Transformaciones. Ley, diversidad, sexuación. Mónica Torres
Depósito al Congreso: historia de la persecución y resistencia de las sexualidades no hegemónicas en la Argentina (1880-2013)
Santiago Peidro
1. Persecución
1.1. Configuración ideológica de la argentinidad. Orden y progreso
“Libremos totalmente esos vastos territorios de sus enemigos tradicionales, que desde la conquista fueron un dique al desenvolvimiento de nuestra riqueza pastoril; ofrezcamos garantías a la vida y la propiedad de los que vayan con su capital y con sus brazos a fecundarlos, y pronto veremos dirigirse a ellos multitudes de hombres de todos los países y razas, y surgir del fondo de esas regiones, hoy solitarias, nuevos estados que acrecentarán el poder y la grandeza de la República”.
Julio A. Roca, al asumir la Presidencia de la Nación,
12 de octubre de 1880.
La etapa del desarrollo pampeano argentino de finales del siglo XIX estuvo caracterizada por la expansión de la agricultura, la ganadería, la construcción de ferrocarriles, la utilización de mano de obra compuesta por migrantes y extranjeros y por la difusión de un sistema de arrendamientos de una tierra ya repartida décadas atrás, concentrada y monopolizada por terratenientes. La conquista del desierto, el Registro de la Propiedad, el frigorífico, la apertura a inmigrantes de las zonas más ricas de Europa con el consiguiente mejoramiento de las razas, concentraban el anhelo progresista de la República Argentina en una estratificación social “que garantizaba ‒por el poblamiento por gringos‒ la perdurabilidad del sistema sin el riesgo de la ‘chusma incivil’ de la que hablaba Sarmiento”. (1)
El espacio rural se convirtió en la expresión cultural representativa de la nueva Argentina, “un mundo rural tan natural e inagotable que como pródigo en virtudes y riquezas, y en el que el desprecio del inmigrante hacia el nativo convivía con el recelo del criollo hacia el extranjero”. (2) En este escenario, la propiedad de la tierra fue consolidando a la oligarquía nacional de finales del 1800, convalidada por ficciones literarias y cinematográficas, y legitimada por el control de los asuntos públicos a través de la configuración ideológica de la argentinidad: liberalismo, positivismo y laicicidad. En el año 1884, se sancionaban con este espíritu las Leyes de Registro Civil, Educación Común y Matrimonio Civil, eliminando en este último caso la facultad de la Iglesia católica para consagrar y registrar legalmente los matrimonios. Sin dudas, el poder de la Iglesia perdía protagonismo hacia fines del siglo XIX. La pregunta por el ser argentino que atormentaba a los pensadores de la generación del 80 e intentaba encontrar una rasgo común entre los terratenientes, la elite gobernante, la oligarquía, los nativos, los inmigrantes y los criollos, iba esbozando una respuesta.
Anticlerical e ideológicamente tributaria de la Generación del 37, en particular del slogan de Juan Bautista Alberdi, “gobernar es poblar” (heredando especialmente sus prejuicios culturales y raciales) y la dicotomía planteada por Domingo Sarmiento entre “civilización y barbarie”, la ideas positivistas de la Generación del 80 se encontraban notablemente influenciadas por el pensamiento de Herbert Spencer, quien adaptó las reflexiones evolucionistas de Charles Darwin a las sociedades modernas. Conforme al modelo sarmientino, indios y gauchos representaban la barbarie (3) y se los suponía incapaces de hacer lazo social de acuerdo a los principios liberales que garantizaban el camino hacia el ansiado progreso que buscaba la Argentina. Eliminar a los bárbaros a través el orden, para afianzar la civilización que se completaría recibiendo pobladores de la rica Europa, representaba el Ideal de la argentinidad por ese entonces. No existían contradicciones morales a la hora de eliminar a la población nativa, puesto que el destino de las culturas y razas europeas —consideradas más “aptas” conforme al modelo spenceriano— era el de desplazar a las menos aptas para la vida social moderna.
1.2. Higienismo: de civilización-barbarie a salubridad-insalubridad
“Lo que me cuesta algún trabajo entender es que todavía en 1916 hubiese una cátedra de la Facultad de Filosofía de Buenos Aires, donde se exponía con devota convicción a la momia de Spencer”. (4)
José Ortega y Gasset
El modelo de “civilización-barbarie” sarmientino fue reemplazado luego por el modelo de salubridad-insalubridad, que imaginó enfermedades epidémicas como una otredad amenazante del proyecto argentino en construcción. Como menciona Jorge Salessi, “los principios teóricos, metáforas y formas de representación del higienismo sirvieron mejor que el modelo sarmientino para asociar a intelectuales, ganaderos y burgueses, gauchos e inmigrantes, habitantes del campo y de la ciudad unidos en una lucha contra un `invisible´ enemigo común que amenazaba la integridad de todo el cuerpo nación”. (5)
El higienismo fue una de las claves del proyecto transformador argentino de finales del siglo XIX. Los doctores José Ingenieros, José María Ramos Mejía y Francisco Veyga fueron sus mayores exponentes. “Trabajando en conjunto, crearon una red que unió la Facultad de Medicina de Buenos Aires, la Penitenciaría Nacional y la Policía Federal. El estudio científico se alió con la represión. La enfermedad física pasó a ser moral y después ideológica”. (6) En el contexto de post-epidemia de fiebre amarilla, en un país donde el espíritu higienista estaba a flor de piel, no era difícil encontrar publicaciones donde se sostenía, por ejemplo, que “sin la ley, no se adelanta en cuestiones sanitarias desde que cada habitante se cree con derecho a vivir de la manera que le parece más conveniente aunque infrinja las prescripciones de la higiene y perjudique la salud de los demás”. (7) La producción discursiva fue un rasgo distintivo de los higienistas y criminólogos de fines del siglo XIX y principios del XX que aclamaban por leyes que regularan y avalaran sus prácticas e ideologías.
La ansiedad generada por la imposibilidad de ubicar el agente transmisor de la peste de fiebre amarilla que azotaba a Buenos Aires, provocó la aparición de un enemigo incorpóreo que fue encarnándose en distintos actores de acuerdo a su procedencia, clase social, lugar habitacional, edad, ideologías políticas, género y prácticas sexuales. Resulta por demás interesante pensar que más de cien años después, un hecho similar ocurriera con otro virus tan mortal como el del VIH.
Como menciona Salessi, el discurso de las nuevas ciencias sociales y psicológicas sobre las distintas representaciones y construcciones de las desviaciones sexuales, sirvieron para diversos propósitos, entre los cuales se destaca el intento de controlar, criminalizar y estigmatizar a la compleja cultura de homosexuales y travestis que se extendía en todas las clases sociales del Buenos Aires de entonces poniendo en riesgo los espacios donde se forjaba el nuevo sujeto argentino (escuela, ejército). (8)
Hacia 1899, Ingenieros y Veyga, “creadores de la paraciencia de la criminología”, (9) eran autorizados por un decreto para hacer experimentaciones de psicología social. El cuerpo policial les brindaba toda la escoria antisocial porteña desde una de sus dependencias paradigmáticas: el Departamento de Contraventores, más conocido como 24 de noviembre, por la calle en la que estaba localizado. Allí se alojaban sin distinción prostitutas, homosexuales, pederastas, alcohólicos, travestis, vagabundos, inmigrantes y demás tipos sociales aglutinados bajo el significante de “disolventes sociales”. Quienes más padecían ese depósito de revoltosos eran los casi cincuenta mil niños abandonados que sobrevivían en la Ciudad. Como señalara el periodista Juan José Suiza Reilly, “después de dos días de calabozo, donde sus camaradas, ya hombres, le obligan a todo [...] el niño sale para el Depósito 24 de noviembre […] En un pequeño depósito se amontonan quinientos niños, sin camas. Casi desnudos. Viven en una promiscuidad que sin dudas el Doctor Sáenz Peña está lejos de conocer.” (10)
Dado que el material de análisis para estos científicos positivistas de tinte lombrosiano se basaba en los reclutados en el Depósito 24 de noviembre, no era difícil de imaginar la asociación que se realizaba entre marginalidad, pobreza, vagabundeo, alcoholismo y homosexualidad o travestismo. Los homosexuales de clase media y alta no llegaban a ser parte de la “muestra a analizar” por los criminólogos de entonces. El lumpen homosexual era definido indistintamente como cobarde, perezoso, ladrón, desfachatado, falto de sentido moral, etc. Veyga afirmaba que “el