Pensar en escuelas de pensamiento. Libardo Enrique Pérez Díaz

Pensar en escuelas de pensamiento - Libardo Enrique Pérez Díaz


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Entre tanto, para enriquecer la discusión, exponemos a continuación tres posibles caminos que son rutas comunes a todos en el empeño de sentar las bases para hacer emerger escuelas de pensamiento en la Universidad.

      El primero es convertir la experiencia profesional acumulada en teoría. En las construcciones el uso del ladrillo o la piedra, después de muchos años de trabajar con ellos, de experimentar sus múltiples posibilidades, puede aportar a quienes han hecho de ese material su referente principal toda una sabiduría, que incluso ha podido ser llevada al nivel de arte y maestría de excelencia. Como en la Antigüedad, ese saber valioso acumulado puede pasarse de un equipo a otros por simple práctica cotidiana en el terreno. Pero, como ocurre muchas veces, desaparecen los maestros de tal pericia, y con ellos se van para siempre esos saberes. No forjaron escuela si de sus aprendices no hicieron discípulos, o si no llevaron todo ello a la teoría vertida en ejercicios escriturales o publicaciones. Los saberes populares se tornan en ciencia si alguien los vuelve escuela de pensamiento, es decir, saber nuevo, que queda registrado para la posteridad, y que puede ser transmitido a otros. El avance científico se ha dado, entre otras razones, gracias a que los nuevos científicos pueden incursionar en nuevas posibilidades a partir de lo que sus predecesores encontraron y registraron. En síntesis, una experiencia profesional adecuadamente sistematizada y compartida puede dar origen a una escuela de pensamiento nueva.

      El segundo camino es el uso de la inteligencia emocional. Una ruta alterna y bien diversa a lo cognitivo específicamente. Si no hay tal, podemos arriesgar la hipótesis, de que nunca habrá escuelas de pensamiento en ningún dominio del conocimiento. Se trata de poner la cuestión más que en la cabeza, en el corazón y en las entrañas. No es la razón la que nos lleva a la acción, sino la emoción. Cuando el asunto se vuelve visceral, conlleva pasión y compromiso, se vibra por la cuestión. Es cuando las personas encuentran placer, emoción y realización plena en la tarea que tienen entre manos. Los sentimientos positivos y las altas expectativas de logro son detonantes y disparadores que ningún otro elemento puede remplazar. Basta con ir a la biografía de cualquiera de los grandes creadores en su aporte a la humanidad, no comenzaron tanto por una idea, sino por una pasión, algo que les embargaba el alma, todo su ser, hasta el punto de sacrificar todo en aras de un descubrimiento, de una invención, del desarrollo de una escuela de pensamiento. Emoción y razón siempre van de la mano, pues solamente aquellos fines con los cuales las personas tienen una actitud emocional positiva pueden motivar una actividad creadora.

      El tercero es recorrer el itinerario de todo creador. En él se atraviesa por cuatro etapas que no tienen tiempos fijos para pasar de una a otra, son completamente flexibles; se podría decir que varían de acuerdo con las personas, el área de desempeño y a su mayor o menor disponibilidad de recursos en determinado momento. A modo de ilustración, pensemos en un artista. La etapa inicial es aquella en la cual el futuro creador escoge un arte específico y comienza a incursionar en él, su meta es salir de la ignorancia, que no sería otra cosa que llegar a dominar las técnicas y los saberes ya existentes; es una etapa de estudio de todos los saberes acumulados por la humanidad a lo largo de los siglos en el área específica elegida. Pasa luego a una etapa que podríamos llamar intermedia, acá el artista se dedica a imitar a los otros en su estilo, en sus técnicas, en sus formas plásticas; copia, reproduce para llegar por imitación a la perfección de lo que otros ya lograron. Ahora, alcanza la siguiente etapa, digamos de performance, de nivel de excelencia en su arte, conoce y domina a la perfección técnicas, saberes y estilos, en este momento está suficientemente bien equipado para crear su propio estilo, ser originalidad, inventivo y nuevo. Supongamos, que tal artista, logró salirse de los cánones y de las escuelas consagradas por la crítica, ha aportado novedad y original a su arte, se vuelve famoso. Entonces, llega la última etapa, la de formar seguidores, hacer discípulos, generar escuela de pensamiento distinta. Cuatro etapas de un itinerario que conlleva toda una vida consagrada a una ciencia, arte u oficio. Se atraviesan cuatro momentos existenciales, la del estudioso, la del copista, la del creador y la del generador de seguidores dentro de una nueva escuela.

      Espíritu científico

      Retomemos el hilo de la reflexión ahondando sobre los tres espíritus mencionados atrás. Con la expresión espíritu científico también nos referimos al ambiente, al contexto propio de una universidad que “supone la curiosidad intelectual y las virtudes intelectuales de perseverancia paciente y tesonera, de actitud obj etiva y crítica, de comprensión y, en no pocos casos, de tolerancia ante el pensar ajeno” (Borrero, 2008, p. 234); los jóvenes al sumergirse en él forjan, según la profesión escogida, los particulares espíritus científicos. Al hábitat universitario le es connatural el espíritu científico; a las personas los espíritus científicos, pues son ellas quienes los encarnan, los hacen vida.

      En el ejercicio de las profesiones, los colombianos lo hacen de manera sobresaliente, no hay que recurrir a las estadísticas o a las encuestas. Basta con una mirada atenta y crítica al recorrer el país y fácilmente se puede comprobar que hay excelentes pilotos, rectores, profesores, médicos, ingenieros, administradores de empresas, sacerdotes, abogados, que llevan a cabo su tarea con proficiencia. Podríamos agregar más ejemplos a la lista, pero estos son suficientes. Son profesionales que ejecutan sus tareas con calidad. Sin embargo, al mismo tiempo no ha sido igualmente relevante el fomento del espíritu científico propio de cada profesión, que las lleva a desarrollarse y a inventar. No son muchos los compatriotas que han descollado en tales dominios. Al respecto, Colombia es más proyecto de futuro que fortaleza en el aquí y ahora.

      A medida que cada uno de nosotros avanza en eso que podríamos denominar “doctorado en colombianidad”, es decir, el conocimiento de nuestro ethos nacional tras recorrer el país y hablar con sus gentes, con mayor fuerza podemos aseverar que la condición de habitantes del trópico en algo ha influido para no haber logrado mejores y más altos estándares de producción científica y de nuevo conocimiento. A diferencia de los países de estaciones, cuyas condiciones climáticas los ha obligado durante siglos a la previsión, al ingenio para sobrevivir en medio de rigurosos inviernos, al orden y la organización para subsistir y progresar; nuestro país, con el clima propio del trópico, el de la eterna primavera o el eterno verano, con abundante biodiversidad y riquezas, como que nos han hecho falta dosis de escasez y de condiciones adversas que nos hayan habituado a administrar bien tanta prodigalidad de la naturaleza. Pareciera que el único factor que nos ha modificado el ethos tropical ha sido las décadas y décadas de guerras y violencias sin fin, haciéndonos más agresivos y destruyendo lo poco que hemos logrado construir como nación.

      Así las cosas, “la universidad necesita hacer un gran esfuerzo para que los colombianos nos demos cuenta de que tenemos la misma capacidad de pensar, de producir, de interpretar y de crear que cualquier otra sociedad del mundo” (Páramo, 2008, p. 79). Pero, ¿por qué no hemos logrado formar espíritus científicos? Una primera causa real ha sido la falta de oportunidades de formación de alto nivel para todos los jóvenes talentosos. De ello dan cuenta las estadísticas, por ejemplo, del escaso número de doctores del país: “Según el Observatorio de la Universidad Colombiana, existen 111.253 docentes que se desempeñan en 343 instituciones de educación superior que atienden una población estudiantil de 1.674.420 estudiantes en todas las modalidades y niveles, distribuidos en jornada diurna, nocturna y a distancia. De estos docentes, solamente 4065 tienen el título de doctorado y 21.800 lograron el título de maestría, 37.958 ostentan el título de especialista, mientras 47.430 solamente tienen el título de pregrado” (Tamayo, 2013, p. 29).

      Sin colectivos de doctores fuertes, vana es nuestra esperanza. Se han desperdiciado a través de décadas muchas inteligencias por falta de educación para desarrollarlas. Una segunda causa, la podemos atribuir a nuestra natural tendencia a la indisciplina intelectual. La reflexión profunda, el estudio riguroso, el trabajo arduo, la investigación exigente y la argumentación documentada no han sido nuestros fuertes, somos anórmicos por naturaleza. Prácticamente si un talento joven no logra pasar un par de años en Alemania, Francia, Inglaterra o Estados Unidos, por nombrar algunos lugares, inmerso en ambientes universitarios de por sí exigentes, rigurosos y disciplinados, este talento tiene pocas posibilidades de cultivarse y desarrollarse. En Colombia nuestros ambientes universitarios son demasiado flexibles, poco exigentes, light. Se pasa chévere, pero no se sale científico. En eso somos demasiado tropicales. A no dudar, cada lector


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