Irresistible. Andy Stanley
de un médico al diagnosticar una enfermedad. Deben buscar las causas naturales. Buscamos explicaciones racionales sobre los sucesos que ocurrieron. En lo que se refiere al aparentemente inexplicable surgimiento vertiginoso de la iglesia, estoy convencido que debemos aceptar la explicación ofrecida por aquellos que estuvieron más cerca de los eventos originales. Los testimonios de Pedro, Lucas, Santiago, Pablo y otros, proveen una amplia explicación de por qué el movimiento de Jesús no solo sobrevivió el primer siglo, sino que a la larga superaron el intento del mismo aparato político y religioso de destruirlo.
Por la doble presión entre el templo judío y el Imperio romano, el movimiento de Jesús debió haber sido sepultado junto con su fundador. Pero no fue así. En este preciso momento, cristianos de todo el mundo visitan las ruinas del templo judío y el Imperio romano. Desde el Foro Romano en Italia hasta el monte donde se encontraba el templo en Israel. Pero el cristianismo no está en ruinas.
Ahora Roma está adornada con cruces y Jerusalén está llena de turistas cristianos. Roma y Jerusalén no destruyeron a la iglesia. Más bien la iglesia se fundó sobre Roma y Jerusalén. Hace dos mil años, la cruz simbolizaba el poder del imperio. Hoy simboliza el poder de Dios.
¿Cómo sucedió esto?
¿Qué podemos aprender?
Y lo que es más importante, ¿podría suceder otra vez?
Creo que sí.
NUEVO, NO MEJORADO
Jesús interrumpió la historia de la humanidad para introducir algo completamente nuevo.
No llegó a Jerusalén a ofrecer una nueva versión de algo antiguo, o para actualizar algo que ya existía. No vino a mejorar algo. Jesús fue enviado por el Padre para introducir algo completamente nuevo en el mundo. Miles se congregaron para escucharlo. Para ver. Para experimentar. Lee el Evangelio de Marcos, y encierra la palabra multitud. Hay una multitud prácticamente en cada capítulo.
Su nuevo mensaje no fue lo único que hizo a Jesús irresistible. Fue Jesús mismo. Su personalidad magnética atraía polos opuestos. La gente que era completamente diferente a Jesús se sentía completamente atraída hacia Él. Y viceversa. Jesús invitaba a mujeres y hombres no creyentes, a los mal portados, a los problemáticos. Los invitaba a seguirle y a adoptar algo nuevo. Y ellos aceptaron su invitación.
Como seguidores de Jesús, deberíamos seguir sintiéndonos atraídos por los polos opuestos. De tal forma, que cuando invitáramos a los no creyentes, a los mal portados y los problemáticos a unirse a nosotros, ellos deberían tener cierta curiosidad —o cierta inclinación— a aceptar nuestra invitación.
Deberían. Pero la pregunta persiste. “Pastor Stanley, ¿por qué no todos van a la iglesia en su país?”
LOS QUE SE RESISTEN
En los Evangelios descubrimos dos grupos que consideraron a Jesús una amenaza: Por un lado, estaban los religiosos y, por otro lado, aquellos cuya fortuna política y financiera estaban aseguradas por la frágil paz entre el templo y el imperio.
En su mayoría, los enemigos de Jesús no lo criticaban por su carácter. Ninguno lo acusó de ser inmoral, deshonesto o cruel. Se sentían atemorizados principalmente por sus enseñanzas y su popularidad. Los líderes religiosos de Jerusalén estaban celosos del favor que halló con el pueblo. Cuando lees las transcripciones de los juicios donde sentenciaron a Jesús, no te queda otra que estar de acuerdo con Pilato cuando anunció a los acusadores de Jesús: “Ningún delito hallo en este hombre”.2
No halló ningún delito porque era completamente inocente.
Pilato sabía por qué los líderes del templo insistían en que Jesús fuera crucificado. No tenía nada que ver con su ley o su elitista religión. Pilato sabía que habían entregado a Jesús por pura envidia.3
El momento crítico para aquellos que se oponían a Jesús no fue por un escándalo típico de una celebridad. No fue por encontrar una verdad oculta o un secreto de su pasado. El momento crítico fue un milagro. Un extraordinario acto de compasión. Jesús levantó a un reconocido ciudadano de entre los muertos. Cuando circularon las noticias de este milagro en particular, los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron al Sanedrín a reunión. Puede que eso no signifique mucho para nosotros, pero ese tipo de convocatoria era muy poco frecuente en la Judea del primer siglo.
Los distintos grupos que pertenecían al Sanedrín estaban en desacuerdo casi en todo. Pero en Jesús hallaron un punto en común. Una amenaza común. Un enemigo común.
Después de múltiples intentos, ningún grupo había tenido éxito en menoscabar la influencia de Jesús sobre las multitudes. Así que, en un momento de desesperación, unieron fuerzas. Todo lo que necesitaban era un… ¿cómo lo dijo Pilato? Un delito. El apóstol Juan conocía o más tarde conoció, a alguien que asistió. En un momento, las emociones de alguien tomaron el control de su boca y dejaron escapar lo que todos en esa habitación estaban pensando:
Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron una reunión del Consejo. —¿Qué vamos a hacer? —dijeron—. Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, y vendrán los romanos y acabarán con nuestro lugar sagrado, e incluso con nuestra nación.4
Cuarenta años más tarde, eso que temían fue exactamente lo que sucedió. Los romanos destruyeron el lugar sagrado y la nación de Israel. Hablaremos de eso más adelante.
Al final, los líderes religiosos fueron capaces de fabricar un delito. Jesús fue hallado culpable de mala teología y amenazas terroristas contra el templo. Pilato se unió a la farsa para mantener feliz a la gente que mantenía al pueblo contento. Esto no tuvo nada que ver con justicia. No se había cometido ningún crimen. Al analizar el pasado cuidadosamente, entre el caos y la rapidísima serie de acontecimientos que llevaron a su crucifixión, queda abundantemente claro que Jesús fue arrestado y crucificado porque era demasiado popular. Fue crucificado por atraer a tan grande multitud. Por atraer polos opuestos. Porque era difícil de resistir. Porque era imposible de olvidar. ¿Por qué? Porque él ofrecía algo nuevo. Algo completamente nuevo.
Pero lo nuevo rara vez va bien con los grupos cuyas fortunas dependen de lo antiguo. Aquellos que se benefician mayormente del statu quo, están menos inclinados a recibir el cambio.
El giro inesperado en esta trama fue la crucifixión de Jesús. Porque parecía el final, pero en realidad marcó un inicio. Su muerte inició eso nuevo de lo que Él había hablado a lo largo de su ministerio público, lo nuevo que anunciaron los profetas del Antiguo Testamento y aún previsto desde el Génesis. Lo que los enemigos de Jesús no sabían —no tenían forma de saberlo— fue que, al acabar con la vida de Jesús, aunque parecía su final feliz, no fue el final que ellos habían imaginado. Su muerte y resurrección iniciaron una cadena de eventos que a la larga marcaría el fin del antiguo judaísmo, así como al Imperio romano en su forma actual, el mismo imperio responsable por su muerte.
EL MOVIMIENTO DE JESÚS
No fue sino hasta después de la resurrección, que los seguidores de Jesús comenzaron a comprender que Él no vino simplemente para agregar otro capítulo a la historia de Israel. Jesús no había venido a presentar una versión mejorada del judaísmo. Su movimiento no estaba limitado a una región. El movimiento de Jesús fue para todos sin excepción. Para todas las naciones. Sus seguidores afirmaron que Él fue el sacrificio final por el pecado, eliminando así la necesidad del templo judío. Pero no solo del templo judío. Algo así como veinte años después de la resurrección, el apóstol Pablo confrontaría a los líderes civiles en Atenas y declararía que sus templos eran innecesarios también.5 En el mismo discurso, Pablo calificó a quienes adoraban cualquier tipo de ídolos mitológicos como ignorantes. Como un padre, esperando a que su hijo dejara su etapa más infantil, Dios había esperado e