Devorador de almas. Ana Zapata
adonde pueda enviártelo. No tengo intenciones de conservar algo que accidentalmente cayó en mi bolso*.
Estoy enojada y confundida. Tiene que ser un psicópata.
*No te molestes*, responde.
Me da mala espina.
*Insisto*, envío de mala gana.
*No lo sé. Es inseguro enviarte mi dirección. Apenas te conozco.*
Tuerzo el gesto de una manera exagerada. Ahora yo soy la psicópata. Tiene que estar bromeando.
*Claramente. Estás equivocado. Me asustaste.*
Estoy siendo sincera con un extraño. No puede ser peor. Mi instinto de auto preservación no está funcionando bien.
*Por favor. Discúlpame.*
Me recuesto preguntándome si escribirme con un extraño es una buena idea. El celular vuelve a sonar.
*No parecías asustada*, observa. Imagino el tono en que puede estar mencionándolo.
*¿Te gustaría que lo hubiese estado?*, respondo, creyéndome suspicaz.
*No. Esa no fue mi intención.*
*¡¿Y cuáles eran tus intenciones precisamente?!*
*Conocerte… tal vez no elegí el mejor momento.*
¿Por qué quiere conocerme? Me siento impresionada por sus palabras. Un signo bastante claro de desesperación pero, cómo no voy a permitir que él lo sepa. Está bien aceptarlo internamente. Tal vez es algún conocido de Victoria. Realmente espero que no.
*¿Conocerme a mí?*
Doy vueltas de un lado a otro, esperando. Seguro se habrá quedado dormido, aunque también podría estar acompañado por alguien, inclusive podría tener hijos y estar intentando seducir a una extraña chica, quien podría sentirse tan sola y desesperada como para darle oportunidad. Ni de casualidad lo haría. Eso me enfurece porque no tengo forma de averiguarlo. Es tan innecesariamente complicado. Pero la curiosidad…
*Sí… me encantaría*, contesta finalmente.
*¿Quién eres?*, respondo con la mano temblorosa.
*Tu admirador secreto.* Definitivamente es una estúpida broma. Me exalto cuando unos bocinazos parten el silencio. Victoria baja del auto a trompicones con expresión de terror. Abro las trabas sobre la puerta con rapidez. —¿Qué sucede? —altera antes de entrar. Le muestro el celular enorme. Se queda absorta con cara de espanto. —Se me cayó el mío y el sujeto que estaba a mi lado me lo alcanzó —explico ofendida por lo absurdo de la situación. Siento pánico cuando termino de hablar. —Beatriz sería capaz de esto —espeta con extremada seguridad. Suspiro frustrada. Es verdad. —Aterrador —convengo torciendo el gesto. —No sabes de lo que es capaz por un hombre. —¿Un hombre? —Isaac —asevera con expresión felina. —¿Acaso no te diste cuenta? —¿Qué voy a hacer? —Aprieto los labios omitiendo su pregunta. No suelo meterme en este tipo de situaciones, nunca. Pero Victoria es una experta en esto. —Continúa. Como si hubieses caído —contesta calculadoramente. Sus ojos se encienden como dos brazas. Arden con furia. —¿Qué pasó con Isaac? —interrogo precipitadamente. —Sé fue después de ti —afirma volviendo la vista al celular. Sus ojos vuelven a consumirse en un marrón color miel. —Sin dudas es ella —concluye luego de leer todos los mensajes. Me tiende el lujoso cacharro. —Invítalo a un lugar público para devolvérselo. —No lo haré —mascullo desinteresadamente. Ya había sido demasiado responderle los mensajes. Victoria toma nuevamente el celular y escribe algo muy rápido. A los segundos suena nuevamente. —No cuentes conmigo —refunfuño cruzándome de brazos. No tengo intenciones de participar. —Isaac me dijo algo de ti —espeta misteriosamente. —Estas mintiendo… me lo hubiese dicho. —No lo creo —murmura negando con la cabeza. —No voy a caer. —Está bien. Como quieras —dice sentándose en el sillón del comedor sin soltar el celular. Permanece en silencio. —¿Qué te dijo? —reitero luego de varios minutos. Sonríe triunfante. —Que está dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperar tu confianza. Me esfuerzo por no agregar nada. Pensar en eso me molesta todavía. —No tengo ganas de jugar con Beatriz. Si ella piensa que necesita hacerlo es su problema.
—No. Es nuestro problema. No dejes que juegue contigo —increpa ofendida. Me ofrece el celular y se incorpora rápidamente para salir de la casa sin agregar nada. Cierro con llave al escuchar el motor de su auto alejarse. Me desplomo en el sillón del comedor buscando lo que había escrito en el celular, pero lo borró. Aparto el cacharro, irritada, y me voy directo a la habitación cerrando de un portazo. No necesito saber más nada del asunto.
9
Intento frustrado
Perfecta melodía
Me apresuro para abrir las cortinas apenas despierto. Reconozco el sonido lejano de un potente y devastador relámpago. La débil luz del día se filtra escasamente a través de los vidrios. El cielo se cierra desde el horizonte con espesas nubes negras que se extienden con velocidad hacia el centro, mezclándose dentro de otras nubes grises. Contemplo la estupenda vista de los rayos. Me encantan estos días. Luego de un largo rato me retiro para asearme, como de costumbre, y comienzo a ordenar la ropa de cama. Entonces lo noto, sobre la mesa del comedor. El celular enorme. Es demasiado extraño, la sensación que se arremolina en mi vientre también lo es.
Me acerco para apoyar un dedo sobre la pantalla. Lo desbloqueo. Tengo una llamada perdida. Solo aparece un número desconocido. Espero a que se canse de llamar. Ya sé que Beatriz está detrás de esto, asique es fácil perder el interés. Lo tomo repentinamente cuando suena por cuarta vez y atiendo sin pensar demasiado.
—Hola —suelto con voz segura.
—Buenos días Jezabel —pronuncia una voz melodiosa. Me envuelve hipnóticamente, derribando todas mis defensas. Me siento de golpe en el borde del sofá, incapaz de pronunciar palabra.
No tenía idea de que pudiera provocarme algo parecido el sonido de una voz, la de un hombre específicamente.
—¿Qué demo…? —farfullo. Se me seca la garganta por respirar frenéticamente con la boca abierta. Mientras, mi corazón palpita agobiado, latido tras latido. ¿Qué es esto que siento?
Mi inconsciente me advierte a tiempo que Beatriz está detrás del misterioso acosador. Igualmente, me niego a creerlo por completo, sin explicarme la razón con verdadera conciencia.
—¿Cómo estás? —recita dejándome sin aliento.
Tiene que ser mentira. Me tiembla frenéticamente la mano. Su voz melodiosa es encantadora y sensual, no me resisto demasiado a caer ante sus encantos. Mis intentos por no fascinarme con su existencia son en vano. Aún sin conocerlo, sin saber nada de él.
—¿Eres…? —pronuncio intentando recomponerme con demasiado esfuerzo.
—Sí. Lamento lo que sucedió anoche… creo que fue algo precipitado de mi parte —explica tranquilamente. No me cuesta convencerme acerca de sus inocentes intenciones.
Debido a mi poca experiencia, puedo afirmar que dice la verdad. Puedo afirmar cualquier cosa que me diga. Solo quiero conocerlo.
—Está bien… fue extraño —convengo recordando nuevamente el asunto de Beatriz sin mucho esmero. Me incorporo de golpe como despertando de un largo sueño. —Extraño también lo de tu celular —inquiero con la voz más relajada.