Devorador de almas. Ana Zapata
—Nada en especial… se arrepiente de haberse alejado —explico con desgana. No necesito entrar en detalles.
—¿Por qué se distanciaron? —prosigue insistente.
—Diferencias… abismales —respondo con acritud.
—Ya veo… mientes tan mal Jezz… —Menea la cabeza acomodándose un mechón detrás de la oreja y me mira con ojos cristalinos y brillantes. Conozco exactamente todas sus expresiones.
—No puede ser… ¿Te gusta Isaac?
—¡No! No si a ti te gusta pero… naturalmente veo que no te interesa —balbucea como una niña. Continúo negando con la cabeza.
—Ya sabes cómo soy… pretensiosa —asevero con necedad. —Ustedes harían buena pareja —observo con malicia. Ella me devuelve una mirada lampiña.
—¿Él… está solo? —espeta dubitativa, disimulando su obvio interés.
—Sí.
—¿Te molestaría que lo invitara a cenar? —interroga apenada.
—Obviamente no —. Sigo sin expresión. Los ojos de Victoria brillan de un modo extraño. —Cambiemos de tema ¿Cómo va el trabajo?
—Bien. Hace unos días tuvimos una reunión con mi padre. Quiere incorporar a un nuevo inversionista. Es agotador —menciona casi resoplando.
—Me lo imagino —observo recordando las intensas noches de aburrimiento que pasé acompañándola a esas reuniones. —La buena noticia es que ya no necesitarás mi compañía… Isaac me puede reemplazar.
—Olvídalo… aun no sabes… —hace una pausa. Me parece que duda de sus encantos. —No te librarás de eso —apunta amenazante.
—¡Por Dios! No intentes seguir buscándome pareja… con eso estaré feliz.
—Ya sabes que cumplo mis promesas —advierte sonriente—. Te hace falta vida social.
—Lo dice alguien que tiene demasiado tiempo libre, asique supongo que no es un buen consejo —respondo autosuficiente. Me mira resoplando mientras vuelve sus ojos oscuros hacia algún sitio a través de la ventana.
—No lo puedo evitar —espeta sin sonrojarse.
—A diferencia de ti, yo te acepto como eres —inquiero con seriedad. Me devuelve una sonrisa aniñada.
—Ya te había dicho que era la última vez, pero tendrás que continuar acompañándome —admite para que deje de reprocharla por su búsqueda incansable de mi pareja. Me molesta hasta pensarlo. —Ya entendí que estás mejor sola… tal vez pensé que estarías mucho mejor acompañada.
—Por supuesto que no. ¿Acaso no ves lo feliz que soy?
—Isaac parece diferente a la mayoría —observa encantada.
—Fuimos amigos bastante tiempo, pero nunca lo miré de ese modo. A mí no me molesta que te interese.
—Eres rara —asiente displicente. Luego vuelve sus ojos hacía mí repentinamente como si se hubiese dado cuenta de algo. Tuerce el gesto incómoda. Luego niega con la cabeza y vuelve a mirarme. —¿Te gustan las mujeres? —espeta rompiendo el silencio. Me parece que los pocos clientes que se encuentran en el lugar voltean a vernos. Me río entre dientes.
—Tu razonamiento deja mucho que desear. Se te acabaron las ideas.
—Lo siento. No puedo concebir la idea de que no te guste Isaac. Es tan atractivo —hace una pausa y se sonroja levemente. —Todos los hombres que te presenté no eran realmente atractivos.
—No estoy interesada en eso Victoria, en cambio tú tienes la idea fija —repongo mirándola inmutable. Ríe admitiéndolo abiertamente.
—Solo un poquito.
8
Psicosis
Propensión desenfrenada
“Los días son hermosos. Cada uno con su dichosa particularidad.
El amanecer de un día soleado, que a mí particularmente no me gusta.
El aire frío del invierno.
El sonido de los truenos.
Claro. No te encantan tanto esas cosas cuando no tienes adónde vivir o qué comer.”
Releo el fragmento una vez más antes de convertirlo en un bollo y tirarlo al suelo. Luego de cinco segundos me levanto para arrojarlo a la basura. No tolero que rompa la armonía de mi blanca y aséptica habitación. La vida en general resulta ser difícil como para apreciar esos detalles con suficiente atención.
Me preparo para ir a dormir sin cenar. No tengo apetito ni tampoco ganas de darle vueltas al asunto de Isaac. No me costará hacerlo, porque me siento tan débil y agotada…
El sonido de una melodía lejana altera mi sueño. Abro los ojos, confundida, buscando el celular sobre la mesa de luz. Vibra una y otra vez hasta que asimilo que alguien está llamando. Atiendo con lentitud.
—¿Hola…? —. Espero una respuesta, pero solo recibo el desconcertante sonido de una lenta y pausada respiración. Sonrío confundida. Me tomo unos segundos intentando descubrir si se trata de algún tipo de broma. Seguramente Victoria está deleitándose del otro lado de la línea, disfrutando de mi delirio. Corto alterada, observando la llamada registrada como “desconocido.” Intento volver a dormirme, pero es imposible, doy vueltas y vueltas intentando no pensar en el asunto. Seguramente es una llamada por error. Lo acepto consiente para poder dormir. Mis lunes siempre son tan aburridos y solitarios, como el resto de la semana, en general. Éste en particular no es la excepción. Despierto descansada, pero un poco somnolienta debido a las vueltas que tuve que dar antes de conciliar el sueño. Decido ocupar mi tiempo en las tiendas virtuales, en la ferviente búsqueda de un nuevo libro con el cual ocupar mis pensamientos. Antes de prender la máquina, me despabilo en el sanitario, hago la cama prolijamente y me preparo un té, con la mente en blanco y sin pensar en el suceso de la noche anterior. Desayuno inmersa en la búsqueda de un nuevo título. Los libros no son como los amigos. No exigen tanta atención y no me traen problemas. No me hacen preguntas ni planteos molestos. Aunque mi búsqueda resulta frustrante, me contento con haber ocupado una hora debidamente justificada. Sin pensar en nada más, me dirijo hacia el comedor para abrir las cortinas de par en par, los vidrios espejados contienen gratamente mi privacidad. Contemplo el cielo despejado y la tenue luz del sol, la cual no me emociona demasiado. Detesto los días de calor, pero gracias a mis acotados gastos pude adquirir un aire acondicionado. Lástima que igualmente tenga que salir de la casa. Me visto para ir a comprar algunos víveres y evitar el desagradable recuerdo de la noche cuando alguien golpea las manos afuera. Abro la puerta principal y me encuentro bajo los rayos débiles del sol al rojizo cabello arreglado de Victoria que se encuentra tras la reja con expresión molesta. —Hola —digo, abriéndole la reja principal para que se contonee hasta el interior de la casa. —Eres toda una bella durmiente. No me sorprende que sigas soltera. —altera desconsideradamente. —Solo me sentía agotada… tuve una noche de amor magnífica —respondo poco convincente. Cada vez que intento dar un respiro, ella reaparece para sorprenderme con alguna reunión improvisada para avivar mi espíritu juvenil con un poco de música, luces y alegría desmedida de la juventud perdida por el alcohol y las excitantes drogas, pero sobre todo por la desesperación personal. Un pozo inevitable en donde la mayoría cae sin ver ni desconfiar del todo, y del que los pocos que salen para recuperar algo de lo que solían ser cuando todavía creían en sí mismos. En ese punto me perdí a mí misma, intentando no ceder. —Ese es el mejor chiste que has hecho desde que te conozco. —Sí. Claro… y hablando de bromas, la tuya fue muy buena. A las doce de la noche. Es tu culpa que no haya podido dormir bien. — ¿A las doce? No puede ser… un admirador secreto. ¡No lo creo! —altera incontenible. Se acomoda en el sillón del comedor. —Basta de bromas —exijo. Me detengo un momento para observar su rostro y sé que no fue ella. Las posibilidades son muy limitadas cuando se llama a una persona que padece de histeria.