Devorador de almas. Ana Zapata

Devorador de almas - Ana Zapata


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      *Eres terrible… mi jefe me dio el día libre. De verdad, tienes que revelarme tus métodos.*

      Segundos después llegan otros dos:

      

      *Mis métodos son demasiado complejos para tu escaso intelecto sexual.*

      *¡Excelente! Aprovecha para salir con Isaac. ¡Es una orden!*

      Claro que no. No voy a arruinar mi primer día libre del año:

      

      *Él se arrepintió de rechazar mi amistad, pero eso no significa que yo quiera volver a ser su amiga… tengo mejores cosas que hacer.*

      *No sabes de lo que te estás perdiendo amiga*, contesta. Me pareció que le cayó demasiado bien.

      

      *¡Es todo tuyo! Sigue practicando tus métodos mi queridísima y seductora amiga. La próxima vez consígueme una semana libre para variar.*, respondo crispada. Hago a un lado el celular y me concentro en ordenar un poco la casa.

      El día libre me hace replantear mi agenda de la monotonía. Me baño antes de salir hacia el restaurante. Dudo antes de hacerlo. Me parece que debería aclarar las cosas con Isaac. Lo eché de menos, eso tengo que reconocerlo, pero no quiero que tenga esperanzas acerca de recuperar mi amistad. Victoria insistirá demasiado si no lo hago.

       Rebusco en el bolso la tarjeta en donde ella anotó su número. Lo marco y llamo.

       —Jezabel —pronuncia al segundo tono. Suena sorprendido.

       — ¿Victoria te dio mi número? —objeto ofendida. Se lo habría entregado junto a mi foto.

       Ahora que lo recuerdo no había tenido oportunidad de recriminárselo.

       —Yo se lo pedí… —declara conturbado.

       — ¿Cómo estás Isaac?

       —Bien… ¿y tú?

       —Aceptable —afirmo un poco nerviosa e insegura —voy a ir al restaurante… de siempre. Me preguntaba si podías ir…

       —Seguro. Ahí estaré.

       —Bueno… solo para hablar.

       —Sí. Solo para hablar Jezz —repite burlón. Cuelgo sin previo aviso y por alguna razón mis piernas tiemblan y estoy sin aliento. Trato de no darle importancia mientras compruebo el día por detrás de las cortinas. El viento arremolina con fuerza la copa de los árboles y el cielo nublado se oscurece desde el horizonte. Está casi a punto de llover.

       Voy rápidamente al baño para contemplarme en el espejo, incansable, otra vez. Soy de autoestima baja, pero no le doy importancia. Ser hermosa en mi situación mental no me haría la vida más fácil. Aprendí a ocultar mis debilidades tras una máscara de falsa seguridad. Supongo que los extraños no lo notan y eso me satisface a la hora de rechazar estúpidas citas.

       Olvido el asunto y camino hasta la parada de colectivos. ¿Por qué tiene que ser tan difícil? Las relaciones humanas me frustran. Por eso me produce gusto estar sola, escuchar mis propios pensamientos. Pienso en eso durante los treinta minutos que dura el viaje, refutando mis propias hipótesis acerca del tema una y otra vez. Realmente tengo problemas.

      Una vez en la estación, cruzo entre la innumerable cantidad de personas que se abarrotan por las estrechas veredas. Todas las tiendas están tan cerca que no hay espacio para caminar. Aunque a uno no le interese comprar nada, siempre se ve acorralado por la inmensa maraña de gente. Salen desde todas las direcciones como cardúmenes. Me quejo caminando sobre la ruta haciendo el menor contacto visual con estas personas.

       El restaurante se encuentra cruzando la plaza, por lo que camino unas tres cuadras hasta llegar al lugar.

       Cuando finalmente llego me dirijo al primer piso, donde solo una pareja habla en voz baja en un rincón. Me siento cerca del ventanal, de espaldas al interior del lugar. Finjo encontrarme sola para relajarme. El mesero se acerca rápidamente, casi pisándome los talones.

       —Buenos días —dice educadamente. Seguro tiene esperanzas de ver a Victoria.

       —Un café, por favor —pido en tono tranquilo. Intento ser cordial. El mesero asiente retirándose velozmente escaleras abajo. Respiro profundamente, reacomodando mis ideas. No imaginé tener que volver a ver a Isaac. No estoy preparada mentalmente como es debido.

       Intentaré decirle lo que siento, sin insultos ni lamentaciones. Solo la verdad.

       Cerca de las dos, él sube las escaleras con aspecto tranquilo. Luce jovial y raramente atractivo, más de lo que me gustaría admitir.

       —Viniste —bromea, sonriendo de golpe. Me desparramo por dentro. Me contengo de demostrar algo. Hasta evito sonreír o hacer algún gesto.

       —Sí. Me parece que ya es tarde para escaparme —respondo secamente.

       —Muy tarde Jezabel. Esta vez no te dejaré ir—. Su voz suena considerablemente diferente. Acerca su silla sin dejar de mirarme. Me inundo con sus ojos ardientes y fríos. Un temblor me invade todo el cuerpo y un espasmo eléctrico me apunta la espina. Su presencia logra sofocarme y debo esconder los labios para intentar serenarme.

       —Isaac…—cierro la boca de repente. Espera en silencio.

       —Te extrañé —confiesa finalmente. Evito un gesto de molestia. Después de todo había sido su decisión alejarse. Trago saliva forzadamente. El mesero se acerca antes de que pueda hablar.

       —Su pedido está listo. ¿Es el momento? —interrumpe dirigiéndose a Isaac.

       —10 minutos. Por favor —responde éste.

       —Muy bien, Señor. —agrega el mesero antes de retirarse con paso firme.

       —Vas a necesitar más que diez minutos para convencerme —replico provocando su encantadora sonrisa. Perdería mi postura si no fuera porque realmente estoy enojada con él.

       —Dime lo que piensas Jezz.

       —Me sorprende —sigo con un hilo de voz. El contorno afinado de su rostro luce perfecto y radiante, sus transparentes ojos celestes iluminados por una luz interior. Naturalmente luce hermoso. Mi rencor no va a retroceder frente a su inevitable atractivo. Aprieto los labios y sereno mi ímpetu. Lo había invitado para hablar seriamente. —Mi amistad no te interesaba —repongo con recelo. Fijo la vista en las nubes negras que se arremolinan inalterables sobre los edificios. El ventanal permite una vista única del parque. Me concentro en la tranquilidad que me trasmite el entorno.

       —Cambié, Jezabel. Depende de ti darme otra oportunidad —recita con voz segura. Lo miro inundada de rencor.

       —Pasaron tres años. No supe nada de ti. Supongo que perdí el interés —concluyo. Su mirada se vuelve más intensa. Me parece que está por reír.

       —Pensé que nada te interesaba —inquiere con una expresión intimidante. Pone los labios tensos.

       —Si te ofrecí mi amistad fue porque me interesaba —rectifico ofendida.

       —Jezz, tuve mis razones. Siempre fui honesto contigo. Y nuestro tiempo juntos…

       —No volviste después del estúpido beso.

       —Estaba enojado, decepcionado. Quería que fueras mi novia—. Casi salto del asiento. Esa palabra no es bienvenida en mi mundo. Es una señal de peligro. No sé bien qué decir…

       —¿No me conocías lo suficiente para saber que te iba a mandar al demonio?

       —Tenía esperanzas…

       —No hay nadie que me conozca mejor que tú Isaac ¿Por qué tenías que arruinarlo? Por ser hombre supongo… no me respondas.

       —Créeme que intente volver… pero sucedieron otras cosas.

       —Está bien—. Asiento, pero no estoy para nada convencida. Seguramente le tomó tres años


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