Irresistible. Andy Stanley

Irresistible - Andy  Stanley


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a ¡edificar tu casa! Voy a hacer algo a través de tu familia que va a durar para siempre.4

      De manera similar a como le prometió a Abraham, Dios le dice a David que iba a hacerlo tan famoso, como “los más grandes de la tierra”.5

      Otra promesa cumplida porque me imagino que desde pequeño sabías quién era el rey David.

      Dios le dice a David que tiene demasiada sangre en las manos como para construir un templo. David no discute, pero no renuncia a su idea. Sigue adelante hasta asegurarse de que cuando su hijo Salomón se convierta en rey, todo esté dispuesto para la construcción de una estructura permanente. David imagina un templo que supera a todos los templos. El templo supremo.

      David recaudó el dinero, mandó a hacer los planos, contrató forjadores de piedra, hizo todo menos la inauguración. De acuerdo al plan, cuando Salomón asumiera el trono, el gran proyecto de construcción iba a comenzar.

      Se terminó veinte años después.

      Al final de esos veinte años, Salomón invitó a Dios a dejar su tienda y mudarse bajo techo, por así decirlo. Finalmente, lo hizo, por así decirlo. Pero antes de hacerlo, le dijo a Salomón algo que debería haber producido escalofríos. Salomón no sintió nada, pero ojalá lo hubiera entendido.

      Dios le dio a Salomón el típico discurso que tus papás te dan antes de darte las llaves del auto. ¿Te acuerdas? Ya sea que lo escuchaste de tus padres, o ya sea que se lo dijiste a tus hijos. Con mis hijos, fue más o menos así:

      Me da mucho gusto que pude comprarte un auto para que lo conduzcas. Espero que lo disfrutes; pero entiende… si abusas de esta libertad, lo voy a vender.

      La versión de Dios con Salomón se encuentra en 1 de Reyes. Va más o menos así:

      Salomón, realmente agradezco todo lo que hicieron para crear esta fabulosa obra arquitectónica. Acepto tu regalo. Me mudaré inmediatamente. Pero, Salomón, si veo que tú o mi pueblo se portan mal allá afuera porque piensan que estoy atrapado aquí dentro, ¡voy a derrumbar este lugar!

      Este edificio siempre reflejará mi poder y mi gloria; pero yo puedo lograr eso con o sin un edificio. En su forma actual, refleja mi presencia; pero si me abandonan para adorar a otros dioses, este pedazo de tierra quedará baldío, como testimonio de mi ausencia.

      ¡Todo eso antes de mudarse! No creas que lo estoy inventándolo. Lee 1 Reyes 9. Este es un adelanto:

      Este templo no será más que un montón de ruinas y todos los que pasen a su lado se asombrarán y se burlarán, diciendo: “¿Por qué Dios ha hecho esto con Israel y con este templo?”6

      Dios se mudó, pero no se comprometió a quedarse ahí bajo cualquier condición. ¿Por qué?

      Esto es importante.

      Porque el templo estaba vinculado al pacto condicional (yo me quedo con la condición de que ustedes…). Ese era el pacto condicional de Dios con la nación, el pacto establecido en el monte Sinaí.

      Dios produciría la demolición de su propio hogar si el pueblo lo abandonara por otros dioses. Era agradable tener el templo, pero no era necesario. No fue su idea. El templo era más bello que importante. Y si Salomón pensaba que la naturaleza permanente de su templo de alguna manera alteraría la naturaleza temporal y condicional del pacto de Dios con la nación, estaba equivocado. Dios había aclarado desde la fundación de la nación que Israel era un medio divino para un fin divino.

      NOTORIAMENTE INVISIBLE

      Quizá no sepas esto, pero el templo de Salomón contenía características de diseño similares a las de los templos paganos que podían encontrarse en todo el mundo antiguo. Si te tomas en serio el Antiguo Testamento, es difícil imaginar que este sea el caso. Las Escrituras judías incluyen detalles extraordinarios sobre cómo debía lucir y funcionar el templo, y sobre quién tenía permiso de dirigirlo. Pero, pese a unas cuantas características únicas, el templo judío tenía mucho en común con los templos paganos del mundo antiguo, incluyendo los pórticos, salones, patios, estancias y un altar utilizado para el sacrificio de animales. Los templos paganos de esa época, siempre incluían un espacio sagrado, diseñado específicamente para la imagen del dios para el cual se había construido y dedicado el templo. Una caja fuerte para sus dioses. Fue esta recámara sagrada, la que diferenció al templo judío de todos sus competidores. De hecho, puede argumentarse que esta recámara, con frecuencia llamada “Lugar Santísimo”, fue lo único que marcó la diferencia del templo judío.

      La característica distintiva del templo judío no fue que tuviera algo que los otros templos no tuvieran, sino todo lo contrario; el templo judío se distinguía por no tener algo que todos los demás sí tenían.

      Una imagen.

      El Lugar Santísimo era como un hermoso marco diseñado con muchas ornamentaciones, pero sin ninguna imagen, escultura o pintura. Por eso Israel no necesitaba un templo, para empezar. La característica distintiva del judaísmo no era el diseño de su templo, sino la falta de una imagen representativa de su Dios. Las imágenes estaban estrictamente prohibidas en el judaísmo. Como descubrimos antes, esta prohibición en particular era una de las “diez grandes”.

      Para los evangélicos de hoy en día, la idea de un lugar de adoración sin imágenes no nos resulta nada extraño. Sin embargo, en la antigüedad tener imágenes era muy común. Una religión sin una imagen era… absurda. Cuando el general romano Pompeyo entró a Jerusalén, en el año 63 a. C., hizo un recorrido por el templo. Sintió curiosidad de ver a este Dios judío del que tanto había oído hablar, quien se ofendía con tanta facilidad y era tan exclusivo que no se juntaba con otros dioses. Hizo a un lado a los sacerdotes, y con atrevimiento entró a donde solo los sumos sacerdotes habían entrado hasta ese momento: el Lugar Santísimo. Al empujar el velo del templo, una cortina con un gran diseño de ingeniería que separaba la habitación de Dios del patio exterior, quedó decepcionado al descubrir que ¡no había ningún dios! Ningún ídolo. Solo había una mesa dorada, un candelabro y unos dos mil talentos de oro.7

      Todo lo cual dejó intacto.

      Quizá pensó: Estos judíos locos. Construyeron una elaborada estructura física para un dios que no tiene representación física. ¿Quién alguna vez ha oído de un dios sin imagen?

      Exacto.

      ¿Quién habría oído hablar de este extraño Dios a quien no se podía contener, reducir ni definir mediante ninguna cosa creada?

      Todos.

      ¿Cómo?

      Por medio de la nación de Israel.

      Regresemos a Salomón.

      Aunque el templo no haya sido idea original de Dios, tenía un propósito. Destacaba, acentuaba y subrayaba la principal diferencia entre el Dios de Israel y los de sus vecinos: Israel servía a un Dios vivo. A diferencia de los dioses paganos de los días de Salomón, o los dioses adorados siglos después por los ciudadanos de Roma, el Dios de Israel no necesitaba ser acarreado hacia el interior de su templo y levantado hasta su pedestal. El Dios de Israel no necesitaba ruedas para que los sacerdotes lo sacaran en los días de fiesta. El Dios de Israel no necesitaba que lo guardaran con llave durante la noche, para que nadie se lo robara, o para que nadie le quitara un pedacito, para la buena suerte. El Dios de Israel no necesitaba guardaespaldas. No necesitaba ser protegido contra los elementos. El Dios de Israel era Espíritu.

      Un Espíritu Santo.

      El Dios de Israel no fue puesto en su templo.

      El Dios de Israel habitó en su templo.

      Así como había habitado en el tabernáculo todos esos años, habitó el templo de Salomón bajo sus propios términos. Esta es la forma en que sucedió:

      Luego los sacerdotes llevaron el arca del pacto del Señor a su lugar en el santuario


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