Méfeso. Lenin Real
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Aquella tarde Hallie se quedó dormida con el libro en sus manos, tras un leve movimiento producido por el sueño, el libro cayó debajo de su cama.
Driss atravesaba la calle en camino hacía una de las víctimas de su diario. Entonces volvió a sentir la misma sensación de atracción en su pecho, pero ésta vez con más fuerza que nunca. Vorazmente empezó tratar de localizar de dónde provenía lo que le atraía. Hasta que descubrió una casa de dos pisos de color blanco, subió por las gradas hasta un hermoso cuarto color miel, la causa de su exasperante deseo permanecía recostada sobre la cama, se trataba de Hallie. Dio unos pasos hacia ella, e intentó acariciar su cabello rubio cuando de la nada, algo empujó terriblemente su cuerpo por los suelos. Al reincorporarse se dio cuenta que ella también tenía un ángel guardián a cargo. Se trataba de un ser de cabello corto y color blanco. Sus pies estaban descalzos y su pecho desnudo, solamente un jeans azul formaba parte de su indumentaria, no era algo común ver a un ángel así, éste era diferente, en sus gruesas manos sostenía una larga espada de bronce.
—Déjala en paz, ella es una criatura inocente. No permitiré que te la acerques, otra vez —dijo aquél ángel amenazándolo con su espada.
—Otra vez, de manera que ya te diste cuenta que ella es diferente, sabes que me puede ver ¿cierto? —Respondió Driss lanzando una sonrisa burlona.
—No entendiendo porque puede verte, lo único que sé es que debes alejarte de ella.
—¡O sino que! —Lo retó Driss
—O me vas a ver enojado y no creo que eso te guste.
—No me hagas reír ¿sabes a cuantos de los tuyos he matado?
—¿A qué te refieres? Solamente un ángel puede acabar con la vida de otro ángel, jamás un demonio. Dijo el ángel mientras comenzaba a dudar.
—Lo sé, ni yo mismo lo he podido creer. Pero graciosamente me es posible eliminarte si lo deseara.
—Aun así daré mi vida por cuidarla pero antes acabaré con la tuya.
Ambos empezaron a enfrentarse, sus espadas echaban ráfagas luminosas en cada golpe como señal de un enfrentamiento entre cuerpos celestes de un universo desolado y austero. La espada de aquel ángel estuvo a punto de lacerar la mejilla de Driss pero este puso su espada a su defensa y permaneció así un momento. Forcejeando por los suelos alzó la vista y pudo observar con más detenimiento que en la espada de aquel ángel se hallaba un nombre fundido de oro:
Theo”
—De manera que te llamas Theo, es un patético gusto conocer el nombre del ángel al que mataré satisfactoriamente —dijo Driss haciendo gala del humor negro con el que le gustaba dirigirse a sus víctimas.
—No te la pondré tan fácil — respondió Theo algo asombrado por el grado de observación de su oponente.
—¿Sabes que le ha sucedido al último que me ha dicho eso? —Soltó Driss
—Lo siento no tendrás tiempo de contármelo cuando te atraviese el cuello de tu inmundo ser.
En cuanto Theo estuvo a punto de clavar su espada sobre el cuello de Driss, se detuvo precipitadamente al escuchar una delicada voz que emocionada decía.
—Driss… ¿eres tú? ¡No lo puedo creer, has venido a visitarme!
Theo observó la mirada de Hallie y entendió algo insólito. Sus ojos jamás estuvieron más dichosos de verlo. Esa mirada lo decía todo. Rápidamente volteó hacia Driss lanzándole una amenaza fuerte y clara con sus ojos. Tras un leve forcejeo se soltó de los brazos de Theo.
—Hola Hallie, así es —respondió Driss.
Driss le sonrió y caminó hacia ella. Su cabello rubio acarició levemente su mejilla ocultando uno de sus ojos celestes. Entonces se recogió el cabello y se sentó junto a Hallie.
Se contuvo de tocarle, no quería hacerle daño.
—Para ser un ángel guardián eres muy escurridizo —susurró Hallie no apartando la vista de esa mirada profunda como el mar, hermoso y peligroso a la vez— no quiero que te apartes nunca de mí, por favor.
Driss se sorprendió de haber sido confundido con un ángel guardián, por un momento saboreó la dicha de ser considerado bueno, Theo se encontraba en la esquina de brazos cruzados, inmóvil ante la declaración de Hallie, sin poder creerlo.
Driss alzó la vista sintiéndose presionado por parte de Theo ante tal aseveración.
—Descansa Hallie, me quedaré aquí contigo un momento más —le dijo al oído Driss.
Los ojos de aquella princesa escarlata se cerraban por el somnoliento placer de dormir, bajo el brazo místico de un guardián de aspecto seductor. Theo voló rápidamente contra Driss sacándolo de la habitación abruptamente. Se paró sobre el tejado y ahí lo amenazó.
—Tienes mucha suerte demonio, no podré hacerte daño, de alguna forma Hallie se ha encariñado contigo y no puedo separarte de ella así por así. Por lo menos no hasta averiguar que tramas —exclamó posando sus brazos contra Driss.
—¡Suéltame maldita sea! El único suertudo aquí eres tú, no estoy de ánimo para asesinar más de los tuyos por ahora —afirmó severamente Driss alejándolo con cierta agilidad y destreza de su cuello.
—Escúchame bien, si algo malo le llega a pasar a Hallie te juro que no descansaré hasta acabar contigo.
—Jamás me atrevería a hacerle daño que quede bien claro eso. Al menos no a ella.
—No me puedo fiar de tus palabras, así que no me moveré de su lado, siempre me verás ahí vigilándote.
—Como desees Theo, solamente no me provoques más, que podría acabar contigo si lo quisiera.
Driss se alejó volando sobre los cielos. Al poco tiempo arribó en lo alto de una catedral. El frío de la noche envolvía latigazos dolorosos sobre el inconsciente espíritu del emisario de la muerte. Pero éste los amortiguaba en medio de un espeso manto de fuego que hacía arder su cuerpo. Se coló por una ventana hacia el campanario, burlándose de aquella arquitectura santa, y haciendo caso omiso de las reglas confundidas con lo que él llamaba “juego” se dispuso a descansar allí, hasta que el libro anunciara una nueva víctima.
—También me da gusto verte Zadrac —dijo Driss mirando por encima de su rostro.
—Rayos, aún subestimo tu capacidad para no dejar que el factor sorpresa haga lo suyo —reclamó el pequeño demonio Zadrac.
—Algún día lo lograrás, ya lo verás.
—Sin duda querido amigo.
—¿Qué te trae por aquí?
—He venido a ver cómo van las cosas con tu misión. Algo me dice que ésta vez hay algo que no nos han dicho con certeza.
—Te preocupa ésta situación ¿cierto?
Zadrac asintió, llevando consigo un poco de alimento para Driss.
—Como a cualquiera que tenga sentido común —respondió Zadrac con tono burlón.
—Ya veo lo que intentas, pero no lo conseguirás —afirmó Driss.
—Es cierto, fracaso en querer sacar algo de sentido común de esa cabeza hueca.
—Es todo, tú lo has pedido.
Driss se abalanzó contra Zadrac y los dos comenzaron a luchar, surcando los aires con golpes y sanos insultos.
—Está bien, me rindo, me rindo, me has pillado desconcentrado —dijo Driss riendo.
—Me he dado cuenta de ello. Por eso te he retado, ha sido la única forma de ganarte ésta vez —pronunció Zadrac.
—Es extraño, he conocido