Legado. James Kerr

Legado - James  Kerr


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camisa con cordones en el cuello a la ajustada armadura hidrófuga de los gladiadores de hoy, pero en su corazón permanece igual: un símbolo de excelencia y trabajo duro, y de la capacidad de un neozelandés para convertirse, con esfuerzo, sacrificio y destreza, en el mejor del mundo.

      Los líderes exitosos equilibran el orgullo con la humildad: absoluto orgullo en el desempeño, completa humildad ante la magnitud de la tarea.

      Luego de un almuerzo temprano (pollo y papas al horno), los jugadores se dirigen a la planta alta en grupos de a dos y de a tres: el capitán Richie McCaw, Kieran Read, Tony Woodcock, Brad Thorn, Joe Rokocoko… Los elegidos.

      Recogen su premio: pantalones negros, medias negras con tres rayas blancas, la camiseta negra con el helecho plateado. A medida que llegan las camisetas, también lo hacen las “caras de partido”. Los jugadores se transforman en All Blacks.

      “Todavía recuerdo la primera camiseta de Richie McCaw”, cuenta Gilbert Enoka. “Estuvo entre cuarenta y cinco segundos y un minuto simplemente con la cabeza sumergida en la camiseta”.

      Hoy es su partido internacional número noventa y uno.

      »«

      “Un triunfo contra los galeses hoy no alcanza”, dice un comentarista. “Tiene que ser un gran triunfo”.

      En el estadio, las latas de cerveza repiquetean contra las vallas. Arriba retumba un helicóptero. Alguien vende camisetas.

      McCaw baja del autobús. Se escucha un grito, un pōwhiri, la tradicional bienvenida maorí. Allí, un maorí solitario con una taiaha, una lanza extendida. Hay una explosión de flashes de las cámaras.

      McCaw acepta el desafío en nombre del equipo.

      Las mujeres se embelesan. Los hombres también.

      Los All Blacks enfilan hacia el vestuario.

      Bajo las gradas hay mesas de caballetes cargadas con linimentos, vendas y vasos de carbohidratos. Una bandera de Nueva Zelanda cuelga de la pared: la Union Jack y la cruz del sur.

      No hay histrionismos. El equipo se prepara en silencio, muchos con auriculares. Arriba, 35.000 voces cantan “¡Black! ¡Black! ¡Black!”.

      Los entrenadores se retraen mientras los jugadores se preparan. No hay retórica exaltada. Una palabra aquí, una palmada allá. Ahora se trata solo de los jugadores. Solo de “ser del equipo”.

      No hay más que hablar. Es hora de jugar rugby.

      Resulta ser el día de Dan Carter, uno de sus mejores. El apertura neozelandés apoya dos tries, el segundo de los cuales será recordado mientras siga existiendo amor por este juego. El diez perfecto anota veintisiete puntos. Más tarde, los periódicos dirán “los galeses no tienen respuestas”. Los All Blacks ganan 42-7.

      Carter se ha mostrado, una vez más, imprescindible. Pero, en realidad, es el momento de Richie McCaw. Hoy se convierte, estadísticamente, en el capitán de los All Blacks más exitoso de todos los tiempos.

      »«

      En el vestuario, las bebidas fluyen.

      El recinto se llena de periodistas, políticos, auspiciantes, sus hijos, los mejores amigos de sus hijos. El Dr. Deb administra suturas. Richie McCaw sale para los medios. Unos pocos forwards tiritan dentro de grandes barriles llenos de hielo, la última palabra en técnicas de recuperación. Suena Pacifica Rap; luego, algo de reggae.

      Un rato después, Darren Shand, el manager, despeja amablemente la habitación.

      Queda sólo el equipo. El círculo sagrado. McCaw, Read, Thorn, Smith, Carter, Dagg, Muliaina. Todos nombres conocidos. Sentados sobre los bancos, apretados unos contra otros, parecen escolares grandulones.

      Deliberan.

      La sesión es presidida por Mils Muliaina, quien, lesionado, es hoy el capitán fuera del terreno. La etiqueta se asemeja a un whare, un parlamento maorí donde a cada uno se la da la oportunidad de hablar, de expresar su verdad, de contar su historia.

      Muliaina cede la palabra a Steve Hansen, alias Shag, ayudante de campo, cuya evaluación es implacable y directa. “Estuvo bien”, dice, “pero no lo suficiente. Hay mucho para trabajar en el lineout. Nos tiene que salir bien. Otros equipos no nos van a perdonar tanto. No nos dejemos llevar por el entusiasmo. No nos adelantemos a los hechos. Se vienen partidos fuertes”.

      Le pasa la palabra a Wayne Smith, el otro ayudante. Smithy es un hombre musculoso y tenso, de expresión inteligente y prolija. Conoce a los hombres, cómo piensan, cómo trabajan, cómo obtener lo mejor de ellos, las entrañas de este equipo. Lanza unos pocos comentarios incisivos y cede la palabra a Gilly, Nic Gill PhD, el coach de condicionamiento, que a su turno le pasa la palabra a Graham Henry, Ted, el director del equipo, el head coach. Delgado y de gran agudeza mental, el humor seco de Henry no siempre atrae a la televisión. Él es el jefe acá, el Svengali, el maestro de ceremonias de este espectáculo itinerante.

      El desafío es siempre mejorar, aun si eres el mejor. Especialmente si eres el mejor.

      Henry felicita a McCaw por ser el capitán de los All Blacks más exitoso de la historia. Luego le dice al equipo que hay que seguir trabajando. Queda mucho trabajo por hacer.

      Muliaina exhorta a los jugadores a recordar los sacrificios que han hecho para estar en este vestuario. Por último, propone un brindis por McCaw.

      “¡Por Skip!”, dice.

      “¡Por Skip!”, responden los demás.

      “Buen trabajo, muchachos”, agrega. “Vamos”.

      »«

      Aquí es cuando sucede algo que una persona ajena al círculo no esperaría.

      Dos de los jugadores más veteranos —uno de ellos galardonado como el mejor jugador internacional en dos años— toman, cada uno, un largo escobillón y comienzan a barrer el vestuario. Juntan el barro y las vendas hasta formar pequeñas pilas en los rincones.

      Mientras el país todavía mira las repeticiones y los niños en sus camas sueñan con la gloria de los All Blacks, ellos limpian su propia mugre.

      Barriendo el vestuario.

      Y haciéndolo bien.

      Para que nadie más tenga que hacerlo.

      Porque nadie cuida a los All Blacks.

      Los All Blacks se cuidan a sí mismos.

      »«

      Es un “ejemplo de disciplina personal” dice Andrew Mehrtens, anterior apertura de los All Blacks (lo que los neozelandeses llaman un primer cinco octavo) y el segundo mayor anotador de todos los tiempos.

      “Se trata de no esperar a que otro haga tu trabajo. Te enseña a no esperar a que te regalen las cosas”.

      “Si en tu vida tienes disciplina personal”, continúa, “serás más disciplinado en el campo de juego. Si quieres que los tipos tiren juntos como equipo, necesitas esa disciplina. No buscas un grupo de individuos”.

      “No te hará ganar siempre”, señala, “pero, sin duda, en el largo plazo te hará mejor como equipo”.

      Una colección de individuos talentosos pero sin disciplina personal, en última, instancia fracasará inevitablemente. La personalidad triunfa por sobre el talento.

      »«

      Vince Lombardi, el legendario entrenador de los Green Bay Packers, equipo de fútbol americano, heredó un plantel caído en desgracia. Durante años había zozobrado en el fondo de la tabla y ni siquiera sus aficionados le veían salida. Lombardi se hizo cargo del equipo en 1959. Dos años después ganaron la NFL, y también en 1962 y 1965, para luego obtener el Super Bowl en 1966 y 1967.

      Su éxito, decía, se basaba en lo que él llamaba el “modelo Lombardi”, que comenzaba


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