Devorador de almas. Ana Zapata
salir de esta manera por el barrio.
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Ya son las nueve y media de la noche cuando corro hacia la parada de colectivo más cercana. Cierro mi chaqueta por el frío que se cuela por debajo de mi espalda. Había olvidado que los colectivos tardan más tiempo en llegar después de las ocho. Está a punto de llover.
Espero impaciente treinta interminables minutos mirando hacia la oscuridad. Por suerte dos señoras me hacen compañía, conversando entre ellas. Finalmente llega el transporte.
El viaje dura alrededor de treinta minutos, dependiendo del tráfico, por lo que me acomodo casi en el último asiento del colectivo esperando no ser perturbada por ningún tipo de mirada curiosa, mientras me sacudo el pelo humedecido por la lluvia. Para pasar el tiempo prefiero escuchar música y distraerme. En ese preciso momento, noto una sensación bastante extraña que me obliga a girarme. Vislumbro una figura hacia el fondo del colectivo que me escruta fijamente. No pude ver su rostro debido a la escasa luz del colectivo. ¡Dios! Es él. Me está acosando. ¿Qué hago? ¿Qué hago si intenta hablarme? No lo hará o tendré que golpearlo. Sin dudas Beatriz me quiere fuera de su camino. Bajo la mirada al instante de manera que no note que me di cuenta de su aprensiva atención. No puede ser él. Su voz de encanto. Espero que no sea él. Por favor que no sea él. Me exalto cuando el sujeto también se incorpora para bajar, al mismo tiempo que yo. Está parado detrás de mí. Se me crispan los nervios y un nudo en la garganta intenta ahogarme. Cuando el colectivo abre sus puertas, desciendo a los saltos, bajo la lluvia, rogando que el extraño no me siga, pero al llegar al correo advierto que él también espera a unos cuantos metros de distancia, al otro lado de la calle, junto a un paredón de concreto. Me saco de un tirón los auriculares, controlando el temblor en mis manos, a pesar de que no parece intentar acercarse. Respiro profundo. Invadida por la imperante necesidad de correr, pero no puedo hacerlo. Estoy rígida y confundida. Si intenta acercarse tendré que hacerlo. El celular suena en el momento menos indicado, provocando que se me espante el cuerpo por completo. Lo tomo del bolsillo trasero con la seguridad de una anciana. —¿Hola? —intento desviar la atención del sujeto misterioso que se interpone en mi campo visual. Estoy horriblemente invadida por su observación. —Perdón por el retraso. Estoy a punto de llegar—. La enérgica voz de Victoria me ampara. Muchas veces debí renunciar a su encuentro por culpa de su impuntualidad, era eso o aguardar para golpearla por hacerme esperar. Ya pasaron diez minutos, que me parecieron algo cercano a la eternidad, tengo necesidad de que llegue lo más pronto posible. —Está bien. Solo apresúrate, me estoy mojando. Cuando vuelvo a mirar hacia la esquina la figura misteriosa había desaparecido. Segundos después, escucho el motor de un auto acercarse rápidamente a la vuelta de la cuadra. —Ya estoy aquí —altera Victoria antes de saludarme con un cortés beso en la mejilla. —Hubiese preferido que llegaras tarde —respondo cortante, con el ceño fruncido. —Vamos —ordena poniendo mala cara al ver mi ropa. Examina mi aspecto cetrino antes de arrancar el auto. —¿Qué sucede? —Nada —. Me sacudo el cabello intentando distraerme. —¿Algo te cayó mal? —acusa con insistencia. Trato de disimular pasando al asiento trasero para vestirme, justo antes de arrancar. Miro de reojo hacía la esquina desde donde el extraño me observaba. Un escalofrío me recorre fugazmente la espalda. —Estoy bien. Decidí olvidarlo. Si Victoria se entera, armará un escándalo. —Invité a Isaac —espeta mirándome por el espejo retrovisor. Evito cualquier gesto de desprecio y solo me limito a mirar el típico paisaje de ciudad. —Ya veo… —murmuro relativamente molesta. Como en la mayoría de las situaciones, solo trato de superar la situación. A mi amiga le gusta mi viejo amigo. ¿Qué tan complicado sería si yo estuviese en el medio? Escucho música los cincuenta minutos que dura el viaje. Dejo las sandalias a un lado y me calzo las botas con plataforma que tanto me gustan, en señal de protesta. Victoria hace caso omiso admitiendo mi conducta con disgusto. Se detiene en una amplia playa de estacionamiento cercada por una gran cantidad de pinos de todos los tamaños. A lo lejos se emplaza un enorme edificio con forma de torre, inundado por ventanales espejados. Se siente desde lejos el ambiente elitista. Frunzo el ceño. Caminamos directamente hasta una puerta lateral que se encuentra flanqueada por dos hombres corpulentos vestidos de traje. Victoria conversa con ellos antes de que nos permitan el paso. El ambiente dentro del edificio es diferente al de las reuniones usuales a las que Victoria suele arrastrarme, las luces están bajas. Miro el espectacular pulido de las cerámicas del suelo cuando ingresamos al salón principal, en donde nos encontramos con el padre de Vic que nos saluda entusiasmado. Nos presenta al dueño del hotel que nos aconseja subir al primer piso para que nos sirvan la cena. En todo momento finjo no estar presente. La pelirroja me arrastra escaleras arriba luego de secuestrar mi abrigo para guardarlo en la recepción. Todavía no entiendo por qué ella insiste en que la acompañe. No se me da muy bien eso de ser el alma de las fiestas. En el segundo piso cruzamos una amplia pasarela alfombrada desde donde se puede ver la planta baja. Me mareo un poco debido a la altura. Al final ingresamos a una sala también escasamente iluminada. Las personas en el lugar están acomodadas en unas mesas circulares sobre las cuales penden unas lámparas con forma antigua. Nos dirigimos hacia una barra de metal, en el lateral del salón, que se ilumina por luces azules. El barman, adecuadamente vestido de camisa y chaleco, nos ofrece unos tragos. Es la primera vez que me siento a gusto en una de estas reuniones. —Isaac todavía no llegó —dice Vic mirando la pantalla de su celular, con el rostro apacible como una muñeca de porcelana—. Vamos a sentarnos—. Se dirige hacia las mesas apartadas que están al fondo del salón junto al gran ventanal espejado. Me siento a gusto, ya que nadie parece prestarnos atención. —¿Ves que eres predecible? —acusa la pelirroja. Aun así, siento la preocupación en su voz. Está demasiado pendiente de la inminente llegada. Me muerdo el labio evitando poner los ojos en blanco. —Suele ser tan impuntual como tú —advierto llamando su atención. —Lo siento… ¿se me nota? —Predecible debería ser tu segundo nombre —murmuro sonriendo. Tomamos algunas copas más, probamos diferentes tragos, riendo de cualquier cosa, hasta que Isaac ingresa al lugar. Cambio el gesto con recelo. Luce tan elegante de traje. Inclusive se puso corbata. Me muerdo los labios. Simplemente me encantan las corbatas… los nudos… Sin lugar a dudas Victoria tiene algo que ver. Sonríe atractivamente apenas nos ve. Pongo una expresión ausente como si estuviera en otro lugar. Eso sí se me da bien, parecer desinteresada. Aunque mi corazón bombee enérgicamente y tenga ganas de huir. —Pensé que no vendrías. Victoria dijo que te pusiste difícil —dice llamando mi atención con sus increíbles ojos claros, translúcidos como el agua. Me muerdo el labio con rencor. —No tenía ánimos de venir —asevero crispada. Victoria me fulmina con la mirada. Me retiro hacia la barra para dejarlos solos. Desplomándome sobre uno de los banquitos altos, le pido al barman el trago más costoso. Claramente todos los gastos están cubiertos. Bebo apresuradamente el delicioso trago color café mientras, giro la cabeza de forma desinteresada mirando hacia la mesa de Vic. Habla demasiado animada. Isaac me mira de forma implacable, como cuando discutíamos. “Estaba mejor sin ti.” Vuelvo la vista hacia el barman para preguntarle dónde están los baños, mientras me muevo en cámara lenta, debido al efecto del alcohol. Definitivamente la bebida no es buena consejera. Debo subir hasta el segundo piso, ya que estoy en uno intermedio. Decido hacerlo por las escaleras, debido a mi aversión por los ascensores. Algunas mujeres ríen a carcajadas mientras caminan de un lado a otro por los pasillos. Me mantengo firme, evitando caminar en zigzag. Una vez que cruzo el largo pasillo, doblo a la izquierda para llegar hasta los sanitarios. La música que llega desde el piso superior hace retumbar el techo. Me precipito a usar el sanitario, alivia un poco la visión neblinosa y el mareo. Escruto la imagen que me devuelve el espejo frente al lavamanos. Una mujer pálida de ojos negros y brillantes me mira con mala cara. Sonrío desdichada lavándome las manos. Uso un poco de papel para remover el estúpido brillo labial que me aplicó Victoria… tan innecesario. Siento ganas de gritar, pero lo evito. Es el alcohol que desencadena todas mis ansias. No entiendo por qué ella me invito si tenía planeada una cita con mi ex mejor amigo. De este tipo de complicaciones suelo alejarme. Al salir del baño, un presentimiento negativo me inunda. Una sensación extraña. Regreso a la barra impávidamente. Isaac me espera con expresión ausente. Me acomodo nuevamente en la silla, sin prestarle demasiada atención. —¿Cómo estás? —pregunta precavido. —Como siempre —pronuncio con cara de póker.