Devorador de almas. Ana Zapata

Devorador de almas - Ana Zapata


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fue equivocado. Por favor, las líneas se cruzan constantemente—. Observo el celular sin exaltarme. Las probabilidades de un misterioso acechador son nulas, en mi caso. —¿Guardaste el número? —No. Está registrado como “desconocido”… ¡Basta! No voy a darle importancia. Seguramente es una broma para alterarme los nervios. —¿No será una broma de tu amigo? —suelta refiriéndose a Isaac. —No. Él no podría… —Es tan sospechoso —murmura ensimismada. —No volverá a llamar. —¿Cómo lo sabes?—. La particularidad de su excesiva alegría es que me afecte de una manera positiva. —¿Me estás haciendo una broma, verdad? Eres tú. Como ya no puedes presentarme a nadie más… —Claro que no. ¿Cómo podría? —bufa con expresión aniñada. —¿No será alguno de tus viejos amigos? Después de todo. Mi mejor amiga es una persona muy popular. —No lo creo. Dejaste bastante claro que ninguno te interesaba —objeta con tono serio. Está en lo cierto. Doy por terminada la conversación yendo a la habitación para cambiarme de ropa. Necesito despejarme asique accedo a que Victoria me invite unas copas. Vamos al bar más cercano en la estación. Un sitio bastante común, espacioso y repleto de mesas de pool, luces de colores y la típica iluminación escasa de este tipo de lugares. Está vacío cuando entramos. Algunas personas charlan con las meseras en la barra. Victoria pide una mesa al fondo debido a mi resoplido irritante. — ¡Vamos! —altera señalando nuestra mesa. —Juega bien una vez para variar —la reto mientras ella retoca su maquillaje en un espejito de mano. Me mira con ojos brillosos al tiempo que toma su celular. Cambio el gesto advirtiendo sus intenciones. Después de dos juegos, pido unos tragos para descansar junto a la mesa redonda que se acomoda bajo una pequeña lámpara justo a unos pasos al lado del billar. —¿Viene Isaac? —Sí. Espero que no te moleste. —Claro que no —respondo morigerando el disgusto. Mi voz suena desagradable. —Dame una oportunidad. Es serio, por lo que me limito a asentir sin darle mayor importancia. Me retiro al baño ahogando mis comentarios. Cuando salgo, Victoria está hablando con Isaac. Pretendo poner la mejor cara posible, aunque no lo volví a llamar, luego de nuestro último encuentro en el que no me había convencido sobre su arrepentimiento. —Hola —pronuncio intentando hasta quizás efectivamente parecer desinteresada. — ¿Cómo estás?—. Su expresión es seria. Me incomoda. De repente parece distante, a pesar de que acordamos volver a ser amigos. Me siento para tomar en silencio mientras ellos continúan conversando, hasta que veo el ingreso de una acaudalada figura esbelta de cabellera rubia. —Lo que faltaba —murmuro iracunda, observando hacia mi compañera que luce fastidiada. Al parecer ya se dio cuenta de la presencia que se dirige hacia nuestra mesa con paso elegante y extremadamente arrogante. Se detiene en la barra para murmurarles algo a las mujeres que atienden, lo que provoca que el lugar se vacíe por completo. Demasiado petulante. Es la tercera vez que hace eso. Le pagó lo suficiente al local para reservar el lugar. Resoplo indignada. Isaac me observa fugazmente y luego mira a la esbelta mujer. —¡Qué sorpresa! —anuncia ésta con rostro confiado y autosuficiente, mientras menea discretamente su larga cabellera rubia, el alma de todas las fiestas, Beatriz. Su hermano, Ariel, aparece detrás de ella saludándonos rezagado. Lo conocemos desde la secundaria, aunque yo no lo había vuelto a ver, sé que Victoria no perdió contacto con él. —Sí. Qué sorpresa —responde la pelirroja, observándola con aprensión. Antes de que pudiéramos negarnos a su obligada compañía, una de las meseras acerca gentilmente dos sillas. —Hola, Isaac. Qué gusto verte de nuevo —afirma con extremada seducción. No tengo el valor de mirar a Victoria. Beatriz es el centro de atención a donde quiera que vaya. —Hola —. Él le devuelve una cordial sonrisa. El ambiente se torna incómodo. Imagino innumerables escusas para ausentarme de tan particular velada. —¿Estaban jugando? —pregunta Beatriz, al tiempo que se saca el delgado abrigo que la cubre. Su mirada refleja la seguridad de una mujer exageradamente arrogante. Puedo sentir los malos pensamientos que Victoria le está dedicando. —Sí —repongo desinteresada. La esplendorosa le hace una seña a la camarera que nos mira desde la barra, mientras la pelirroja me arrastra a un lugar seguro al otro lado de la mesa de pool. —Solo había invitado a Ariel —bufa consternada. —Tal vez Isaac la invitó… ¿quieres que le pregunte? —espeto reavivando el odio en sus ojos. —Lo siento, estaba bromeando. No le des importancia —la animo a tiempo. —Vamos a jugar, entonces —interrumpe la rubia con desmán alterado, fulminando con la mirada a Victoria. Se acerca a la mesa de pool para acomodarla. Me dirijo con desgana hacia la mesa. No tengo intenciones de participar en una batalla de egos. —¿No vas a jugar?—. Isaac me atraviesa con el poder de sus ojos. Me parece que disimula una sonrisita. —No —respondo secamente. —¿Quieres jugar conmigo? —interrumpe la rubia observándolo con ojos vidriosos y llenos de satisfacción. —Claro —dice él. ¿No tiene idea de lo que está pasando? Qué poco tacto. —Juega —ordena Victoria, con la voz ronca. Me incorporo de un salto y agarro el taco. Hago el primer tiro como de costumbre, fuerte y preciso. Debido a que es mi juego favorito, puedo lucirme. Ganamos el primer partido, aunque Isaac estuvo a punto de vencerme. Lo tomo entonces como algo personal. En cada tiro pienso que lo estoy golpeando a él. En el segundo juego cambiamos pareja para que Victoria no se ponga tan celosa. A mí me da igual mientras que deje de reprocharme con la mirada. La segunda partida estuvo bastante peleada, por así decirlo. Estuve a punto de perder por culpa de la rubia atolondrada. Al tercer juego le pido a Ariel que me reemplace. Isaac también se excusa para ser reemplazado. Camina hacia mí con expresión misteriosa. —¿Quieres tomar aire? —. Asiento de mala gana y lo sigo hasta afuera asediada por una penetrante mirada. La rubia parece disimular su interés. Caminamos lentamente unos pasos sobre la vereda. Me detengo repentinamente sobre el cordón de cemento. Miro perdidamente los autos pasar uno tras otros. —¿Qué sucede? —inquiere Isaac. Lo miro indiferente. —Nada… ¿Debería pasar algo? —No lo sé. Dímelo tú —repone con una mirada escalofriante. Sus ojos refulgen en las penumbras. —¿Por qué debería? —prosigo, reacia. —Esperaba que siguieras molesta… te conozco —advierte seguro de sus palabras. Me molesta cuando dice esas cosas. —¿De verdad? —. Cambio el tono: —¿Soy tan predecible? —acuso entre dientes. Aspiro hondo y levanto la vista. Lo miro despiadadamente acercándome a pocos centímetros de su rostro. Él sigue rígido. —¿Entonces dime qué estoy pensando hacer? —murmuro envarada. —¿Golpearme? —Me conoces bien—. Retrocedo unos pasos cuando se aproxima demasiado. Contengo el aire reaccionando ante su envolvente mirada. —¿Entonces no intentas seducirme? —. Lo pronuncia en tono de broma, pero no le sigo el juego. —No me interesa. —Discúlpame, pero sé que no es cierto —desliza sus manos por debajo de mi cuello muy lentamente y acerca sus labios sin dejar de mirarme. Planta un suave beso. —No lo hagas —susurro sobre sus labios. Se aleja. Sus ojos se vuelven intensamente azules. Niego con la cabeza. Mi expresión es de desprecio. Exasperante. Me doy la vuelta con pocos ánimos. Él me retiene por el brazo. —No te voy a volver a dejar—. Nuevamente se pone frente a mí. —Necesito tiempo. —Lo sé. —¿Lo sabes? —. Miro hacia atrás. Victoria se encuentra absurdamente escondida en el borde de la puerta del local. Camino hacia ella. —No digas nada —inquiere de forma agobiante. —Me abandonas —pronuncia con pesadez sabiendo la respuesta. —Estarás bien —menciono señalando hacia Isaac, a quien saludo secamente sin mirarlo y casi atropellando su hombro al pasar. Cruzo la avenida bajo los faros de la calle que alumbran forzadamente el pavimento gastado. Se me nubla un poco la vista, pero sigo mi camino con paso rápido. Tomé un poquitito de más. Puedo llegar a casa, puedo llegar. Alcanzo el colectivo que aguarda estacionado bajo la escasa luz de los tubos de neón. Me acomodo en un asiento doble hacía al fondo, aliviada de que Victoria no me haya obligado a quedarme. Sé que no vio nuestro estúpido beso. De lo contrario, no me hubiese dejado ir. Isaac sigue insistiendo. ¿Cuál es su problema? Sumida en mis pensamientos, no noto cuando el colectivo comienza a moverse. Recupero toda mi concentración en el momento en que una persona se sienta a mi lado. Tampoco había notado que todos los asientos estaban ocupados, por lo que no lo considero como algo sospechoso. Me inclino levemente sobre el asiento delantero intentando despabilarme, aun se me nubla la vista y tengo la boca seca, un ligero mareo me sacude en el asiento. Concentro mi atención sobre el camino, el paisaje se disipa rápidamente entre las luces de los faroles y de los demás autos. De repente una imagen viene a mi mente como una fuerte ráfaga de viento, o es culpa del alcohol. Recordé la respiración en el teléfono. No es posible. Es él. Imposible. Victoria tiene
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