The Empire. Nathan Burckhard

The Empire - Nathan Burckhard


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años, sin arte y parte, siendo un pobre pescador huérfano, mientras que ella una joven con familia poderosa y sobre todo hambrienta de poder y dinero. Había cometido la indiscreción de enamorarse de la hija del Presidente de Sicilia, un hombre sin escrúpulos, un hombre sin sentimiento alguno, un hombre que había vendido a su hija al mejor postor todo para acallar las innumerables deudas adquiridas con los años y los desfalcos a la ciudad.

      Acercó su frente a la de ella y besó sus labios con fervor, ninguno de los dos tenía la culpa, se habían enamorado, se amaban, habían consumado su amor y nadie podría separarlos, pero Ricardo Mattarella no estaba de acuerdo con aquella aventura de verano cómo dijo en aquella tarde al aprenderlo y encerrarlo en esa desolada celda advirtiéndole que Paula no necesitaba a un pescador inmundo sin un centavo en el bolsillo más que hambre y deudas. —Paula solo debes esperarme, por favor…. Podremos huir juntos y…. —iba a continuar pero ella lo detuvo poniendo su delgado y femenino dedo índice sobre la boca carnosa de él obligándole a callar.

      —No, no por favor… Si me rehusó a sus órdenes tengo por seguro que tú dejarías de existir, pero también no me obligues a ir en contra de mi padre, como hija debo asegurar también su futuro, sabes perfectamente cómo es esto, cómo es desear el bienestar de la familia y no puedo ir en contra de mi familia —Paula sabía que esa era una vana excusa, imponer que las deudas de juego de su padre era lo que la obligaba a casarse y así reponer el dinero que su padre torpemente había movido de la Presidencia.

      —Pero que hay de tu corazón, que hay de ir en contra de tu propio amor.

      —Salvatore, algún día cuando tengas hijos, cuando llegues a tener tu familia, valoraras este pequeño sacrificio que a mis ojos vale mucho.

      —No lo hagas, por favor —suplico él, desesperado ante la idea de perderla para siempre sin opción a persuadirla —No puedes ir y casarte con el hombre que tu padre impone estúpidamente, no puedes hacerme eso, hacernos esto… —hizo una pausa desesperada —¡NO! Me rehusó a perderte… Debo reponer mi falta, prometerme contigo, Paula… Fuiste mía y lo serás siempre, no parare de buscarte, te encontrare y jamás te dejaré ir.

      Paula intentó tragar el nudo que involuntariamente se formó en su garganta, volvió el rostro hacia la entrada ante los incesantes pasos que resonaban en las baldosas de ese tétrico calabozo, dando por entendido que su tiempo ya había acabado —Debo irme, debo irme —quiso alejarse pero las manos de Salvatore aún la sostenían con fuerza, esa fuerza que ella conocía tan bien —Por favor, Sal no me hagas esto… Tienes que dejarme ir.

      Salvatore resignado, apretó firmemente la mandíbula y la soltó de mala gana, estaba seguro que esa noche sería la última, esa noche dejó de ser suya y todo porque ella no deseaba luchar por su amor —Me equivoque y te perdí.

      —No, no lo hiciste, pero perdóname por favor —repitió una vez más, pero el silencio se hizo incomodo cuando ninguno de los dos dijo algo más. Sin poder soportar la mirada de Salvatore, aquella mirada llena de odio, de ira y sed de venganza, depositó en su mano el único regalo valioso que él le había dado, retrocediendo unos cuantos pasos, giró sobre sus talones y se alejó de aquella celda que mantenía cautivo a su joven amante, sin volver el rostro para verlo por última vez continuó su camino sin bajar la mirada, erguida y sin dolor en aquel corazón de roca, aparentando que estaba rompiéndose en mil pedazos y que la mujer que salía de allí solo era una muñeca a la cual moverían a su antojo en un futuro.

      El joven amante no podía creer lo que tenía en mano y frunció el ceño ante el anillo de oro y piedra de ónice con el grabado de un escudo que para él no tenía ningún significado más que un valor sentimental al ser lo único que su madre le dejó meses atrás antes de morir de cáncer.

      Levantó el rostro y apretó los barrotes obligando a sus puños a volverse blancos y sin medir sus palabras, estás salieron de su boca como si ya nada importara, el daño ya estaba hecho, su corazón estaba destrozado —Si hubiese sido rico y no un pescador —hizo una pausa significativa, escogiendo de manera correcta sus palabras —Te habrías ido conmigo —salió más como una pregunta que como una afirmación.

      Paula se detuvo en seco, limpió su rostro de las lágrimas ya secas y se enfrentó a él, cómo podría responder esa pregunta sin herir ya el ego magullado de ese hombre hermoso, cerró con fuerza los ojos e intentando no titubear ante la respuesta que estaba más que dispuesta a darle, se permitió girar y verlo por una última vez, intentando grabar sus bellas facciones en sus recuerdos más memorables de ese verano singular, recordar la manera en como sus manos recorrían su espalda y tomaba su pierna elevándola y anclándola sobre aquellas caderas delegadas —Salvatore, me habría ido contigo, pero el destino se ensaño con nosotros por ser tan jóvenes en conocer el amor, a mí por darme un padre ambicioso y lleno de deudas, y a ti por no darte la fortuna y la familia que deberías haber tenido, naciendo como un bastardo, un don nadie, un pescador, ser nada comparado con...

      —Con él… Con el que escogieron para ti —le interrumpió Salvatore, jurándose desde esa noche que lograría tener dinero y poder, jurándose que jamás amaría a otra mujer, jurándose no verla en otra piel.

      —Recuérdeme, por favor…Acuérdate de mi nombre —pidió Paula de repente —Porque yo te tendré presente hasta en mi lecho de muerte.

      —Lo olvidaré pronto —sentenció, despechado, pero reconsidero cada palabra de su joven amante y mujer, no deseaba perderla, y sobre todo que su separación terminara con palabras crudas para un recuerdo amargo y largo —Te encontraré Paula, no podrás huir de mí, cada vez

      CAPÍTULO 2

      SUSTENTABLE

      Era escabroso y por supuesto para nada exultante verla a lo lejos, el sentimiento iba del dolor a la angustia, incluso a la desolación misma, pero aun así estaba tan hermosa, Paula estaba preciosa con un apretado y costoso vestido blanco, apretando cada curva tentadoramente, su cabello en moño adornado con perlas brillantes, sus labios gruesos y rojos, aquellos labios tan apetitosos y adictivos, y ni que hablar de aquella mera manera de caminar por esa alfombra a la salida de la iglesia, era sumamente exquisita, pero la adoración que veía en sus ojos no era ciertamente para él, era para ese hombre mayor que colgaba de su brazo, el hombre que le había arrebatado todo y cuyo nombre no sabía para poder ir y maldecirlo una y mil veces, el nombre del bastardo que osó a tomar lo que por derecho le correspondía.

      Ante esa imagen no pudo evitar formar puños sobre sus costados, dejando que aquella amarga imagen se gravara en el fondo de su mente, en el fondo de su ya marchitado corazón y su corrompida alma. —¿Cómo competir con ese hombre? —dijo en un murmullo para sí mismo, de tan solo ver su estatura, su atuendo, sus cabellos castaños, permitiéndose solo ver su perfil y su espalda, características que Paula solo vería en ese matrimonio, estaba seguro que era el típico hombre que tomaba a una esposa joven como trofeo, como un indicio de poder y dominación, pero lo único que Salvatore podía pronosticar de ese matrimonio arreglado era que no duraría mucho.

      Tras su pronóstico, quiso recordar en qué momento había dejado que pasara todo eso, en que momento había permitido que la arrebataran de su lado, esa mujer fue suya, por derecho era suya pero no, ella simplemente claudico en el primer indicio de debilidad o mejor dicho en el primer momento que vio que él no saldría de Sicilia jamás, si estaba atado a esa tierra suya, a ese mundo que en un momento le pareció de hermosos parajes y la vista al mar era la expresión del mundo hecho realidad.

      “Atrapado” —una voz dijo en el interior de su mente repitiéndose una y otra vez, estaba atrapado en aquella ciudad que no le daba nada más que sufrimiento y dolor, sus ojos picaron ante las lágrimas, se había prometido no llorar, no sufrir por su partida por su pérdida, pero que equivocado estaba, sentía ese dolor punzante en su pecho, esa pena que de ser devastadora podía ser incluso fatal.

      Quiso irse de allí, alejarse del árbol que lo cubría de la leve garua, pero sus pies no cooperaron impidiéndole partir, intentó cerrar los ojos, pero no podía estaba hipnotizado por esa belleza majestuosa, sus movimientos más que delicados y femeninos. La vio bajar elegantemente


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