Devorador de almas. Ana Zapata
Es demasiado. Me muerdo los labios con indiferencia. Isaac me observa casi estudiándome en silencio. Me pongo rígida al notarlo. Respiro profundo intentando no pensar en lo que tengo ganas de decirle. Por otro lado, el alcohol empieza a hacer efecto. Debo calmarme y no increparlo directamente. Espero en silencio sin demostrar aparentemente nada, mientras mi amiga se ocupa de sacarle información a mi nuevo pretendiente. En comparación con anteriores eventos, está más tranquila. Fijo la vista en Isaac sin querer. La claridad de sus ojos se profundiza con un haz de luz que se refleja cuando gira su mirada en mi dirección. Siento un atropellado golpeteo en mi pecho. Él se ríe entre dientes, notando mi incomodidad. En ese instante recibo un taconazo por debajo de la mesa. Victoria me mira amenazante. Puedo interpretar su expresión: “No lo permitiré”, dice claramente. Al siguiente momento, Beatriz camina contoneándose con elegancia a nuestra mesa, cual estrella de cine sobre la alfombra roja. Para envidia de muchas, es radiante y encantadora. Solo por fuera. —Buenas noches —interrumpe con aire angelical, pero de prepotencia. Extremadamente delicada y sutilmente egocéntrica. Debo ser una de las pocas que le resta importancia a tan peculiar presencia. Ni siquiera miro hacia Isaac para ver cómo reacciona. Saco el celular que guardé en la cartera de Victoria para mirar la hora. En el instante en que lo hago, ella me propina otra patada. —¿Nos conocemos? —Pregunta la rubia con delicadeza, mientras blande sus uñas esmaltadas en señal de disponibilidad sexual. Me quejo entre dientes. —Lo dudo —interrumpe mi amiga. Su aire de superioridad resulta más avasallante. Demuestra una clara necesidad de controlar la situación. —Soy Isaac —se presenta poniéndose de pie para saludarla. Miro a mi compañera, quien me da una mirada despiadada, como si pudiera despedazarme al hacerlo. —¿Vienes por negocios? —interroga Beatriz, acercándose a su lado como si nosotras no existiéramos. —No. Victoria me invitó —explica convincente. Es seductor inclusive hablando con ella. —Tal vez la próxima vez puedas ser mi invitado —espeta Beatriz, meneando su largo pelo. Continúo bebiendo sin prestarles demasiada atención. —Gracias Beatriz. Por el momento estamos bien, espero que no te moleste dejarme con mis invitados —interrumpe Victoria con voz estridente, cortando el aire. —Por supuesto. Hasta luego Isaac, espero verte pronto —responde, entregándole su tarjeta. No pierde oportunidad. Escucho por lo bajo el chirrido de las uñas de mi amiga. —¡Salió bien! —espeto sonriendo. Victoria disimula forzadamente su disgusto. Se lo toma demasiado en serio. Me da gracia verla enfurecida. Busca su celular y escribe algo con rapidez, luego toma de su copa sutilmente y se incorpora sonriendo. A los minutos se acerca su padre con paso seguro. —Buenas noches —vocifera éste. Es un hombre de unos cuarenta años, muy bien conservado. Elegante. Lleva un traje negro a la medida, que le marca su corpulenta figura. —Hola —lo saludo. Victoria se aleja con su padre, excusándose convenientemente hacia la pista de baile. Suena una canción melodiosamente romántica. Me retuerzo por dentro. La idea me desagrada demasiado. Intento no mirar a mi acompañante. —¿Quieres bailar? –espeta Isaac. Su mirada furtiva comienza a incomodarme. —Sabes bien que no bailo… no es lo mío —asevero esquivando su mirada aprensiva. —Es verdad. Lo había olvidado —sonríe de una forma tan hermosa. Su rostro iluminado me parece… atractivo. Aprieto los labios. —Por favor —reitera incorporándose. Está dispuesto a obligarme. Respiro hondo y accedo de mala gana a su propuesta. —No voy a esforzarme demasiado —murmuro entre dientes mientras me toma de la mano y pone la otra sobre mi cintura. Me estremezco pensando en una larga e interminable lista de insultos. —¿Te incomoda mucho? —Mucho —respondo por lo bajo mirándolo de cerca—. ¿Por qué demonios volviste? —mi voz suena a alcohol y a resentimiento. Una mezcla explosiva. —Me arrepentí. —¿Por rechazar mi amistad? …No lo creo. —Créelo —replica dulcemente. Me estremece. La última vez que nos vimos fue el día en que… me robó un beso y le dije que se fuera al quinto infierno. Solo quería su amistad. Obviamente eso no le alcanzó, porque dejó de verme. La angustia de ese día vuelve a mí. —Necesitaba volver a verte —murmura muy cerca de mi rostro. Me aprieta la cintura para acercarme más. Dejo de respirar. —Te tomaste tu tiempo. —No fue mi elección… pasaron muchas cosas, Jezz—. No puedo dejar de mirarlo con mala cara. —Lo arruinaste. —Lo sé. —No esperes nada de mi parte Isaac. —Intentaré no hacerlo. Cuando al fin termina la canción, él me devuelve una mirada compasiva. —¿Quieres que te lleve? —espeta comprendiendo mi necesidad. —Victoria no me lo permitirá. Es muy insistente —repongo. La miro de reojo notando su escalofriante vigilancia. —Si vienes conmigo no habrá problema. —¿Todo bien? —observa Victoria notando mi pesadez. —Nos vamos… Isaac me alcanzará. — Vacilo ante su inescrutable indagación. Victoria asiente emocionada, me toma el brazo para acercarse. —No lo arruines —ordena alegremente. —Hacen linda pareja. —Intentaré no arruinártelo —menciono contrariada debido a nuestro acercamiento durante el baile. Me retiro cabizbaja junto a Isaac. Nos dirigimos hacia la playa de estacionamiento para buscar su auto. Lo espero junto al puente, vislumbrando las estrellas pensativamente. A los minutos un Mustang negro con la pintura encerada centellea con el reflejo de las lámparas del camino. Se detiene frente a mí parpadeando las luces delanteras. Me apresuro a subir del lado del copiloto en el momento que asimilo que es Isaac quien me hacía señas con las luces. Eso despierta en mi memoria varios recuerdos, ya que es el mismo auto que tenía cuando lo conocí, y en el que también nos despedimos por última vez. Luce renovado. —¿Es el mismo auto? —examino con la mano sobre el impecable tapiz negro lustroso. —Sí. Nuestro auto —aclara recordando el día en que lo acompañé a comprarlo en un garaje de autos usados. Lo habíamos elegido juntos, y además de eso él siempre se ofrecía como chofer cuando Victoria estaba muy ocupada. Ahora que lo pienso es extraño que yo le ocultara mi relación de amistad con él. Tal vez no quería perderlo… —Solo me recuerda a ti —menciona nostálgico—. Lo siento Jezz. —Sabes que no me gusta el drama —convengo con tono tranquilo. Me pongo el cinturón de seguridad. —Lo hablaremos en otro momento. —Eso espero. Me resulta familiar su compañía, pero no es lo mismo. Él me provoca otro sentimiento ahora, tres años después. Niego con la cabeza mientras nos alejamos a toda velocidad por una inhóspita ruta flanqueada por árboles. La noche estrellada colma el cielo por completo, dando paso entre escasas nubes a la luna en su ciclo más esplendoroso, el de luna llena. —No sabía que tenías una amiga. —Victoria tampoco sabía que tenía un amigo —aclaro sin mirarlo. Es incómodo volver a hablar con él. Después de tanto tiempo. —¿Qué sucede? —Ella no conoce mi pasado… y aunque puede ser muy insistente, intenta no decirle nada sobre eso. —No lo haré. —Te conviene. Cuando al fin llegamos, Isaac se mantiene expectante. —Gracias por traerme… —balbuceo, afectada por su silencio. —Gracias a ti por dejarme hacerlo… —admite dulcemente. Hace una pausa antes de volver a mirarme. —¿Entonces… te puedo llamar? —No te di mi número —digo ocultando una sonrisa. Él no está seguro. Me da gracia su mirada cautelosa. —Yo te llamaré… en el momento indicado —agrego antes de salir del auto. Si quiere de nuevo mi amistad va a tener que pagarlo. Continúo resentida. Visceralmente resentida.
7
Ojos azules
Decisiones apresuradas: Eventual desastre.
No me gusta pensar que si yo hubiese tenido otro tipo de vida, no sería “yo”. Padres vivos, protectores. Eso hubiese cambiado tanto las cosas. Intento superarlo sola, como aprendí a hacerlo. Vacía, pero a salvo. Intento no ser dramática y siempre seguir adelante. Día tras día, aunque sienta que todos son iguales y que simplemente estoy soñando, a punto de despertar.
Al pasar diez años no puedo decir mucho de mi propia persona, algo que me haga sentir orgullo o autosatisfacción. Vivo con eso dentro de mi cabeza, restándole importancia y continuando siempre hacia delante. Con el enorme vacío en el alma que me hace sentir inservible.
Igual a otros tantos días, me desperté con claras intenciones de no pensar demasiado en los detalles de mi nefasta existencia. Soy patéticamente pesimista.
Antes que nada, reviso el celular para recibir las noticias del nuevo día, ya que no tengo televisor, por motivos y creencias personales.
Como Victoria anunció, mi jefe llamó para avisarme que no es necesario que vaya al trabajo para la limpieza general, evitando aclarar la intromisión