Mundos y seres poshumanos en la literatura contemporánea. Sophie Dorothee von Werder
posestructuralista de otra tendencia más reciente, se cita a Ihab Hassan, quien ya en 1977, en su trabajo “Prometheus as a Performer: Towards a Posthumanist Culture?”, anuncia la llegada del hombre poshumano. Y aquí lo que cambia no es la autopercepción, sino que es el hombre el que efectivamente se transforma. El giro, por lo tanto, no es conceptual, sino existencial. Hassan explica que “necesitamos entender que la forma humana —incluyendo el deseo humano y todas sus representaciones externas— puede estar cambiando radicalmente, y por lo tanto debe ser revisada”. El autor plantea que “quinientos años de humanismo pueden estar llegando a su fin a medida que este se transforma en algo que estaremos obligados a llamar poshumanismo”.8
Evidentemente, un cambio del ser conlleva cambios en la autoconcepción, y viceversa, por lo que las perspectivas, realmente, no se pueden separar. Es más, observamos que los diferentes planteamientos teóricos coinciden en varios puntos que son centrales: se apartan de la idea de la exclusividad y el posicionamiento central del hombre, ponen en duda el concepto de la subjetividad como centro o fundamento epistemológico y tienden a remplazar la idea de un agente humano racional y autodeterminado por la de un sujeto fluido, móvil y descentrado. No obstante, hay diferentes puntos de partida. Por otro lado, los planteamientos de los posestructuralistas corresponden a una tendencia en las ciencias humanas y sociales, mientras el poshumanismo más reciente considera desarrollos en diversas áreas —como las ciencias, las tecnologías, los medios digitales, el derecho o el estudio de la evolución—.
El hombre poshumano como híbrido
Los teóricos actuales habitualmente relacionan el poshumanismo con las tecnologías que van invadiendo el cuerpo y determinan cada vez más la vida de los hombres. En la tradición occidental, en un principio se ha distinguido entre lo natural y lo artificial (physis y techné en términos griegos; natura y ars en términos latinos); oposición cuestionable, ya que la naturaleza humana incluye la creación de artefactos tecnológicos como parte de su evolución. Welsch (2014) subraya que los seres humanos “fundamentalmente son innovadores, y que de vez en cuando trascienden las fronteras que antes se creían firmes”.9 A lo anterior se suma el hecho de que, últimamente, el ambiente técnico se ha expandido hasta convertirse en un nuevo tipo de naturaleza: “la ciudad, lo urbano, lo artificial irradiaron sus tentáculos por toda la superficie del planeta, convirtiéndose en el medio ‘natural’ donde los seres humanos viven y se reproducen” (Sibilia, 1999, pp. 89-90). También la interacción orgánico-tecnocientífica se ha intensificado, ya sea por razones médicas o estéticas. Aparte de eso, desde que el hombre logró descifrar el mapa genético de las especies, incluso interviene en la génesis de los seres vivos. La medicina prenatal está avanzando a grandes pasos, y a pesar de que por el momento persisten los obstáculos legales, no faltan propuestas para futuros proyectos de clonación o eugenesia humana.
En este contexto, surgen las visiones poshumanas que consideran que las tecnologías, los artefactos y dispositivos inteligentes, sean invasivos o no, más allá de ser simples herramientas útiles para el uso humano, conducen a una hibridación entre hombre y máquina, lo cual representa un paso cualitativo en la evolución de nuestra especie. También suelen considerar que la identidad se vuelve un híbrido, dado que se construye a partir de su interacción con las máquinas o el ciberespacio. En lo que sigue, se presentan los enfoques teóricos que relacionan al hombre poshumano con algún tipo de cíborg, es decir, una mezcla entre cuerpo orgánico y tecnología, aparato, prótesis o computador.
Es necesario señalar que el hombre poshumano no necesariamente tiene el cuerpo invadido por la tecnología; puede ser que solo esté en constante interacción con ella. Por esta razón se toman en cuenta algunos planteamientos teóricos sobre los medios electrónicos y de comunicación. Estos, aunque no se refieren explícitamente al hombre poshumano, son relevantes aquí en la medida en que consideren ciertos cambios cualitativos a nivel de la conciencia del hombre.
Las transformaciones generan grandes expectativas en unos y mucho temor en otros. Una pregunta central está hecha por Hoeg (2000): “¿En qué medida la ciencia y la tecnología son parte del problema, y en qué medida son parte de la solución?” (p. 2). Las teorías acerca del poshumanismo se pueden distinguir, por lo tanto, bien por su tendencia optimista, hasta eufórica, o bien pesimista y distópica. A continuación, se presentan en este orden.
Visiones utópicas
H. G. Wells fue uno de los primeros pensadores que reflexionaron sobre los posibles futuros efectos del avance técnico y científico en la vida humana durante el siglo xx. En Anticipations of the Reaction of Mechanical and Scientific Progress upon Human Life and Thought (1901), una recopilación de ensayos, pronostica la importancia del automóvil y del avión, y plantea que los futuros gobernantes serían integrantes de una élite con formación científica. Según el autor, los cambios en su mayoría serían positivos. Sin embargo, el libro fue criticado por su tendencia racista, dado que defiende la eugenesia como mecanismo para lograr la optimización de la especie humana, a través de la eliminación de las razas supuestamente inferiores.
Haraway (1991) y Hayles (1993, 1999) comparten una percepción positiva del hombre poshumano, al considerarlo, fundamentalmente, un ser transgresor que desafía las estructuras tradicionales de la sociedad. Sus teorías anuncian y celebran la llegada de un nuevo prototipo humano con el que se superan las limitaciones sociales, corporales e intelectuales, mediante la fusión con los dispositivos tecnológicos. En este sentido, para ambas teorías el ser poshumano posee un potencial revolucionario.
En su ensayo Simians, Cyborgs, and Women: The Reinvention of Nature, Haraway (1991) identifica al hombre poshumano con el cíborg; para ella, no solo representa un híbrido entre cuerpo orgánico y máquina, sino también la posibilidad de sobreponerse a la ciencia y la política occidentales, a la tradición racista y patriarcal del capitalismo y a la tradición del progreso. Señala que, en este sentido, la relación entre organismo y máquina se convierte en una guerra fronteriza. Sin embargo, para Haraway la llegada del poshumanismo ya es un hecho: considera que a finales del siglo xx, que para ella es un tiempo mítico, “todos somos quimeras, híbridos de máquina y organismo, teorizados y fabricados”. Afirma que, en definitiva, “ya somos ciborgs”.10 La autora llega a soñar con un mundo sin géneros y con una vida sin inicio ni fin. Señala que su texto representa “un argumento a favor del placer en la confusión de las fronteras, y de la responsabilidad en su construcción”. Enfatiza que también se trata de contribuir “a una cultura y teoría socialistas y feministas, en la tradición utópica de imaginar un mundo sin género, que podría ser un mundo sin génesis, pero quizás también un mundo sin fin”. En esta perspectiva, el cíborg se presenta como “una criatura en un mundo post-género”.11
Por su parte, Hayles (1993) observa que la realidad virtual inaugura una época antihumanista en la que el humano se fusiona completamente con otros elementos. Para la autora, lo poshumano significa “un acoplamiento tan intenso y multifacético que ya no es posible distinguir de manera significativa entre organismo biológico y las redes y procesos de los que forma parte”.12 En su compilación de ensayos How We Became Posthuman (1999), la autora explica que la teoría del hombre poshumano “privilegia el patrón informativo sobre la manifestación material, de modo que la encarnación biológica se ve como un accidente de la historia, y no como una forma ineludible de la vida”. Hayles insiste en que “no hay diferencias esenciales ni demarcaciones absolutas entre la existencia corporal y la simulación digital, el mecanismo cibernético y el organismo biológico, la teleología robótica y los objetivos humanos”.13 No obstante, expresa que la transformación del hombre es gradual: los cambios, según Hayles, “nunca se corresponden con transformaciones completas o rupturas bruscas”. Plantea que, más bien, “lo humano y lo poshumano coexisten en configuraciones cambiantes que varían según los contextos históricos específicos”.14 Resulta incoherente que Hayles, luego de haber afirmado que la corporeidad del hombre es accidental e irrelevante, ahora considere que el cuerpo orgánico establece una diferencia que, en cierta medida, frena la transición hacia el poshumanismo. Así, también explica que el hombre “es ante todo un ser encarnado”, y que “las complejidades de esta encarnación significan que la conciencia humana se despliega de maneras muy diferentes a las de la inteligencia propia de las máquinas cibernéticas”.15