The Empire. Nathan Burckhard
nuevo inicio.
Con aquellas palabras, vendió su alma a un precio muy alto, un precio que era nada comparado con el sentimiento de regocijo de poder alcanzar aunque sea un mínimo objetivo trazado, ser poderoso, tener un imperio, tener en sus manos al mundo entero.
CAPÍTULO 3
EPITAFIOS
NEW YORK
QUINCE AÑOS DESPUÉS
Había pasado tanto tiempo, los recuerdos se esfumaban, el dolor quedaba siempre en un pequeño impulso en el pecho, pero la pérdida aún seguía presente en su vida, y la muerte prematura de su padrino confirmaba lo dicho, su vida estaba llena de tragedias. Se sentía sencillamente aturdido, sus ánimos eran bajos, y no era para menos, el luto era un proceso silencioso y en muchos casos la soledad no era la mejor aliada para sobrellevarlo, pero no deseaba estar en aquella fiesta, pero la obligación de anfitrión lo ameritaba.
Necesitaba ocultar su tristeza.
Quizás la melodía de la canción de Tony Bennett - The Very Thought Of You hacía para él de un momento no tan ameno cómo las otras fiestas a las que asistía, culpando en un momento a la suave música que resonaba en toda la casa, recordando a su padrino y a su exquisito gusto por la música y Tony Bennett estaba en su repertorio, al igual que Louis Armstrong, Frank Sinatra, Nat King Cole, Sammy Davis Jr, y él había heredado ese gusto musical, aparte de su apariencia no podía pasar desapercibido, se había convertido en esos quince años en un hombre apuesto, imponente con su metro noventa, su piel aceitunada digna de un hombre que yació bajo el sol de Sicilia, sus labios rectos sin mostrar en ese instante aunque sea una sonrisa ladeada como de costumbre en eventos de caridad, en eventos dónde mujeres bellas colgaban de sus brazos; su mandíbula cincelada y perfectamente afeitada sin rastro alguna de barba insipiente, su cabello rizado y peinado hacia atrás, aunque uno que otro mechón negro caía rebeldemente hacia su frente. Su cuerpo era largo y poderoso, podía notarse la tensión en sus bíceps bajo ese traje costoso, poderosas piernas, gruesos muslos y lo más destacado de todo era el color de sus ojos, era entre un gris a un violeta intenso que podía cambiar dependiendo a su estado de ánimo, era la belleza bajada a la tierra, la perfección buscada en hombres, era como el sueño de cualquier mujer, joven, adulta, anciana, incluso se podía sentir el delicioso aroma a almizcle y madera en el aire que hipnotizaba incluso a la más inocente.
Podía ser el hombre que buscabas siempre al pie de tu ventana, pero él estaba absortó en sus propios pensamientos esa noche, y más con la tierna melodía y la letra de esa canción que hacía juego con sus sentimientos en esa noche de fiesta, cuando un solo nombre lograba salir de sus labios con amargura y una dulzura exquisita que en su momento llegó a olvidar.
Y pese a todo ello, logró morder de su labio y sonreír de la ironía de las cosas. Paula ese nombre brotaba de sus labios, entre recuerdos que en su momento dejo atrás.
Jugó con el grueso anillo de oro y piedra de ónice de su dedo meñique, para él iba más allá de un ritual, una costumbre adquirida con el paso de los años el tocar y jugar con ese anillo que una vez fue de las dos mujeres que amó.
Cerró los ojos por un instante, el recordar su pasado lo llevaba a un lugar oscuro al cuál no deseaba volver, donde las crudas noches de invierno eran las más tétricas de su vida, solitarias y sin un abrazo que calentara su alma, entonces vino a su mente las palabras de su amado Padrino —«No hay reglas para amar, no las hay mientras luches de verdad» —sabias palabras, palabras que recordaría con anhelo, atesorándolas incluso después de la trágica noticia, eran ocho meses, ocho tristes meses desde que su querido amigo, mentor y salvador había muerto de una manera cruel, le habían arrebatado la vida en una batalla que no fue justa.
—“Justa” —una palabra hipócrita para su mundo, justicia y ecuanimidad no existían en su vocabulario, solo los hombres íntegros tenían aún en su mente palabra de honor y Nicolay era un hombre de verdad, podía tener un semblante serio quizás hasta despreocupado por quienes lo rodeaban pero tenía algo de lo que muchos carecían, honor, y eso era lo que más le dolía, que habiendo tantas escorias en el mundo tuvo que irse un hombre que sin pedir a cambio nada salvaba vidas devastadas.
Inspiró profundamente, su pecho aumentó tan fuerte que incluso pudo sentir el dolor en las costillas, preguntándose por primera vez —¿Qué era amar?
Se había olvidado de ese término hace tanto tiempo, había olvidado el significado de la palabra, incluso que se sentía al amar, la sensación y la emoción que venía de la mano.
Levantó el rostro y vio a su alrededor, las risas simplemente se escuchaban por todo el gran salón, la gente bebía champagne y Coñac, invitados vestidos de manera elegante, la música de fondo suave y dulce, todo un gran espectáculo ante la gran celebración, la inauguración de la Torre Golden Flowers, ese nuevo edificio convertido en uno de los hoteles más sofisticados de la cadena Montecchi, un nuevo nombre en la industria hotelera y de la arquitectura, posicionándose en su lista de mejores y que mejor que la celebración llevarla a cabo en el Penthouse del lugar.
Pero le faltaba algo.
No tenía a su lado al hombre que hizo posible sus sueños, al hombre que le brindó una mano sin nada a cambio, al hombre que le dio la educación y los pasos a seguir para ser un hombre de sociedad y esa mera manera de pensar era inevitable.
Una sombra cruzó por sus ojos oscureciéndolos momentáneamente, su ánimo había decaído en cuestión de segundos entre recuerdos dolorosos y llenos de alegría, nostálgicos y amenos, pero todo en su vida se resumía a pérdidas —¿Qué era lo que le sucedía? —Tenía todo lo que un hombre podía desear, dinero, éxito, poder, mujeres… Por qué seguía sintiendo ese dolor, ese vacío en el pecho, sabía que a lo largo de los años no había amado a más mujer que a Paula, había soñado cuantas veces en la oscuridad con volver a tenerla entre sus brazos, besar sus labios y hacerle el amor en un aturdimiento mental que poseerla una sola vez nunca sería suficiente, soñaba incluso con ser padre, tener una linda niña con los ojos de su adorada Paula, con sus labios y una mata de cabellos negros, pero no, solo eran imaginaciones, sueños, sueños que jamás podrían realizarse y con ellos aquella promesa se volvió absurda e inmadura.
A pesar de su indisposición, se mantuvo allí observando, sonriendo cuando era oportuno, platicando de vez en cuando con algún invitado, pero a la mínima oportunidad podía alejarse y estar solo, agradecía al cielo por esa pequeña oportunidad entre tantas.
La fiesta estaba en su apogeo, muchos perdidos en conversaciones de negocios, otros seduciendo a muchachitas hermosas o viceversa, muchachas encantadoras de piernas largas seduciendo a uno que otro anciano millonario, parejas moviéndose al dulce compas de la música, pero todas esas maravillas eran sencillamente vanas y absurdas, en quince años Salvatore no se había acostumbrado al mundo del lujo y las banalidades que el dinero podía comprar y más absurdo aún era él quien daba esa pomposa fiesta, siendo el anfitrión, obligado a velar por sus invitados y aquellos futuros socios de futuros negocios prósperos.
—¡Emocionante! —dijo en voz baja, su falta de entusiasmo era casi reticente, elevó la mano apretando el puente de su nariz con su dedo índice y pulgar en un intento para que ese desesperante dolor de cabeza cesara.
—Veo que te siguen gustando las fiestas pomposas, Salvatore —la voz masculina le era tan familiar, cómo no poder reconocerla después de años —En eso puedes llevarte el crédito, tienes los mismos gustos a él —intentó no mencionar su nombre ante la herida fresca de la pérdida.
—Sí… Quizás en eso preste mayor atención que tú —murmuró, llevándose ambas manos a los bolsillos de su pantalón de corte perfecto, era una digna señal de aburrimiento, negándose la diversión de tomar aunque sea una sola copa de Don Perignon, Salvatore no tenía intención de disfrutar de la velada incluso pensó saltarse la diversión y el placer de conseguir una mujer bella dispuesta a calentar su cama esa noche —Pensé que no vendrías —volvió el rostro para ver a su amigo Creed Rise de pie junto a él