Mundos y seres poshumanos en la literatura contemporánea. Sophie Dorothee von Werder
la creciente simbiosis entre los humanos y las máquinas, en My Mother Was a Computer vuelve a enfatizar que, en relación con la corporeidad, persiste una diferencia entre ambos.
Sin embargo, para Hayles, al igual que para Haraway, la perspectiva poshumanista incluye una promesa; se trata de una apertura y de la abolición de todo significado central como un dios o la razón. Al contrario, los significados, para Hayles, “nunca están garantizados de acuerdo con un origen coherente, sino que se vuelven posibles (aunque no inevitables) gracias a la fuerza ciega de la evolución que encuentra soluciones viables dentro de unos parámetros dados”.16 La deconstrucción del sujeto liberal humanista, para la autora, es una oportunidad que coincide con el sueño de una versión del hombre poshumano que abraza las posibilidades de las tecnologías y de la información, sin dejarse seducir por fantasías de poder ilimitado y de inmortalidad sin cuerpo. En este sentido, Hayles aboga por una cada vez más estrecha fusión y cooperación entre el hombre y las máquinas; de hecho, considera que no solo la cognición, sino también el juicio, la toma de decisiones y el control del entorno se deben convertir en asuntos que el hombre comparta con las máquinas. Entonces, ya no se ve la voluntad humana como “la única autoridad o potestad para dominar y controlar el medio ambiente. [...] Tanto los actores humanos como los no humanos realizan un razonamiento”.17
La postura de Sloterdijk (1994) se parece a la de Hayles en cuanto propone superar una interpretación humanista del mundo que distingue entre lo natural y lo artificial, por un lado, y entre entidades con o sin alma, por otro. En su conferencia “Reglas para el Parque Humano. Una respuesta a la Carta sobre el Humanismo” (1999) le responde a Heidegger, quien en la Carta sobre el Humanismo (2000b) había criticado la fundamentación metafísica y antropocentrista del humanismo y había planteado que el sujeto no es un ente activo y transformador, sino que resulta, en primer lugar, impactado por el ser. Sloterdijk, en su conferencia, relaciona el humanismo con la tradición letrada, sobre todo literaria, y con un intento de domesticación y formación humana. No obstante, considera que la educación humanista fracasó y que, por ende, caducó. Aparte de eso, piensa que, en la época de las tecnologías y la velocidad, también las maneras de mejorar o domesticar a la especie humana se tienen que actualizar. En este sentido, llega a defender la manipulación del material genético del hombre como método conforme a la época, visión por la que recibió severas críticas y mantuvo una polémica con Jürgen Habermas el mismo año (esto es, 1999).
También Braidotti (2014), en la tradición del posestructuralismo, cuestiona el posicionamiento central del hombre poshumano: “El pos-antropocentrismo cancela la idea de una jerarquía entre las especies y una normatividad basada en ‘el hombre’ como referente central”.18 Braidotti propone eliminar las delimitaciones entre hombre y máquina, por un lado, y entre hombre y animal, por otro. Sin embargo, ella toma distancia de los posestructuralistas al sostener que la estructura del sujeto poshumano “no es mediada por un lenguaje. La subjetividad poshumana que yo defiendo es más bien material y vitalista, corporal y concreta”.19 Su propuesta es radical e incluye el otorgamiento de derechos cívicos a máquinas y animales. Aquí resulta pertinente, sin embargo, recordar la advertencia de Fukuyama (2003), quien señala que hay toda una serie de derechos que a los animales no podrían ser concedidos porque no son humanos. “Ni siquiera consideraríamos”, dice, “la posibilidad de otorgar el derecho de voto, por ejemplo, a criaturas que son incapaces de aprender el lenguaje humano”.20
Welsch (2014) defiende un punto de vista basado en la antropología evolucionista, de acuerdo con la cual se deben tomar en cuenta dos aspectos fundamentales: “la continuidad humano-animal, por un lado, y la continuidad de humano-inteligencia artificial, por el otro”.21 Observa que la racionalidad ya no se puede considerar una característica exclusiva del hombre, dado que también estaría presente en computadores, teléfonos inteligentes, robots, etcétera; por otro lado, y en diferentes grados, también en los animales.
Finalmente, en su ensayo La vida en pantalla, Turkle (1995) enfoca la relación del hombre con el computador y el ciberespacio, y observa que “nuestras nuevas relaciones tecnológicamente enmarañadas nos obligan a preguntarnos hasta qué punto nos hemos convertido en cíborgs, mezclas transgresoras de biología, tecnología y código” (p. 31). Las relaciones intensas con los computadores, de acuerdo con Turkle, están cambiando la forma de sentir y pensar en el hombre: “Junto con el paso de una cultura de cálculo hacia una cultura de la simulación se han producido cambios en lo que el ordenador hace para nosotros y en lo que hace con nosotros en nuestras relaciones y nuestras formas de pensar sobre nosotros mismos” (p. 32; cursiva en el original). Para ella, los cambios no siempre son positivos, pero, en principio, representan una gran oportunidad al permitir la libre elección de una o varias identidades: “Un mud [Multi-User Dungeon, un tipo de videojuego en línea] se puede convertir en un contexto para descubrir quiénes somos y qué deseamos ser. De esta manera, los juegos son los laboratorios para la construcción de la identidad” (p. 234). Agrega que el hecho de que los medios electrónicos introduzcan nuevas posibilidades en la manera como las personas se conocen, se comunican y se relacionan, con menos compromiso y mayor libertad, encierra un importante potencial terapéutico a la vez que nos ayuda a tener una autoimagen conforme a la época, ya que las experiencias en internet nos ayudarían “a desarrollar modelos de bienestar psicológico que son posmodernos en un sentido significativo: admiten la multiplicidad y la flexibilidad. Reconocen la naturaleza construida de la realidad, el yo y el otro”; así podemos “pensar en nosotros mismos en términos de fluidez, emergencia, descentralización, multiplicidad, flexibilidad y estar siempre en proceso” (pp. 331-332).
Visiones distópicas
Como ya señalamos, también existen las visiones escépticas y hasta distópicas sobre el poshumanismo. El término poshumano sugiere que, o bien el hombre podría extinguirse, o bien dejar atrás la capacidad para la empatía, el amor y la piedad, dos ideas que generan temor y rechazo.
Los planteamientos que Sábato (1988) desarrolla en Hombres y engranajes, de 1951, parten de lo político, pero trascienden esta perspectiva. En su ensayo señala tres paradojas de la civilización renacentista: se trató de un movimiento individualista que llevó a la masificación, un movimiento naturalista que llevó a la cosificación y, finalmente, un movimiento humanista que llevó a la deshumanización. El hombre se habría convertido en “el hombre-masa, ese extraño ser todavía con aspecto humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero en realidad engranaje de una gigantesca maquinaria anónima” (p. 17). La tecnología, de acuerdo con Sábato, somete y transforma al hombre: “El reloj, que surgió para ayudar al hombre, se ha convertido hoy en instrumento para torturarlo”, y lo obliga a adoptar una “mentalidad maquinista” (p. 46).
Sábato anticipa algunas ideas que Heidegger formularía dos años después, al advertir que el hombre, en la medida en que logre dominar el entorno, estará sacrificando su propia libertad: “El hombre secularizado –animal instrumentificum– lanza finalmente la máquina contra la naturaleza, para conquistarla. Pero dialécticamente ella terminará dominando a su creador” (p. 23). Eso se debe a que los artefactos y las ciencias
[...] se vuelven contra él, dominándolo y conquistándolo como a un objeto más. Ciencia y máquina se fueron alejando hacia un olimpo matemático, dejando solo y desamparado al hombre que les había dado vida. Triángulos y acero, logaritmos y electricidad, sinusoides y energía atómica, unidos a las formas más misteriosas y demoníacas del dinero, constituyeron finalmente el Gran Engranaje, del que los seres humanos acabaron por ser oscuras e impotentes piezas (p. 52).
En 1953, en su conferencia “La pregunta por la técnica” , Heidegger (1994) expone un punto de vista similar, aunque no se refiere, especialmente, a lo político o social, sino a lo que denomina esencia de la técnica y del hombre. La técnica, explica, se corresponde con una concepción metafísica del mundo, porque “no es lo mismo que la esencia de la técnica”, y “la esencia de la técnica tampoco es en manera alguna nada técnico” (p. 9).22 El pensamiento técnico, de acuerdo con este autor, hace que algo salga de lo oculto, convirtiéndolo en objeto. De esta manera, la naturaleza se puede manipular y pasa a ser un recurso que se evalúa en consonancia con su utilidad. Sin embargo, la técnica no es una simple herramienta del hombre, sino que su esencia se