Devorador de almas. Ana Zapata
imaginarias. Me pierdo en mis cavilaciones esperando una respuesta del extraño seductor.
—Es una excusa… —confiesa en un tono más serio, tan sensual y severo.
—No escatimas en gastos… por lo visto—. Me olvido de que es un extraño. Escucho una risa apagada.
—No tengo que hacerlo —afirma con tranquilidad. La serenidad de su voz es realmente perturbadora. No presiento una trampa en sus palabras.
—Encontraré la forma de regresártelo.
—Como tú prefieras, Jezabel. Encantado de conocerte… solo necesitaba saber que estás bien —. Utiliza toda la potencia de su seductora voz, porque siento que se corta el aire a mí alrededor y lucho por mantenerme en una pieza.
—Estoy bien.
—Me alegra saberlo. Espero que tengas un buen día.
—Gracias —. La comunicación se corta y permanezco rígida y sin aire. Una clase de principio de euforia interna reprimida me ataca. Se libera con fuerza. Miro hacia la lluvia, ansiosa y emocionada como una niña. No quiero aceptarlo tan repentinamente, pero siento una especie de satisfacción incontrolable, diferente a todo lo demás que había experimentado antes. Tengo serías esperanzas de que sea una casualidad del destino.
Ya estoy arruinando el momento de lucidez.
Paso una mañana intranquila, ocupando mi tiempo entre los quehaceres habituales y la preparación de la comida. Saco la sopa pre-cocida del congelador para calentarla. En quince minutos está listo el almuerzo. No tengo intenciones de darme un gran festín.
Mi estómago está cerrado, invadido por una extraña sensación no bienvenida. Su voz continúa haciendo eco en mi cabeza, pronunciando mi nombre, una y otra vez.
Cuando termino de comer y de lavar los utensilios, me recuesto mirando la llovizna. Tomo mi celular, intuyendo una llamada perdida. Victoria me llamó unas tres veces. Cinco minutos después un mensaje. Lo leo en voz alta:
*Hola, Jezz. ¿Por qué no contestas? Te espero en el restaurante. Hoy es tu día.*
Sospecho de sus intenciones. Acepto solo porque el fresco y la lluvia me ponen de muy buen humor.
*¿HOY ES MI DÍA? Eso solo puede significar que me dejarás en paz.* *Eres tan linda Jezz.*
*¡El sarcasmo no te queda Vic! Nos vemos*, contesto antes de buscar un abrigo.
Salgo como estoy vestida y le sumo una chaqueta de cuero gris a mi normal repertorio: una camisa entallada del mismo color, unos jeans gastados negros y mis botas preferidas.
Dejo el enorme celular del extraño, apagado, sobre la mesita de luz.
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Cuando llego al restaurante, Victoria se encuentra en la mesa de siempre, con su típica sonrisa insinuante. La miro sospechosamente.
—¿Qué sucede? —increpo sin saludarla.
—Buenos días —replica. —Te pedí un café. Necesito que estés muy despierta.
—¿Estás planeando algo? —continúo frunciendo el ceño. Se me da bien poner expresión de fastidio.
—Hoy iremos a la capital. Te necesito.
—No tengo planes para esta noche —la interrumpo, poniendo cuatro sobres de azúcar al café.
—Nos encontramos en el correo a las 10.
—¿Y por qué se supone que debería ir?
—Porque eres mi amiga. Porque me lo debes. Porque me aceptas como soy y por lo tanto aceptas acompañarme a cualquier sitio, por más aburrido e intolerable que te parezca.
—Por favor. No estoy de ánimos.
—Realmente nunca tienes ánimos… Tal vez tú solita encuentres a alguien… —Me guiña el ojo seductoramente.
—Como si eso fuera posible.
—Es el hotel de un amigo de mi padre. Te va a encantar —afirma en un tono poco convincente.
—No.
—Necesitas salir y yo necesito que salgas.
—Eso no me convence precisamente.
—No eres de lo más simpática para relacionarte con otros de tu misma especie —observa perspicaz. Su voz chillona suena resonante y claramente audible, seguramente hasta para los que están en los sanitarios del segundo piso. Resoplo con resignación.
—Esa es la idea. No quiero a ningún hombre intentado aprovecharse de mi falta de entusiasmo hacia la vida.
—Hoy te despertaste bastante gruñona. Te pasaré a buscar a las 10. No llegues tarde, como de costumbre. Sorpréndeme una vez, para variar —dice burlándose—. Si no fuera por mí, te la pasarías encerrada —menciona con obstinación.
—Claro. Siempre olvido agradecerte que cambies mi vida. Aun cuando no me interesa que lo hagas.
—Que considerada eres al no intentar herir mis profundos sentimientos con tu honestidad, Jezabel. Lamentablemente te conozco demasiado y sé que hago lo correcto.
—Si tú lo dices —bufo molesta. Es tan entrometida.
—Tu falta de entusiasmo es… imperdonable —susurra indignada—. Esta tarde recibirás un paquete. No te olvides del protocolo.
—¿Cómo? Espero que no sea un maldito vestido.
—¡Jezz! Esta vez no es formal. Nada de vestidos —resopla dándose por vencida.
—Está bien entonces. Espero que sea algo aceptable —advierto dándole grandes sorbos al amargo café, bastante frío.
El día pasa más rápido de lo que esperaba. La casa luce impecable, asique no me puedo entretener con eso. Decido finalmente, después de dar varias vueltas, tomar otro baño y prepararme mentalmente para el aburrido evento de la noche.
La mayoría de las veces siempre parezco ausente. No soy muy buena transmitiendo buenas energías. No como las demás personas.
Cerca de las cinco escucho unas palmadas en la entrada. El repartidor ha llegado.
Resoplo antes de salir. Luce un piloto amarillo que lo protege de la llovizna.
—Buenas tardes. ¿Eres Jezabel? —interroga sosteniendo una caja y dos bolsas plásticas blancas con marcas impresas de color negro, empapadas por la lluvia.
—Sí —respondo mientras abro el portón con expresión de fastidio. Él me ofrece su planilla de entregas para que lo firme y luego se retira en una bicicleta. Voy hasta la habitación separando las cajas de las bolsas mojadas.
La primera caja blanca aplastada contiene una chaqueta de cuero entallada al cuerpo. Tiene varios cierres plateados en la parte de los bolsillos y alrededor del cuello y de las muñecas. Me asombro de lo bien que me queda. En la siguiente caja, más pequeña y de color madera, hay una camisa negra translucida con botones dorados y pequeños adornos del mismo color en las muñecas. Acompañada por una calza fina de cuero negro.
No es habitual, pero lo acepto. Mi atuendo más formal es un pantalón de jean negro.
Tomo la última caja leyendo antes una pequeña tarjeta pegada en la tapa que cita:
“¡SOLO PARA VARIAR!
Posdata: Isaac sugirió la chaqueta.
A mí me parece demasiado tú.”
No lo imagino comprando ropa de mujer junto a Victoria. Suena raro. Abro la caja. Sin duda los eligió ella.