Correr con el alma es posible. Ramón Abdala

Correr con el alma es posible - Ramón Abdala


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enriquecedor para todos.

      Decidí pintar al óleo y el estilo hiperrealismo: figuras humanas, rostros y algún que otro paisaje. A pesar de que lo disfruto, pintar me tensiona, me pone mal y no sé si es un defecto o parte de mi personalidad, pero soy demasiado exigente y perfeccionista y casi nunca estoy totalmente conforme con el resultado, siempre encuentro que algún detalle no está del todo bien.

      He realizado más de cuarenta obras en óleo sobre tela, he plasmado vivencias, rostros de personajes, momentos inolvidables vividos y experimentados durante las carreras y que gravé en mis retinas.

      Como he corrido en el desierto de Sahara, he dormido en una carpa con los beduinos en medio de las arenas y con todas las estrellas sobre mí, los genes árabes que llevo despertaron y danzaron. La música y el baile árabe que escuché de muy niño y que llevaba dormidos en mi corazón se hicieron presentes. De regreso a Mendoza comencé a tomar clases de baile y música árabe. Otro desafío a mis 50. Comencé con el folklore árabe, el dabke, el derbake, la música de percusión. Sin darme cuenta ya estaba bailando. Finalmente me di el gusto de participar de una presentación en el Teatro Independencia, el más importante de Mendoza. Pude seguir una coreografía y experimenté los aplausos del público. Me sentí muy feliz, y pensándolo bien, es por la única razón que lo hago, porque me pone muy feliz.

      Aprendo a tocar derbake, un instrumento musical de percusión. Me gusta la conexión cósmica que siento al ejecutar sus ritmos: los agudos elevan, contactan con el cielo, los graves contactan con la tierra y ése es el mensaje de este sonar que proviene de tiempos ancestrales. Siento tanto gusto la relación con este instrumento que no quisiera jamás dejar de tocarlo.

      Dos experiencias relacionadas con la música me marcaron con huellas profundas. La primera hace más de diez años en la maratón de Sables que exigió 250 km en el desierto de Sahara –que ya mencioné- en autosuficiencia con más de 50º de temperatura. Finalizaba el tercer día de competencia y terminábamos la etapa más larga, de 80 km. Al llegar a las jaimas (tiendas de campaña), el director, el francés Patrick Bauer, nos anunció una sorpresa para esa noche, como para compensar el esfuerzo realizado. El tercer día de competencia siempre es difícil porque el cuerpo se agota, duele, se sienten las ampollas en los pies, se pierden kilos, se arriesga deshidratación y cuesta saber cómo se van a enfrentar los dos días que faltan. Así que una sorpresa que compense es muy importante para levantar el ánimo y las energías.

      Fue maravilloso, toda mi vida agradeceré a Patrick Bauer el gesto para con nosotros: estábamos todos los corredores tirados en la arena, contemplando la infinita bóveda estelar en la noche con tantas estrellas brillando, sintiéndolas tan cerca que nadie se atrevía a hablar para no romper el encantamiento. La noche tibia, acunados por las arenas inmensas del desierto, con todas las estrellas sobre nosotros titilando bellamente. De repente se iluminó una de las dunas y apareció un escenario, sobre él, la Orquesta Sinfónica de Francia y una cantante lírica japonesa. Comenzó a sonar la música y el aleluya invadió el espacio y el alma. Con la piel encrespada y lágrimas en los ojos, sentimos elevarnos en un momento sublime que jamás se ha repetido. Supe que la música puede elevar el espíritu a dimensiones sagradas.

      Creo que me cambió para siempre porque el Ramón que volvió era muy distinto al que fue. Los kilómetros que faltaban no se sintieron ni importaban, estábamos con el espíritu elevado y nada nos podía vencer.

      Una segunda experiencia la viví en la maratón en los Alpes franceses: cien kilómetros sin paradas (modalidad non stop) en el Mont Blanc. Horas previas a la competencia se descargó una tormenta de viento y nieve que hizo descender la temperatura a -10º, pero esa carrera no se suspende por mal tiempo. Éramos unos 1000 corredores listos en la línea de largada, muertos de frío y de dudas. Repentinamente por los amplificadores comienza a escucharse Vangelis, y su obra “Conquista del paraíso”. Y todo cambió. Nos sentimos con fuerzas, optimistas, seguros de resistir porque no hay tormenta ni frío que nos detenga. Después de veintidós horas de correr, cruzaba yo la línea de finisher (finalista). Toda la vida agradecido a Vangelis y su bella música, así como a los organizadores por el obsequio.

      En mi escala de valores ocupa el primer lugar el atletismo y esa actividad requiere dedicación, entrenamientos, descanso, alimentación adecuada. Ese tiempo es muy valioso y no lo negocio por nada del mundo por una razón muy clara: sin buen estado, sin buen entrenamiento, sin poner el cuerpo y la mente a punto es imposible lograr los ultra maratones, que son mi felicidad. Si no se está en condiciones, solo se sufren y se pone la vida en riesgo, por eso me tomo muy en serio cada una de las actividades que mi cuerpo y mi mente requieren para esta actividad deportiva que no es nada sencilla. Para lograrla necesito buena alimentación, buen ejercicio y buen descanso. Eso requiere dejar de lado actividades sociales que son comunes a casi todas las personas de esta sociedad, pero lo hago con gusto.

      Además del atletismo, siento gozo y felicidad cuando pinto, cuando bailo, cuando aprendo música. He decidido dejar todo de mí de la mejor manera posible a aquello que quiero hacer. El objetivo de la vida es ser feliz, pero eso también requiere de esfuerzos.

      Por qué empecé a correr

      Mi experiencia profesional como odontólogo comenzaba a causarme algunos problemas de estrés. Mi trabajo entre las cuatro paredes del consultorio, con luz artificial, sin ver el cielo y en contacto con el dolor. Al cabo de algunos años mi cuerpo pedía algo distinto. Piensen que nadie viene contento al odontólogo, todos nos asocian con el sufrimiento y antes o después ese sentimiento se contagia. Comencé a sentir malestar.

      Tomé el firme propósito de cambiar. ¿Qué necesitaba? Básicamente moverme. Mover mi cuerpo en ambientes abiertos, salir del encierro. Eso me satisfacía. Me puse zapatillas y pantalones cortos y salí a correr al parque. Comencé por dar una sola vuelta de 800 metros, el perímetro del lago, luego caminaba. Me gustó y poco a poco fui incrementando las vueltas al lago, dos, tres, cuatro. Me sentía muy muy bien cuando terminaba mi rutina. Y encontré nuevos amigos que hacían lo mismo que yo y por las mismas razones. Y también se da el efecto contagio.

      Un día mientras elongaba me encontré con un corredor que había visto antes. Nos pusimos a charlar y me comentó que ese día había completado 30 km –y yo que me sentía realizado porque había dado tres vueltas al lago-. Él estaba menos cansado que yo, más entero, no se agitaba como estaba yo. Conocerlo disparó en mí otras aspiraciones y comencé a trabajar en eso. Fue como una ráfaga de viento que pasó por mi mente… y todo cambió. Como dijo Alfredo Barragán cuando terminó la expedición Atlantis: que el hombre sepa que el hombre puede.

       No cambio mi rutina porque es la única manera de lograr mi propósito. Entreno de martes a sábado todas las mañanas. Salgo bien temprano del departamento ya sea invierno o verano. No cambia con las estaciones. Empiezo con 12 km, luego 18 km hasta 20 km agregando cada día. El domingo agrego más horas y más kilómetros sin detenerme. Corro en el piedemonte de la cordillera y eso significa desniveles importantes desde la base hasta los 1000 m de altura.

      Llego en bicicleta al club Regatas que se encuentra en el parque, me cambio allí y salgo a correr. Por lo general una distancia de 36 km en 4 horas. Es como si corriera una maratón todos los domingos por el desnivel. Cuando estoy preparándome para una maratón de autosuficiencia entreno con sobrecarga: una mochila de 5 a 9 kg. Luego vuelvo al club, me baño, me cambio y regreso a casa en la bicicleta.

      Esta rutina la realizo desde hace 10 años y creo tener asistencia perfecta. En el transcurso del mes entreno entre 300 a 400 km. No excedo esa distancia porque me siento bien y me da tiempo para recuperarme sin fatigas ni dolor. La vida requiere equilibrio y prudencia. No me detiene el frío ni la lluvia ni el sol. Ni el granizo, que me sorprendió y yo no tenía dónde refugiarme. También me sorprendieron delincuentes que me robaron hasta las zapatillas. Tuve que llegar al club descalzo y fue una experiencia horrible, que no quiero recordar. Agradezco a mi madre que está en el cielo que me haya hecho tan cabeza dura.

      Puedo decir a esta altura de mi vida, que lo más importante es la actitud, que no es necesario gastar en equipos caros. Esos no garantizan ningún resultado. Aprendí de los keniatas y de los etíopes que ganan maratones sin equipos


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