Devorador de almas. Ana Zapata
para prestar atención al paisaje sin sentido que no logra distraerme demasiado. Una sensación de calor ardiente me sube desde el estómago hasta la garganta. Salto alterada cuando el celular vibra en el bolsillo trasero del pantalón. Lo tomo torpemente, atendiendo casi sin aliento y con la mano temblorosa.
—¡Jezz! ¿Has llegado bien? Estoy muy preocupada. ¿Por qué no me enviaste un mensaje? —altera Victoria, farfullando de histeria. Presiono los dientes dando lugar a la tranquilidad, para poder responder adecuadamente y que mi compañero de asiento no se dé cuenta de que estoy al borde de un colapso por su causa.
—Tranquilízate, aún no he llegado —murmuro lentamente, con la triste reserva de aire que aún contengo por si intento escapar.
— ¿Por qué hablas tan bajo? ¿Estás bien? —reitera con tono aprensivo.
—Sí. Te llamo luego —respondo antes de colgar. Sostengo el celular observando la hora. Faltan veinte minutos para las diez. No deseo saber si el extraño y misterioso sujeto a mi lado es realmente un psicópata confundido al elegirme como su víctima. ¿Qué estupideces estoy diciendo? Esto puede llegar a ser muy peligroso. Aunque mi estúpida mente me obliga a creer que no lo es.
El colectivo frena sorpresivamente, haciéndome perder el maldito celular que rueda torpemente sobre mi mano hasta desparramarse por el suelo. Intento buscarlo tanteando por debajo del asiento, pero no lo encuentro. Justo cuando estoy a punto de suspirar molesta, el sujeto a mi lado tiende su mano ofreciéndome el teléfono.
—Creo que esto te pertenece —susurra apaciblemente con una voz de ensueño, esperando a que me decida a responder. No me atrevo a mirarlo directamente, pero percibo que es un hombre joven y al parecer de buenos modales, por el tono de su voz envolvente. Un perfecto psicópata. “¡Los más sumisos son los peores!” grita mi subconsciente. —Sí… gracias —farfullo entrecortadamente, tomándolo en cámara lenta. Fijo la vista en el camino con el corazón atravesándome la garganta, late como una bomba a punto de estallar. Faltan un par de cuadras y necesito concentrar mis fuerzas para incorporarme sin mirarlo, sin temblar y sin caerme trastabillando contra el asiento. Seguramente si lo hago entraré en pánico y me lanzaré sobre la puerta intentando bajar. Esa no es una buena escena. Quizás ni siquiera se levante del asiento y me vea obligada a saltar con todas mis fuerzas. Estoy desvariando. Respiro profundamente con bastante esfuerzo. Esto no puede estar resultando tan difícil, lo admito… estoy asustada, un sentimiento aterrador bastante familiar, que no recordaba hace bastante tiempo. El sujeto se incorpora sorpresivamente y se queda junto al asiento como a la espera de algo. Salto rápidamente cuando veo pasar mi parada, por culpa de la distracción. Toco el timbre a unas cuatro cuadras. ¿Cómo demonios sabe en dónde tengo que bajar? No puede ser una casualidad. Es él. Mis entrañas se revuelven intensamente mientras procuro bajar del vehículo con cuidado. El frío apabullante que recibo al hacerlo, se cuela por mis huesos. Bajo a trompicones respirando ajetreadamente y casi trotando del miedo. El paisaje tampoco denota mucha confianza. Las lámparas que deberían iluminar la calle, están fundidas o rotas y el pavimento destrozado tornan al lugar abandonado y sombrío. Me pregunto si el sujeto bajó detrás de mí. La sensación de persecución me resultó sofocante. Miro de soslayo hacia atrás, pero solo veo autos estacionados. Apenas entro a la casa, llamo a Victoria. —Estoy bien —le repito con seguridad, pero con el corazón dándome vueltas en el pecho. No me había pasado nada igual. Nunca. —Al fin —replica no tan severa. —Estoy bien… Buenas noches —Buenas noches, Jezz. Cierra todo —advierte antes de cortar la comunicación. El espanto me hace asegurar las puertas de forma nerviosa. Cierro con doble vuelta la llave y corro todas las trancas sobre la puerta. Tengo seguridad de que nadie me siguió. Decido preparar un café bien fuerte para despabilarme. Luego prendo la computadora para distraerme. Aunque resulta imposible. Pasaré la noche en vela. Cuando logro finalmente tranquilizarme, cerca de la medianoche, me sobresalta una melodía desconocida. Me incorporo de la silla confundida, tal vez con la caída se había cambiado el tono del celular. Estoy equivocada, el celular ni siquiera está prendido. El sonido proviene de mi bolso. Me acerco dubitativa. Al abrirlo, noto un celular rectangular, parecido al de Victoria, pero de color blanco. Contengo el aliento, absorta, estudiando el aparato. La pantalla permanece apagada. Lo sostengo sobre la palma de mi mano escrutándolo. A las doce y un minuto se enciende nuevamente con un “bip” recordatorio. Desbloqueo la pantalla como suelo hacerlo en el celular táctil de Victoria. Tremendo cacharro. ¿Cómo demonios llegó a mi bolso? En una burbuja de diálogo celeste aparece el siguiente mensaje:
*Lamento haberte asustado. Espero que la próxima vez que nos encontremos, pueda lograr darte una impresión más agradable.*
Vuelvo a respirar ajetreadamente, espantada, mientras mi corazón bombea desbocado. Me tranquilizo a mí misma con la idea de que puede tratarse de Victoria. ¿Quién más podría perder el tiempo intentando asustarme? Me decido a responderle solo para seguirle el juego, solo para saber hasta dónde llega su retorcida imaginación:
*¿Una impresión más agradable? ¿Es una broma? Porque no soy precisamente la indicada para esta clase de cosas.* Mi corazón papita con fuerza mientras envío el mensaje. A los pocos segundos recibo una respuesta:
*Estoy muy seguro de que eres la indicada Jezabel.*
Imposible. Tiene que tratarse de la mejor broma que Victoria pueda llegar a hacerme.
*Si me dijeras dónde nos cruzamos, podría saber a quién le estoy escribiendo*, respondo.
Leo su mensaje una vez más. A los minutos suena nuevamente el tono de mensaje. Tiene que ser Victoria.
*Viajamos juntos. Espero que te encuentres bien. De hecho me gustaría saber si estás bien.* Imposible, es él. La hipótesis del psicópata vuelve a tomar relevancia, pero solo quizás es una trampa de Victoria, tal vez ella lo conoce y todo está armado. Es una locura. Estoy desvariando. ¿Sería capaz de hacerme algo así?
*Estoy bien*, contesto. El celular vuelve a sonar antes de que pueda pensar en algo objetivo.
*Extravié mi celular…*
Está bien. Victoria se esforzó en hacer la broma. Me parece que es demasiado premeditado para ser verdad.
*Tan propicio… Me pregunto cómo es posible que cayera en mi bolso, tú celular. Mmm… me parece algo sospechoso… ¿No te parece?*
Frunzo el ceño. No voy a caer. Debe estar enojada porque ya no puede presentarme a nadie más. Lo siguiente que hago es llamarla. Me debe una explicación muy convincente.
—Ya te descubrí.
—¿Jezz qué sucede?
—No finjas… tu broma salió mal —bufo molesta.
—Imposible… ¿Qué sucede? —Pregunta hiperventilando. Me da pánico al notar que su preocupación es auténtica. Casi se le quiebra la voz.
—Nada. No puede ser… un extraño puso un celular en mi bolso —balbuceo sentándome en la cama. De repente me siento agitada.
—¡¿Cómo?! —altera exaltada. —Voy para allá —dice antes de colgar.
A los minutos tengo un nuevo mensaje en la bandeja de entrada. Una especie de desagradable escalofrío me cruza la espalda en menos de un segundo:
*¿Casualidad o accidente?*, responde a los escasos minutos.
*¿Casualidad? Lo dudo. ¿Accidente? No soy tan ingenua como quisieras. ¡Déjame adivinar! ¿Lo quieres recuperar?*, escribo rápidamente.
No voy a entrar en su juego.
*No. De hecho, puedes conservarlo si quieres*, responde.