El principio de la presión. Dave Alred

El principio de la presión - Dave Alred


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automóviles se amontonan uno detrás del otro, paragolpes contra paragolpes, las bocinas suenan –nadie va a ningún lado rápido–. Observemos a los conductores: inclinados sobre el volante, hombros encorvados y tensos, el mentón hacia delante y una expresión exasperada en sus rostros. ¡A nadie sorprende el temperamento irritable!

      Cuando estamos bajo presión, no solemos ser inmediatamente conscientes del efecto en nuestra mente –y menos aún, en situaciones estresantes como un atascamiento de tráfico en la hora pico, somos conscientes del impacto que tiene en nuestro cuerpo–. El efecto físico de la acumulación de estrés en el largo plazo está bien documentado, con sus potenciales consecuencias como la hipertensión y enfermedades cardíacas. A la mayoría de nosotros nos gusta pensar que reconoceríamos de inmediato el impacto de la ansiedad en el cuerpo. Si te pidiera que me muestres cómo se ve una persona estresada, probablemente adoptes una postura semejante a la de los conductores en un atascamiento de tráfico: hombros tensos, espalda encorvada, cabeza algo gacha. Adoptarías estas características y las sentirías como un cambio pronunciado en el cuerpo. Pero si en alguna otra ocasión estuvieses genuinamente estresado y yo colocara un espejo delante de ti, te sorprendería notar cómo tu apariencia se asemeja a la que describiste antes sin que ni siquiera seas consciente de ello.

      Cuando estamos bajo presión, el ritmo cardíaco aumenta y la atención se estrecha y es consumida por la fuente de nuestro estrés. Como consecuencia, nuestra conciencia del entorno, y especialmente la conciencia de nosotros mismos, cae en picada, por lo que podemos estar encorvados, con la cabeza gacha, los hombros rígidos, mostrando todos los síntomas del impacto físico de la ansiedad sin siquiera darnos cuenta de ello. Así es como la ansiedad, presente en la mente, tiene un impacto inconsciente en el cuerpo y afecta el lenguaje corporal. Pero de lo que no somos por lo general conscientes es de en qué medida el cuerpo, a su vez, condiciona la mente. Hay entre ellos una relación recíproca. Una mente estresada resulta en un cuerpo estresado, luego el cuerpo estresado produce aún más estrés en la mente y así sucesivamente. Lo peor de todo es que por lo general no tenemos idea de que esto ocurre, de tan abstraídos que estamos en nuestros problemas.

      Aquí es donde entra el concepto de C a J. Es una herramienta que desarrollé, al principio referida a la patada a los postes en rugby, pero que ahora uso para ayudar a manejar el impacto físico de la ansiedad en las personas con que trabajo. La he usado con golfistas y judokas, futbolistas de Premier League y jugadores de polo, estudiantes y vendedores. En su núcleo, se trata de devolverle a alguien el poder de usar su lenguaje corporal para “hablarle” a la mente, incrementar la conciencia y producir un conjunto de características en el cuerpo que reflejan mejor un estado mental positivo, que a su vez ayuda a movilizar las mariposas.

      El nombre del concepto C a J proviene de su origen como una herramienta para pateadores. Si observamos la Figura 1, notaremos la diferencia entre la forma C y la forma J. A la izquierda se ilustra el recorrido que el pie de un pateador C hace en el aire cuando se dirige a impactar la pelota: solo una pequeña porción del swing se traslada en la dirección de la pelota. A la derecha, en cambio, la forma J muestra una patada en la que el recorrido del swing va de curvo a recto y pasa más tiempo en la dirección de la pelota. El principio fundamental de la patada en cualquier deporte es aplicar potencia a la pelota en la dirección en que quieras que viaje, por lo que la forma J es, con toda claridad, más efectiva.

      Uno de los ejemplos más notables de pateador J es el futbolista Cristiano Ronaldo, que tiene una postura erguida y la técnica de impacto muy potente. Los ex capitanes ingleses Steven Gerrard y David Beckham, por otra parte, son más pateadores C.

      Si bien todos estos jugadores han sido exitosos, la forma J es más efectiva en situaciones de presión. Cuando la ansiedad comienza a golpear a un jugador, los músculos naturalmente se tensan. Si no es consciente, el jugador suele inclinarse hacia la forma C, que produce un golpe más inconsistente ya que el recorrido del pie se dirige al objetivo por solo una pequeña parte del swing. Los mejores jugadores, como los que mencionamos, suelen lidiar muy bien con los efectos de la ansiedad; de todos modos, los pateadores de forma J parecen ser capaces de mantener su técnica incluso en condiciones extremas. Cuando los músculos se tensan y los movimientos se acortan, el recorrido no sufre los efectos: una línea sigue siendo una línea aunque sea más corta, mientras que un círculo que se estrecha ya es un recorrido diferente.

      Hay muchos pateadores de forma C destacados y exitosos en los niveles más altos del fútbol y el rugby, pero yo creo que aun así pueden mejorar su consistencia. Alguien con una mentalidad que no reconoce límites siempre cree en la capacidad de mejorar.

      Al usar el concepto de C a J primero con los pateadores para luego expandirlo a otros deportes –como el golf, en particular respecto del swing– y más tarde a otras áreas profesionales, elaboré una comparación de las características físicas que sufren la influencia de la ansiedad (ver tabla 1).

      Utilizo esta tabla en primer lugar como una lista de control para ver si la presión está afectando el comportamiento físico de alguien. No todas estas características son relevantes en cada actividad, así como no todas son relevantes para cada individuo –las personas manifiestan los efectos de la presión de muchas maneras diferentes. No se trata de que la forma C sea mala en sí misma y la forma J sea buena. Son muy pocas las personas cuyo perfil cabrá enteramente en la columna C o J.

      Nota: Es importante saber que las formas C y J no son absolutas sino un continuo: alguien que tiende a J puede inclinarse más hacia C cuando gravita la presión.

      La clave está en usarla más como una guía flexible para que las personas puedan tomar conciencia de sus reacciones ante un ambiente de presión y de esta manera puedan manejarlas. Sin tomar conciencia primero, no podremos lograr que las mariposas vuelen en formación.

      Lenguaje corporal y postura: tomar el mando

      Como ya hemos señalado, cuando entramos en un estado de estrés no siempre somos conscientes de él. A medida que los niveles de presión aumentan, la conciencia disminuye y nuestra reacción natural es ponernos más tensos y rígidos, con movimientos físicamente más estrechos como resultado.

      Antes de ingresar en una situación estresante siempre vale la pena reorganizar la postura. Cuando trabajo con un pateador de rugby, un futbolista a punto de patear un penal, un bateador de cricket que recibe un lanzamiento decisivo y un golfista que prepara un golpe, siempre incluyo en la rutina previa al tiro que el jugador disponga su cuerpo en una postura de “mando” y que físicamente se haga tan grande como le sea posible. A cualquiera que atraviese una situación estresante le doy el mismo consejo.

      La postura de mando implica tener los hombros bajos y dóciles, con el cuello alargado y el mentón en línea con el esternón. A pesar de la palabra “mando”, no pensemos tanto en la posición de “firmes” al estilo militar, que responde a la voz de atención, sino en la postura de una bailarina entrenada: erguida, flexible y con gracia. Tú estás en control de tu situación, no estás respondiendo a la voz de “atención” de alguien o algo.

      Hay dos breves experimentos que podemos realizar en el gimnasio para observar cómo es sentir una postura de mando. El primero consiste en sentarse en un banco en una postura gacha, encorvada, y colocar una barra sin demasiado peso –no más de cinco kilos para empezar– sobre los hombros. Manteniendo piernas y caderas inmóviles, rotamos el eje (la zona que va desde la entrepierna hasta la cima de la cabeza) a la izquierda y luego a la derecha. Notaremos cuán limitado e incómodo es el movimiento. Ahora, con el peso todavía en su lugar, adoptemos una postura erguida y observemos cuánto más lejos podemos girar y cuánto más cómodo resulta cargar el peso.

      El segundo experimento se relaciona con la conciencia. Un aparato común en un gimnasio es el extensor de piernas, en el que nos sentamos con las rodillas dobladas y los pies enganchados detrás de una barra. Allí extendemos las piernas hacia delante contra la resistencia que hemos seleccionado. Pasado el primer calentamiento,


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