Méfeso. Lenin Real
a Driss.
—Es en serio Zadrac, no sé qué me pasa.
—Te digo algo, sea lo que sea que te pasa, te ha debilitado, así que trata de evitarlo si quieres conservar tu título de asesino sanguinario.
—Ya lo creo, me concentraré más en lo que debo hacer, no puedo permitir que un pequeñín como tú intente vencerme nuevamente. —Respondió Driss, volviendo a tirar de las orejas de Zadrac para que se las coloree de rojo.
—Madura Driss, es algo que la gente con inteligencia lo hace, sabes.
—Tú eres el cerebro, yo la fuerza.
—La fuerza bruta querrás decir.
—Muy gracioso. Ahora dime, no has venido solamente por recibir tu dosis de insultos ¿cierto?
—Me ha pasado algo extraño la otra noche.
—¿No te estarás metiendo en problemas eh? por lo menos espero que no sin mí.
—Escucha. Encontré una carta, iba dirigida a alguien llamado Bastian, al parecer era un rey o algo así. Lo poco que he podido entender ha sido una amenaza.
—Y eso qué, todo el tiempo amenazamos a nuestras víctimas.
—Espera oír esto. Era de Caín, y éste le decía que si no confesaba donde ha escondido el Matun, asesinará a su familia, pero eso no es lo extraño, lo extraño es que, tras esa carta habían unas siglas. Las mismas siglas que rodean tu marca de nacimiento.
—Una coincidencia quizá.
—No lo creo, han comenzado a buscar aquella carta como locos, entonces la devolví para que no se diesen cuenta sin antes copiarla en unos apuntes que he realizado.
—¿Y al intentarlo seguramente te causaste tú solo esos moretones?
—Descuida, han querido jugar un poco conmigo pero no se los he puesto fácil.
—Esos malditos, ya verán en cuanto vuelva.
—No te preocupes, me he burlado de sus rostros sin querer.
—No vuelvas a meterte en problemas quieres.
—Está bien amigo, pero ve con cuidado, que algo me dice que hubo una conspiración hace mucho tiempo y que sea lo que sea que haya sucedido, está a punto de volver a suceder.
—Cuídate tú también, y no te burles demasiado de esos grandulones que es muy diferente morir de risa a morirse mientras ríes.
—Te seguiré informando si se de algo más, descuida.
Zadrac se marchó del lugar y Driss se acostó sobre su libro pero éste comenzó a brillar. Las letras comenzaron a aparecer y juntándose formaron el nombre de su próxima víctima:
“Francis Horton”
Driss se dispuso a buscarlo, revoloteó por el lugar mientras examinaba su contexto para facilitarle las cosas.
Era un estudiante universitario, había sido obligado por sus padres para estudiar leyes en una prestigiosa universidad. Francis detestaba la idea, había tenido muchos problemas con sus padres por haber escogido su carrera y su futuro sin siquiera consultarlo con él.
Francis asistía a sus clases infrecuentemente, pues muchas veces decidía ir a beber con otros alumnos que inconformes con aquel sistema universitario, pensaban y se quejaban al igual que él.
Una carta fue enviada desde la universidad hacia sus padres, advirtiéndole que lo expulsarían si no se acogía a sus horarios. Al saberlo, el padre de Francis le advirtió que si lo expulsaban sería desheredado y expulsado de la familia.
Francis hizo caso omiso a la advertencia de su padre; volvió a faltar a sus clases, y ésta vez, había superado el límite de faltas en sus asistencia, así que fue expulsado de la universidad.
Al saberlo, su padre lo golpeó fuertemente y lo hechó de su casa.
Otro trabajo remotamente sencillo para Driss. Al llegar hasta donde se hallaba Francis, indujo un ambiente de soledad y melancolía. El reloj retumbaba en la conciencia de Francis haciéndole pensar que el tiempo se desvanecía entre sus manos; entonces Francis abrió la ventana de su departamento; era el décimo piso. Se sentó al borde de la ventana fumando un cigarrillo.
Driss localizó a su ángel guardián, esta vez no había piedad alguna, atrapó su cuello con sus manos, lo comenzó a estrangular, Los recuerdos amenazantes de Theo inundaron su mente. ¡Muere maldito! Pronunciaba mientras imaginaba estrangular a Theo.
Driss no dejaba escapar al ángel guardián de sus manos, mismo que pataleaba en el aire intentando desesperadamente soltarse. Sin darle oportunidad alguna, arrancó su cabeza con tal furia que ni siquiera hizo falta su espada para matarle.
Una vez acabado con el ángel guardián, caminó hacia Francis, aquel se hallaba sentado al borde de la ventana de su departamento, las cortinas se sacudían con la brisa penetrante de la noche, un aroma putrefacto apestaba en la habitación y el humo del quinto cigarrillo recién encendido se disipaba con el sacudón de su mano derecha.
Driss lo miró lentamente, le encantaba descifrar los pensamientos patéticos que atravesaban la mentalidad de una persona melancólica. Tras algunos segundos tocó su pecho, tratando de manipularlo a su antojo.
Las pupilas de Francis llenaron sus globos oculares, el reflejo cristalino de la ciudad se contemplaba en ese portal sentenciado por el emisario de la muerte.
Con el cigarrillo comenzó a torturarle quemando su piel lentamente. Maníaco y sádico presionaba ligera pero cruelmente el fuego sobre su brazo, el humo ascendía con un nuevo aroma golpeando su delicada nariz. Francis trataba de gritar sin siquiera lograrlo, únicamente sus dientes crujían por aquel dolor.
Después de haber inscrito aquellos símbolos que Zadrac le había dicho. La quemazón del cigarrillo pintó sobre sus brazos aquellas figuras malditas, Driss hizo que se balanceara infelizmente sobre la ventana, hasta que sin más poder cayó al vacío, gritando de pánico de pronto su voz se apagó súbitamente anunciando que su cuerpo se había estampado sobre el pavimento de la acera.
Solamente quedaba una masa irreconocible, de donde brotaba humo con olor al cigarrillo que éste fumaba. Por la brisa de los automóviles que atravesaban la avenida ese humo se evaporó al igual que su alma y entonces el libro de Driss dispersó aquel nombre de sus páginas marchitas.
Una nueva alma para su deleite era condenada a sufrir toda una eternidad en el astro malicioso del Edén de los malditos.
Era martes por la mañana, el rocío había cubierto con una manta húmeda las frías aceras de la cuidad, el sol que apenas daba los primeros rayos de luz resplandecía a través de las persianas en la habitación de Hallie.
Los grandes ojos verde castaños de Hallie se abrieron perezosamente, mientras trataba de recordar si había tenido algún sueño. Hacía mucho tiempo que no se levantaba tan temprano. Entonces lo recordó. Debía apurarse a cumplir su castigo en el instituto.
Al bajar por las gradas e ir a desayunar, notó que su madre y su hermano menor aún siquiera habían despertado. Trató de no hacer ruido, preparó una gran taza de café y salió de la casa, cargando su bolso beige.
Vivía a pocas cuadras del instituto, y siempre decidía dar una agradable y refrescante caminata de camino.
En cuanto llegó, la monja aguardaba en la entrada esperándola.
—Es la única forma de fomentar puntualidad en ustedes los adolescentes.— Sentenciaba.
—Buen día sor Mary, espero haya tenido una agradable noche —atajó Hallie enseñando una gran sonrisa burlona.
—Ya veremos a quien se le da tener un buen día —respondió la religiosa mientras le extendía sus materiales de limpieza— Toma y no olvides limpiar muy