos los ambientes tienen paredes pintadas de blanco, al igual que las puertas de madera y el piso de cerámica blanco lustroso. Todos los viejos muebles fueron donados y reemplazado por los necesarios.

       La planta baja cuenta con cinco ambientes: dos grandes habitaciones, el comedor, el baño y la cocina. Cada ambiente tiene su propio ventanal, que ocupa el mayor espacio en la pared y está cubierto por cortinas blancas de satén. Mi habitación, junto al comedor, solo tiene una cama de madera pintada de blanco en un rincón junto a la pared. La ropa de cama de satén hace juego con el resto de la habitación. Junto a esta hay una mesita de luz cuadrada que sostiene una lámpara de vidrio; ambos comparten la armonía en el color. Me transmite tranquilidad de una manera mental que no puedo explicar con palabras.

       Una puerta lateral conduce a mi sala de esparcimiento, en donde se acomodan, armónicamente, la computadora, una biblioteca, el placar, que por razones mentales (ya que soy incapaz de abarrotar la habitación en donde duermo con más de lo necesario), no quise ubicar en la habitación, y un pequeño equipo de música, de color gris, para mi perjuicio visual.

       En ningún lugar de la casa hay objetos decorativos. Guardo ordenadamente lo necesario.

       Modificaciones que pude hacer, además, gracias a mi falta de interés en la moda o de cualquier cosa que complemente el atuendo de una mujer. Algo que indigna desmedidamente a Victoria. Ella sí que sabe gastar dinero.

       En el comedor hay una mesa cuadrada de madera, pintada de blanco al igual que las cuatro sillas y frente a ésta, un sofá alargado para tres personas, del mismo color que el resto de los muebles. No hay ningún televisor en la casa, ninguna mascota, ninguna planta o árbol. Solo yo y mi aburrida monotonía. La tranquilidad total.

       Una vez en casa, después del desencanto provocado por la fatal pelirroja, me dispongo a guardar la ropa limpia que retiré de la lavandería, otro destino de mis gastos. Aunque bien invertido, porque no necesito lavar demasiada ropa como otras adictas a la moda. Mi perchero solo tiene siete prendas de cada tipo en blanco, negro y gris. Todo combina, no pierdo tiempo pensando en eso. Nada de objetos coquetos y esas cosas. Me interesa la pulcritud de mi cuerpo, mi ropa y mis ambientes, lo decorativo no tiene importancia para mí. Otro tema de discusión en el que puedo mencionar a Victoria innumerable cantidad de veces.

       Cuando termino de bañarme y de preparar la ropa para el evento nocturno, me recuesto unos momentos en silencio anticipando la inminente llegada de mi queridísima amiga, debido a que no acordamos la elección del vestuario apropiado, para cumplir con el protocolo, que siempre es el mismo: hombres: traje; mujeres: vestido. Yo no tengo ninguno. Odio los vestidos y los tacos. Son tan innecesarios.

       Intento mentalizarme en otra cita y no puedo resistir la idea de fingir enfermedad o algún repentino malestar. No voy a soportar otra tediosa charla trivial. Si tan solo Victoria intentara entenderme por una vez, evitaría todas estas molestias.

       Como anuncié: una hora después de dormitar escucho el timbre por tercera vez.

       Me incorporo de un salto sintiendo los gritos escandalosos y ladridos provenientes de todos los perros de la cuadra.

       —¡Jezabel! —grita Victoria desde el otro lado del portón, suena impaciente. Me apresuro a buscar la llave para permitirle el paso.

       —Entra rápido antes de que suelten a los perros —bromeo empujándola con suavidad. Me sonríe animada, acercándome un bolso con expresión altanera. Se dirige directamente hacia mi habitación.

       —Bueno. No me sorprende —afirma examinando la ropa que tendí al pie de la cama— Elegí una camisa blanca, unos jeans negros y mis botas preferidas.

       —Soy bastante modesta y no tardo nada en arreglarme. Es conveniente —disiento intentando persuadirla.

       —Absolutamente no. Es casi una broma. No te permitirán entrar con esto. Le darías mala reputación al evento— objeta impaciente.

       —Usaré una camisa… no me pondré un vestido—. Resoplo doblando la ropa prolijamente y guardándola en el placar de la habitación contigua. Victoria me habla desde el umbral de la puerta.

       —Me debes muchos regalos de cumpleaños… —. Cuando vuelvo a la habitación está sacando una caja de metal. Estilo maletín de empresario. Al abrirla se enciman cuatro repisas llenas de maquillaje. Pintura de labios, sombras y demás cosas de las que no tengo idea para qué se utilizan. Luego sale de la casa para volver con


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