Devorador de almas. Ana Zapata

Devorador de almas - Ana Zapata


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Parece importante para él. Se me cierra la garganta cuando me toma de la mano. Odio que lo haga. Mi corazón se acelera repentinamente. Deslizo mi mano por debajo de la suya, evitando al tiempo su mirada aprensiva. Él ya sabe que no tolero el contacto físico.

       —Disculpa. Quería reforzar la intensidad de mi promesa —confiesa con una sonrisa. Luce radiante. Me pesa en la conciencia rechazarlo. ¿Está intentando seducirme?

       —Me molesta bastante… y lo sabes mejor que nadie—. Me observa obstinado. Parece que está por sonreír, pero no lo hace. En su lugar vuelve a tocar mi mano y a fulminarme con el apasionante color de sus ojos cristalinos.

       —¿Entonces… me darás otra oportunidad?

       —¿Te mereces otra oportunidad? —convengo excedida mente confiada. Él sonríe poco sorprendido. —Con una oportunidad fue suficiente… no soy de las que olvidan las cosas fácilmente —admito con expresión de pocos amigos. Me está costando contenerme. El asunto del rencor es demasiado para mí. Lo quiero golpear pero también me gustaría gritarle cuánto me hizo falta.

       —No sé si merezco otra oportunidad…solo quiero estar contigo Jezz.

       Casi me atraganto. Lo dijo con una intensidad arrolladora.

       —Bueno… obviamente, no soy de las que dan segundas oportunidades…, pero…—farfullo confundida —me convences… como siempre.

       —No te convencí de ser mi novia.

       —Es verdad. Intentaré ser tu amiga…

       —En ese caso, ya podemos celebrarlo —. Toma la botella y me sirve primero. Su sonrisa hipnótica vuelve a dejarme sin palabras. Maldición. “A mí los hombres no me producen nada.” Fijo la vista en su deliciosa mirada. Su atractivo está llamando demasiado mi atención. Pero no. No lo acepto. —Todavía no estoy segura de mi decisión… Es muy apresurado —espeto tomando un sorbo de la sidra. El rencor vuelve nuevamente a mis pensamientos. —Solo quiero estar cerca… como amigo —. Interrumpe mis cavilaciones. Tal vez se estaba notando la sospecha en mi expresión calculadora. —Igualmente ya sabes lo que pienso acerca de… otro tipo de relación —mascullo con resentimiento. Él sonríe nuevamente. — ¿Qué? —Victoria me contó que tuviste muchas citas… pero no te gustó ninguno. —Es verdad… aunque no sea de tu incumbencia. —Lo siento… pero es una buena noticia para mí —admite rosando sus labios con la mano en un gesto de placer. Está siendo muy sugestivo. —Simplemente pensé que yo no te gustaba… —Nunca me gustó nadie… ni me interesa que suceda. Es más… espero que no suceda. Sería demasiado complicado… para mí. —Está bien. Sigues siendo la misma persona que hace tres años —observa sin expresión—, tan necia y orgullosa —agrega mostrándome una encantadora sonrisa. No sé cómo negarme ante tal espectáculo. —¿Y tú? —espeto sin pensarlo. Él me mira de forma intimidante. —No. —Estás mintiendo —acuso obstinada. Es bastante obvio. —¿Tanto me conoces? —pregunta algo tenso. Sorprendido. —Lamentablemente sí —digo molesta. Retoma el silencio. Apenas creo que haya vuelto a mi vida. Por alguna razón él me parece alguien diferente. —Tienes novia. —¿Estás celosa?—. Lo fulmino con la mirada. —¿Tú crees? — Increpo autosuficiente y demasiado segura de mí misma. —Estoy solo… Miro el reloj del celular. Creo que ya fue suficiente. —Debo irme —. Intento no hacer alguna expresión extraña. Victoria se pondrá furiosa por arruinar mi propia cita. —¿Te puedo llevar? —No—. Me mira fijamente. La claridad de sus ojos parece atravesarme. —Como amigo. —Claro… siempre y cuando no intentes robarme otro estúpido beso— admito sarcástica. Pero carente de expresión. —Cómo podría— objeta poco sorprendido por mis palabras. Hablamos un poco de camino a casa. Decido llevarlo despacio. No tan resentida pero un poco molesta de que haya vuelto. Nos despedimos en silencio y le prohíbo que me llame. Acepta sin problemas y desaparezco dentro de la casa. Suspiro cuando lo hago. No salió como lo planeé. No lo pude rechazar y no tengo explicación alguna. Algo extraño sucede con él. No es el mismo.

      Me despierto repentinamente por el estrepitoso tono que produce el celular. Había olvidado ponerlo en vibrador. Victoria me envió un mensaje:

      

      *Te imagino durmiendo. ¡Ceño fruncido!*

      Miro la hora: 8:15 am.

      

      *¡Maldita sea! ¿No tienes una vida propia?* , le respondo. Me refriego los ojos, extremadamente soñolienta y bostezando varias veces.

      =P ! Eres muy PREDECIBLE. Hace días que no me escribes y quiero saber cómo te fue con Isaac.*

      *Te espero en el restaurante*; resoplo con resignación y luego lo envío. Me desplomo con las manos sobre la cabeza.

      ¿Qué pasó con Isaac? No es el mismo y no encuentro manera de explicarlo. Eso me molesta en muchos niveles. Antes era tan fácil hablar con él. Ahora no puedo mantenerme lúcida y desinteresada como antes.

       Me levanto con pesadez, indignada. Me molesto conmigo misma por recordar su mirada. Evité llamarlo después de nuestra repentina cita. Él también se mantuvo distanciado como se lo pedí.

       Pongo la mente en blanco y me dirijo al baño. Aunque las imágenes y el sonido de su voz rebotan en mi cabeza. Insistentemente. Después de bañarme, encamino mi curso hacia la parada de colectivos, bajo el cielo gris y el aire fresco de la mañana. Para mi suerte, el transporte llega rápido y casi vacío. Me siento en el primer lugar más cercano a la puerta trasera y me coloco los auriculares para otra sesión de música deprimente. Me ayuda a relajarme… no es que sea una persona dramática.

       Cuando llego a destino, una leve llovizna fría me roza el rostro, por lo que apresuro el paso para no mojarme. Es un lunes típico y ya son cerca de las diez de la mañana.

       Aspiro hondamente intentando pasar desapercibida. El restaurante, como de costumbre a esta hora del día, está casi vacío. Me siento en el lugar de siempre.

       Irina, la mesera, se acerca con apariencia amistosa. Me conoce hace bastante, desde que empezó hace un par de años, en el turno de la mañana.

       —Buenos días, Jezabel —dice con energía. Realmente la envidio.

       —Hola. Me traerías un café por favor.

       —Claro —asiente antes de retirarse con paso firme. ¿Por qué yo no puedo ser como ella?

       Alegre, despreocupada, enérgica. Algo sensual. Abandono la absurda idea en pocos segundos.

       Saco mi agenda y birome para dar un paseo gratuito en mi privado mundo de confesiones.

       Esta vez decido repasar lo último que había escrito y que parece casualmente describirme de alguna manera:

       “Titubeante. Consternación. Afligida. Aspecto desdichado. Impaciente” Es exactamente como me siento mentalmente, aunque falte la palabra “desesperada”. Pienso, mientras observo resignada hacia la plaza. Las personas caminan pacíficamente hacia sus obligaciones o quizás solo para pasar el rato. Hace tiempo que dejé de preguntarme por qué la mayor parte de los humanos siempre tendemos a hacer lo mismo, como un ciclo inevitable. A pesar de todo, yo sigo siendo diferente de alguna manera y no sé si es bueno o malo. Supongo que no me conformo con nada ni con nadie. No puedo mirar hacia las personas y no preguntarme por ellas, la clase de vida que llevan y si son tan complicadas como yo. Desayuno pensando en las obligaciones de la semana. Nada importante por el momento. Debo cubrir mis horas normales y empezar a pagar las facturas.

      Cerca del mediodía, la melena pelirroja se acerca con paso delicado hacia mi mesa. Esboza una enorme sonrisa.

       —Esa no es la expresión que esperaba. ¿Tan mal te fue? —examina decepcionada. Se sienta frente a mí, expectante.

       —Hace mucho que no lo veía y no pensaba hacerlo.

       —Ya veo —repone dubitativa. —¿Por qué no me llamaste en estos días? —suena ofendida.

      


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