Correr con el alma es posible. Ramón Abdala
de su casa. Pensé que es un gran error esperar ocasiones especiales para disfrutar de la vida, que esas ocasiones nunca llegan y que las cosas son para uno, no al revés. Entonces me dije: la realidad es el presente. Vivir el presente aquí y ahora es lo verdadero, lo demás es pura ilusión no vivida.
Y pensando en eso, empecé a viajar. Nunca había salido del país. Me inscribí en un congreso de odontología en Japón, un lugar que despertaba toda mi curiosidad. Fue una gran experiencia y admiré mucho esa sociedad: cultura, espiritualidad, orden, disciplina, limpieza y voluntad férrea de superación llegando a ser una potencia después de tremenda derrota en la segunda guerra mundial. Mi pregunta es cómo lo lograron, cuál es la clave, porque Japón es una pequeña isla sin recursos naturales ni petróleo, ni materia prima y superpoblada, además. Debo decir que me identifiqué plenamente con el espíritu y el hacer de la sociedad japonesa. La perseverancia es una de sus virtudes.
Y viene a cuento las palabras de Mandela que hice mías: no me juzgues por mis éxitos, júzgame por la cantidad de veces que me caí y me levanté de nuevo.
De Japón viajé a India y a Tailandia. Allí encontré solo miseria, hambre, abandono, muertos en las calles. El lugar en que trabajó Teresa de Calcuta, que solo podía ofrecer algo de dignidad al morir. Pero lo que me llamó la atención fue la aceptación de vivir en esas condiciones con un conformismo absoluto. Parecían estar en paz con toda esa miseria. Como no soy de juzgar, empecé a leer Bhagavad – gita, un texto religioso. Con el propósito de entender, de comprender la mirada de ese pueblo. Entendí que las castas sociales son partes de la religión. Creen que la vida es eterna y creen en la reencarnación y se debe aceptar lo que toca, no se puede pasar a otra casta. No creen que mueren, creen que trascienden, que el alma se eleva. Conviven en armonía budistas, hinduistas, jainistas porque los une la idea común del ser sagrado espiritual. Este libro iniciático me llevó a informarme más leyendo otros libros: Krishnamurti, Osho, Deeprak Chopra, Eckhart, Tolle entre otros. Recuerdo cuando iba a Buenos Aires pasaba horas leyendo en la librería Ateneo o Kier zambulléndome en las enseñanzas taoístas que muestra un camino de iluminación y paz espiritual.
Empecé a practicar tai chi chuan, una disciplina milenaria de la cultura china que es una filosofía de vida, donde se considera de mayor importancia el cultivo de la salud a través de la respiración energética, el correcto control de la energía vital y la meditación en movimiento. Lo experimento cuando corro y esa forma potenció mis capacidades.
Así fue transcurriendo y cambiando mi vida en el día a día: compatibilizando mi responsabilidad en el trabajo profesional y buscando permanentemente la superación para creer y gozar, siempre con estos objetivos por delante. Me fui transformando, el Ramón de ayer no es el mismo de hoy y no será igual mañana. En realidad, todos estamos cambiando siempre. Porque la vida es energía en movimiento, lo que no se mueve está muerto. Somos como un árbol que cambia continuamente, no como un poste estático. Aprendí que estamos vivos porque estamos en movimiento, si quieres que algo muera, déjalo quieto. Trato de ser artesano del presente y construir el arte de vivir. Para eso no hay recetas, cada uno tiene que encontrar su camino. Porque cada uno es único y lleva sus propios deseos y sus propias cicatrices. Está en el universo.
También cambié la forma en que atendía a mis pacientes. Un trato amistoso. Conversaba con ellos cómo era su vida, sus hábitos, sus comidas. Quienes estaban sanos y vitales, tenían en común el movimiento y el deporte. Aprendí mucho de ellos.
Mi vida era satisfactoria, y me acercaba a los 50 años. ¿Qué más hay? Algo pedía adentro, un vacío de insatisfacción pese a todos los logros a lo largo de mis años. Sentía que solo pasaba por la vida. A los 50 años tenía experiencias, confianza en mí mismo, algo había aprendido de la vida. He aprendido que todo lo que uno incorpora en la vida viene de afuera a través de la familia, la escuela, la iglesia, la cultura. Es importante como guía, pero no conduce a la esencia del ser. Porque yo busco ser, más que pertenecer. Así, me di cuenta que la felicidad es interior a uno, y depende de cada uno. La alegría es un estado interior, que no es diversión, es felicidad. Y es invisible a los ojos. Así, yo elijo en la segunda etapa de mi vida ser feliz, ser sano, completo, buscar la paz interior en un constante crecimiento espiritual.
En el año 2000 me hice un regalo de cumpleaños muy especial: correr la maratón de Nueva York. Yo nunca había corrido más de 5 km. En mi favor contaba un cuerpo sano, una mente equilibrada y espíritu de superación.
El desafío fue creciendo y ya no me satisfacía correr en las ciudades, busqué maratones más difíciles. Y comencé a correr en los ultra maratones: el primero y que fue el puntapié inicial fue en 2003: Two Oceans Maratón. Consistía en correr 56 km en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, uniendo el océano Atlántico con el océano Índico. Fue una experiencia maravillosa, la disfruté tan intensamente que de inmediato comencé a buscar y anotarme en maratones exigentes, ultras, porque en mí es una pasión que no tiene límites.
Templar el espíritu
La palabra atletismo proviene del vocablo griego athlon, que significa lucha, combate, fuerza. En el caso de maratón la lucha es contra uno mismo y los límites propios puesto que no se compite contra un rival. Como deportistas de alto rendimiento nos moviliza el deseo de superación, de vencer circunstancias, barreras, obstáculos y llegar a la meta. La adversidad hace templar el carácter, saca lo mejor de las personas y se resuelve en fortaleza. Es el propio guerrero interior porque el oponente no está frente a uno sino dentro de uno. Así: no sabes lo fuerte que eres hasta que ser fuerte es la única opción.
Cuando estoy detrás de la línea de largada de una carrera de ultra distancia y comienza el conteo regresivo: 5…4…3…2…1… miro a mis compañeros y me digo que estamos aquí porque tenemos confianza, porque nos sabemos fuertes, porque nada será fácil una vez largada la carrera. Horas corriendo kilómetros y kilómetros, con temperaturas extremas, con lluvia, con vientos, con nieve, con sol, en terrenos de montaña, de desierto, atravesando ríos… con el cuerpo cansado, cansadísimo, con ampollas en los pies y a veces con calambres. Es entonces cuando surge el guerrero interior y voy repitiendo una y otra vez: el cuerpo no siente nada, todo está en la mente, la mente puede ser conscientemente influenciada por la voluntad y la voluntad por el espíritu. Cuando decae la voluntad comienza el fracaso.
Si los cuerpos están conformados de manera similar ¿dónde reside la diferencia? Pues en el espíritu. La vida se expande o se contrae en proporción al coraje. Es la diferencia entre tener voluntad para realizar los sueños o tener solo deseos. Pues, la mente es todo, en lo que piensas te conviertes. (Gautama Buda)
Libertad consciente
Correr es un acto de libertad que me hace sentir feliz, pleno, conectado a mi ser. Encontré el despertar de mi vida en el camino señalado por Buda, ese príncipe que quinientos años antes de Cristo se sentó debajo de un árbol hasta encontrar la liberación. Logró liberarse del sufrimiento y nos legó cuatro verdades. El camino embarcado se llama Bodhisattva, término compuesto por Bodh: supremo conocimiento, iluminación; sattva: ser. Un ser iluminado lleva a un estado de paz, de gozo y de bienestar del alma. Me dije: por qué no tomarlo y comencé a transitarlo.
Liberar la mente de la cautividad egocéntrica, del querer –función de la mente- al sentir –función del corazón-. De la ignorancia a la sabiduría, de la bipolaridad de la mente a la unidad del amor, de Dios, de uno, de la energía universal indiferenciada.
La verdad hace libre y es necesario ir aprendiendo a morir en cada acto, es la única manera de encontrar la libertad consciente. Es un trabajo del alma. Ser libre es vivir el milagro de la vida, la aventura de lo imprevisto, el asombro.
El individuo atado al consumismo, creyendo calmar la ansiedad y la angustia existencial carece de luz interior y por ello no tiene paz, pero cree que satisfaciendo sus deseos logra esa paz. Pero inmediatamente surge otro y otro deseo de cosas, y las cosas no satisfacen la necesidad interior de luz. Como establece mi amigo Néstor Almagro, tomar conciencia es el primer paso para dar el salto cualitativo para encender la lámpara interior y compartirla. Salir de la zona de confort para disfrutar