Devorador de almas. Ana Zapata

Devorador de almas - Ana Zapata


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—Tan pretensioso… ¿no? —balbuceo vacilante—. No es mi estilo.

       —No te olvides de que es una cita —objeta poniendo mala cara. La estoy insultando al rechazarla.

       —Sí, claro. Cómo olvidar semejante compromiso.

       —Déjamelo a mí —ordena señalándome la cama con mirada estratégica. Lo tiene todo fríamente calculado. Tiene serias ilusiones de verme casada.

       Me alcanza unas sandalias negras que guardo desinteresadamente en el armario. Fue un obsequio de su parte para mi primera cita. Inclusive conoce dónde los tengo escondidos. Los contemplo con recelo sin hacer comentarios.

       —¡Perfecto! —reitera con su inagotable energía— Será la última vez—. Su mirada, apagada y con una evidente necesidad de resistir. Me río entre dientes— No me decepciones.

       —Le das emoción a mi vida…

       —Jezz… hasta un par de copas le dan emoción a tu vida —afirma burlonamente—. Sé exactamente cuál es tu rutina.

       —Seguramente —la reto con ironía.

       —Los lunes llevas la ropa a la lavandería a las 10 en punto. Después vas al restorán, elijes la última mesa junto al ventanal. Desayunas y almuerzas. A las 14:30 recoges la ropa. Vuelves a casa y haces las compras a las 17 en punto. Los martes llegas 10 en punto al restorán y vuelves a hacer lo mismo. Hasta que finalmente los jueves entras 18 en punto al trabajo. ¡Ah! Olvidaba mencionar tus visitas a la librería y al cine —recita casi sin respirar. Lo sabe de memoria. Me quedo estupefacta pensando unos segundos—. ¿Y tu armario? Blanco, gris y negro. 7 prendas de cada cosa. Increíble… apenas lo puedo creer.

       —Eso es acoso… simplifico mi vida. Eso es todo. No va a cambiar por los adornos, Victoria.

       —Eso lo entiendo, Jezz…

       —No como me convendría —afirmo desinteresada, mientras ella me cepilla el pelo con delicadeza. —Me arreglo con lo mínimo e indispensable. No soy fanática de las compras como alguien que conozco —la miro directamente. — No necesito saber mucho de ti para afirmar que hoy te compraste algo —la evalúo unos segundos. —Llevas pendientes nuevos.

       —Por favor —murmura crispada.

       Pierdo la vista a través del ventanal de la habitación. No estoy muy convencida del plan.

       —No me pintes demasiado —advierto en tono de amenaza. —Estoy dispuesta a lavarme la cara o despeinarme si es necesario.

       —Lo sé. Te conozco. Solo un poco… ¿Te levantaste con el pie izquierdo?

       —Sí. Casualmente se transforma en el pie izquierdo cuando me planeas una cita.

       —Por favor. Esta vez no te arrepentirás.

       —Si tú lo dices.

       Tarda algo más de quince minutos en maquillarme, mientras yo la increpo para que no tarde.

       Luego de un exagerado suspiro de Victoria me puedo incorporar para mirarme en el espejo de pared de la habitación contigua.

       —No pidas demasiado en media hora —advierte molesta. Parece más aliviada.

       —Es aceptable —admito. Solo aceptable para buscar pareja… tan patético. Yo no busco eso.

       Ella me devuelve otro suspiro de fastidio desde la puerta.

       —Estás preciosa, además, tampoco ofreces algo con esa ropa. Una vista más sensual —apunta mostrándome una de sus piernas en forma provocativa, justamente su pollera de tiro recto tiene un pequeño corte que muestra sutilmente su muslo.

       —Demasiado —observo desaprobándola. —No busco atención, y lo sabes.

       —Como la palma de mi mano —afirma convencida.

       —Tienes un talento natural para atraer a los hombres. Me da un poco de lástima por ellos. —Río entre dientes.

       —Ultima vez —repite alcanzándome la camisa. Me visto con pesadez rogando que no sea otra noche de somnolencia y resentimiento contra Victoria por haberme presentado a otro más del montón.

       —¡Es hora! —grita ella cuando estoy en el baño conversando con mi reflejo. —¡Deja de babear frente al espejo!

       —¡Como si fuera posible! —le replico.

       Camino descalza hacia el comedor para guardar las sandalias en un bolso y ponerme mis botas preferidas en su lugar. La pelirroja me fulmina con la mirada. —Me los cambiaré antes de entrar. No quiero insultar tu obra de arte.

       —Vamos. Se hace tarde –ordena conduciéndome hacia su auto.

       Debido a que comparte un pequeño porcentaje en la línea de hoteles de su padre, no repara en gastos. Nuestras clases de vida son antagónicas, pero a pesar de eso nos mantenemos unidas, por mi bien mental y por el de ella, que insiste en cambiar mi vida.

       Solo Dios sabe la razón de su incansable insistencia.

      6

      La última vez

      Definitivamente

      Luego de dos horas de viaje, llegamos a una enorme quinta cercada por muros de ladrillo, prolijamente pintados de blanco. Eso me agradó.

       Se me revuelve el estómago cuando ingresamos por un sendero iluminado por cientos de candelabros que surcan todo lo largo del camino hasta subir por un puente que conduce a una enorme mansión de estilo moderno.

       —Demasiado lujo —observo a regañadientes. —Demasiada gente, demasiado… grande.

       —Esto es pretensioso —opina Victoria. Acostumbrada a este tipo de eventos, no se sorprende con facilidad. Nota mi postura forzada y ánimos negativos.

       Me pongo las sandalias torpemente al tiempo en que dos hombres vestidos de traje se acercan a las ventanillas, uno de ellos, del lado de la pelirroja, revisa una larga lista de varias hojas. Victoria le tiende un sobre plateado que supuse es la invitación.

       —Buenas noches —pronuncia el caballero revisando la invitación.

       —Buenas noches —dice ella con el rostro iluminado. Su piel de porcelana reluce bajo la luz de los cientos de lámparas. El hombre le cede el paso asintiendo con la cabeza. Victoria le sonríe y acelera con seguridad.

       —¿Preparada, Jezz? Es la última —menciona incansable. Mis ánimos descienden aún más, muy en lo profundo.

       —¿Podemos irnos?

       —Absolutamente, no.

       Un hombre delgado nos recibe en la entrada para estacionar el auto. Bajo respirando hondo un par de veces mientras Victoria me escolta por las escaleras de la entrada, las cuales están decoradas con varias cadenas de rosas de colores variados. Me pierdo en el fuerte aroma dulce. Nunca vi tantas rosas juntas.

      La entrada principal está adornada con gruesas cintas blancas que forman ondas bajo un ramo armado de flores que corona el dosel de la puerta.

       La pelirroja parece encantada, me sacude el brazo para que cambie la cara. Al menos el lugar me resulta cómodo, excepto por la gente.

       El salón tiene varios pisos, en los cuales bastantes invitados caminan de un lado a otro, saludándose o charlando confiadamente. Todos están muy bien vestidos. No me siento a gusto.

       Los que están más cerca voltean en nuestra dirección intentando no evidenciar la curiosidad.

       —Buscaré a mi padre. —Victoria saca su celular para llamarlo.

       Camino entre los invitados sin prestarles atención. Seguramente no conozco a nadie, asique evito los saludos innecesarios. No puedo sentirme más incómoda.

       Llego hasta un enorme vidriado opaco que surca la entrada a las escaleras. Permanezco inmóvil, casi ausente. —¿Por qué sigo viniendo a estos lugares? —murmuro sin mirar a nadie directamente. Contemplo el papel tapiz que cubre las paredes del recinto. Es un entramado de líneas doradas con algún dibujo que


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